âTodosâ no existe, decÃa, y la discusión trepaba un par de números. Esto fue hace treinta años, el último de la secundaria y el primero de la democracia, y el tipo nos rompÃa mucho las pelotas porque iba por otro lado, no le pescábamos la onda, nos desorientaba. Era el profesor de Proyectos II en un industrial de Construcciones de Floresta, la ENET 17, y apenas llegar tiraba un par de preguntas, o contaba alguna historia que terminaba siendo una provocación, el camino desde un titular efectista a un laberinto kafkiano, el de-sarme de algún fundamento tallado durante el Proceso. A esa altura tenÃamos clara la metodologÃa, los profesores nos explicaban algo muchas veces abstracto y habÃa que recitarlo, cumplir unas instrucciones. Pero éste buscaba que pensáramos, querÃa que nos hiciéramos preguntas y que también nos preguntáramos por qué respondÃamos lo que respondÃamos, que relacionáramos educación con polÃtica, economÃa, nación, presente con pasado, familia con cultura, cultura con silencios, estridencias, emociones, lugares comunes. Y eso era difÃcil: nos habÃan formateado distinto. Falta un minuto, el partido está 0 a 0, imaginen que son el zaguero y que el nueve se les va derecho para el arco; sólo alcanzarÃan a faulearlo antes de que entre al área. ¿Qué harÃan? Lo bajarÃamos de un guadañazo: ¡todos harÃamos lo mismo! Todos no: yo, por ejemplo, lo dejarÃa. âTodosâ no existe. 71p4j
AgustÃn Daniel Lamas además era arquitecto, hablaba de Eduardo Sacriste y de Le Corbusier, del costado social de la arquitectura, de las maquinarias para las pobrezas. Tres semanas atrás sonó el teléfono en casa y un compañero de aquel curso, Marcelo Miyasato, avisó que habÃa muerto en un accidente. Un tren. Unos dÃas antes de eso nos habÃamos reunido en una pizzerÃa en Floresta, con Lamas y Fabio Oliva, otro compañero. Miyasato es director de un secundario en Parque Avellaneda y Oliva, que también es arquitecto, trabaja en una comisión que busca preservar el parque: ambos dan pelea a los tarascones del macrismo. Lamas habló del Instituto de Formación Docente en Bernal: era regente, y venÃa trabajando ahà como profesor desde hace muchos años. Para ahà iba cuando el accidente.
Reviso papeles, leo algunas notas que tomé a lo largo del tiempo, recuerdo cosas sueltas. Nos veÃamos con Lamas cada tanto, de forma irregular. Estuve en su casamiento de civil: cuando la jueza empezó a cargosearlo para que comentara alguna obviedad sobre el momento respondió con firmeza que para él eso era un trámite y que cuanto antes terminara, mejor. VivÃa en la casa en la que se habÃa criado, sobre la calle Homero, a la vuelta de la iglesia en la que balearon a Mugica. Se reÃa un poco del desorden, resignado a que siguiera asÃ. No adscribÃa orgánicamente a partidos especÃficos, porque preferÃa trabajar en el llano, centrar la polÃtica en el espacio que se ocupa, en las prácticas concretas. TenÃa un sesgo nacional y popular (en los últimos tiempos hablaba mucho con Norberto Galasso) y habÃa sido secretario académico en la UTN de General Pico ya en 1974: desembarcó ahà con una lÃnea pedagógica afÃn al peronismo de izquierda y terminó preso al año siguiente por una intervención del peronismo de derecha. Una tarde de verano me mostró unos recortes de periódicos pampeanos en los que se contaba esa historia y ahora lamento no haber registrado mejor esa charla, porque además de los detalles de eso contaba del cansancio de su padre sastre, español, al volver de trabajar, o de su propio trabajo en un frigorÃfico, cuando era adolescente. Lamas nació en el â39, hizo la escuela durante los primeros gobiernos de Perón y luego pudo entrar en la universidad, en época de peronismo proscrito, Cuba, socialismo en el horizonte, muchos con conciencia de libertad, igualdad, formación. Lo de OnganÃa no fueron sólo los bastones largos, las universidades, dijo esa tarde, también alteraron la formación docente de primaria y secundaria. La última dictadura profundizó eso. Y la democracia, decÃa, y citaba un documento en el que Juan Carlos Tedesco aseveraba que serÃa deseable profundizar la escuela como formadora de mano de obra para el desarrollo de las elites. Por eso, planteaba Lamas, los profesorados son una clave. Y por eso él ponÃa tanta energÃa en uno del sur del conurbano.
TenÃa 75 y no aflojaba. DormÃa poco. HabÃa zafado de un paro cardÃaco, de una caÃda que le dejó unas costillas machacadas. Se mantenÃa en primera lÃnea contra lo que llamaba, siguiendo a Paulo Freire, la educación bancaria, que no estimula posturas crÃticas y liquida la curiosidad, el instinto investigador, la creatividad. Eso es de PedagogÃa del oprimido; de PedagogÃa de la autonomÃa repartÃa una hojita en la que instaba a ser profesor âa favor de la esperanza que anima a pesar de todo, contra el desengaño que consume y que inmovilizaâ. A mantener una coherencia entre lo que se dice, lo que se escribe y lo que se hace. Para los burócratas era una amenaza, un indeseable, pero él habÃa descifrado claves de concursos, puntajes, documentación, para sostenerse en los espacios que le interesaban, para seguir sugiriendo conexiones, miradas, acciones. Eso hasta la encrucijada del 27 de agosto: cruzaba las vÃas caminando y al parecer no vio venir al tren. Cuando Miyasato dio la noticia al grupo de egresados de aquel año, Juan Couso, uno de los tipos lúcidos de aquel grupo, escribió: âSin duda nos dejó a todos una marca, es mejor ver eso y no que ya no estará entre nosotros, seguramente lo tendremos a la mesa en noviembreâ. En dos meses habrá una reunión por los treinta años. âTodosâ no existe, Juan, dirá entonces Lamas, sonriente.
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