En una de sus últimas grabaciones âel disco en vivo de Proyecto Sanluca, junto a Franco Luciani en armónica y Rodolfo Sánchez en percusiónâ, Raúl Carnota interpreta âViene clareandoâ, de Atahualpa Yupanqui y Segundo Aredes. Lo hace de una manera tan original y audaz âen su demorada introducción no hay muchas pistas de lo que vendráâ que rápidamente podemos colegir dos cosas: en primer lugar, el disgusto con que don Ata habrÃa recibido esta versión (el patriarca de nuestro folklore nunca aceptó algún tipo de renovación de la música de raÃz nativa, aunque a su manera y en su tiempo él también habÃa sido un renovador), y luego el talento de Carnota y sus compañeros para hacer de aquella zamba un verdadero pronunciamiento artÃstico. 5o4q17
Por supuesto, ahà está, ontológicamente hablando, âViene clareandoâ: el texto (musical y poético) que conocemos y reconocemos. Otras voces y otros ámbitos subyacen en cada versión del tema, acreditando su identidad. Incluso escuchamos a Carnota mientras, por lo bajo, como si viniera de otro cuarto, Los Chalchaleros o el propio Yupanqui nos susurran sus propias e idiosincráticas interpretaciones: âPero hasta la zamba/ se vuelve triste/ vidita, / cuando se dice adiós...â. La gracia de Carnota consiste en producir pequeñas modificaciones sobre la canción: tempo lentÃsimo, ritmo melódico desplazado de lugar y cosas por el estilo. De pronto, las certezas flaquean, y el oyente asiste en primera fila a un diálogo profundo entre un intérprete y una tradición.
Si hubiera que definir en pocas palabras el estilo del creador de âGrito santiagueñoâ, quizá le cabrÃa la imagen de la figura en escorzo, oblicua al plano del folklore, con cierto agrandamiento o desproporción de volúmenes. Para Carnota la clave estaba entonces en la libertad para agrandar o soslayar ciertas partes (notas) de un tema conocido por casi todos, lo que generaba una expectativa maravillosa: imposible aburrirse en un concierto de Carnota. En verdad, al escucharlo, uno nunca tenÃa total certeza de cuál serÃa el rumbo de los temas que cantaba. ¿Hacia dónde iban? ¿Cómo resolverÃa determinada tensión armónica? ¿Qué harÃa con un tiempo suspendido más de lo habitual o más de lo esperable? ¿Cuánto durarÃa la interpretación? (âViene clareandoâ: 5:54).
Contaba que habÃa aprendido a ser musicalmente libre escuchando los consejos de Enrique âMonoâ Villegas, quien dicho sea de paso âo no tan de pasoâ sabÃa mucho de folklore. Por supuesto, la asociación entre el jazz y el folklore en el mundo Carnota emerge fácilmente, pero es una explicación un tanto simplista. Otros músicos de su generación, y de la actual, llenaron de tics jazzÃsticos un repertorio folklórico, y no por ello fueron Carnota. En su caso, ser libre musicalmente hablando no implicaba mudar de género ni buscar un esperanto artÃstico de dudosa consistencia. El asunto pasaba por la retórica musical, el modo de decir aquello que habÃamos oÃdo en otras voces y que ahora se revelaba con matices diferentes.
¿Con qué nuevo fraseo se puede cantar y tocar la tradición? ¿Cuál es el punto más alto de nuestro vuelo en el que todavÃa podemos divisar la tierra? Esta clase de preguntas guió el arte de Raúl Carnota, quien no casualmente compuso âChacarera del pensadorâ. Obviamente âafortunadamenteâ no fue un vanguardista con manifiesto pegado al bombo legüero, ni se postuló al podio de los inventores ni al de los lÃderes de opinión artÃstica. Sin duda mereció un mayor reconocimiento del que tuvo, y la discontinuidad de su obra discográfica (quince discos desde 1982) escasamente reeditada, es algo para lamentar. Pero tampoco le calzó el sayo de artista incomprendido ni marginado. Se ganó el respeto de sus coetáneos de la música, tuvo muchos iradores y quizá algunos discÃpulos. Amén de su proverbial calidad interpretativa, compuso un corpus de canciones entrañables (âGatito âe las penasâ, âLa asimétricaâ, âGrito santiagueñoâ, âSalamanqueando pa mÃâ, âPostalesâ, âDesandandoâ), trabajó productivamente con Suna Rocha (a su lado arrancó, en los â80, una seguidilla discográfica que causó algún revuelo), Teresa Parodi, Lilian Saba, Juancho Perone y Willy González âentre varios otrosâ y convirtió el trÃo de guitarra, bajo eléctrico y percusión en un formato idóneo para el folklore (el álbum Reciclón es la mejor prueba). Su idea de la libertad era hermana de la de un humor siempre medido por la vara de la inteligencia. Por ejemplo, supo introducirnos en âÃa Poli o la pureza de la gente como ustedâ de Parodi con los compases de âEvery breath you takeâ (âCada vez que respirasâ) de The Police.
Podemos situarlo en lÃnea con Chango FarÃas Gómez, a quien en cierto modo continuó. Guitarrista exquisito y cantor cautivante logró, como Chango, conjugar virtuosamente el canto y la instrumentación, un equilibro poco frecuente entre quienes, un poco antes que él, habÃan protagonizado la escena de la renovación folklórica (mal llamada âproyecciónâ), allá por comienzos de los â70. Carnota murió hace unos dÃas, sigilosamente. Los médicos aseguran que padecÃa una grave enfermedad respiratoria. Cruel ironÃa en un cantor de voz rugosa, que gustaba comparar la música con la respiración, esa acción rÃtmica un poco voluntaria y otro poco inconsciente. De todos modos, siguió cantando hasta el final (su testamento se llama Runa), logrando que el deterioro corporal no comprometiera la calidad de su obra. Quizá por eso su muerte sorprendió: nunca lo oÃmos cantar mal. Nunca perdió el sentido del suspenso musical, esa tensión con la que supo poner en vilo al no siempre despabilado mundo del folklore.
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