El zorro volvió porque nunca se fue. Astuto en sus talentos y desbordado en saberes, decidió matar para divertirse, para poder seguir jugando. âQuien no puede apagar el fuego de su casa se aparta de ellaâ, dice el zorro que escribió Goya. Y Alfredo Prior, apasionado en su impulso lúdico, fue literal. Se fue a Córdoba y la incendió. 4x4n5x
La homofonÃa es obvia: La Quinta del Zorro (nombre de la exposición) alude a la del Sordo, perÃodo en que el viejo y atormentado Goya se encierra a pintar sus miserias âque son las miserias del mundoâ desde las entrañas de un cuerpo enfermo y una cabeza que adelanta un siglo, rompiendo la concepción del espacio y los seres que la habitan. Pero el gesto del zorro es otro. Está mediado por la versión argentina del rococó y la ironÃa a lo Prior: su propia versión de la naturaleza, la cultura y la mitologÃa, repletas de belleza y frivolidad, que engalanan la vida con un exotismo sensual y narrativo.
La pintura se transforma en fábula y esto no asombra hablando de Prior (Buenos Aires, 1952), que a los 18 años hizo su primera exposición en la mÃtica GalerÃa Lirolay con más de veinte retratos de niños de témpera y cera. De allà aterrizó en la Facultad de Letras, donde comparte apuntes (y amistad) con César Aira y Arturo Carrera, junto a quienes descubre su pasión ây talentoâ por la literatura.
Una vez terminada su estadÃa en el universo occidental (al que se dedicará a diseccionar con un placer lúdico), el insaciable Prior empieza a mirar para otro lado, profundizando en la cultura oriental, de la mano de la sutil Amalia Sato, aprendiendo cerámica con Jiro Mizutani y caligrafÃa con Setsu Shibat.
A los 33 años representa a la Argentina en la Bienal de San Pablo, a los 46 hace una antológica muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes, que repetirÃa años más tarde, sumadas a las decenas de exposiciones que a partir del 2010 hace en la GalerÃas Vasari (que imprimió el monumental Alfredo Prior (2009), escrito por el inspiradÃsimo Rafael Cippolini), el Malba, asà como en galerÃas de Nueva York y ParÃs, donde cuenta con iradores y coleccionistas, para nombrar sólo algunos hitos de una intensa trayectoria, que creció de la mano del reconocimiento, llega hasta el delirio caprichoso de la palabra âfamaâ, amparado en una obra de una lucidez, un talento y una versatilidad que empalaga mencionar: pintor, dibujante, performancista, escritor (Cómo resucitar a una liebre muerta es su último libro publicado) y músico de la banda Super Siempre.
Asà como en la iconográfica exposición Un verde pensar sobre una sombra verde (Malba, 2010), la poética de Prior es una estrategia donde la metáfora se instala como antÃtesis de la metafÃsica. âEl oso no es oso, el niño no es niñoâ y la referencia a la literatura es un campo de batalla permanentemente abierto: âMe interesa la fábula. El zorro es creado, inventado. Toda autobiografÃa es ficcional y a mà me interesa la que resalta y oculta. La fábula. La narrativa ficcional. Yo de por sà soy ecléctico. La Quinta del Zorro es una exhibición del eclecticismo, secuencias figurativas de distintas épocas, en colaboración con distintos artistas. Para mà las obras no son a cuatro manos sino a cuatro ojos. Pintar a cuatro ojos. Es muy importante la temática: el hilo narrativo. Yo no tengo ideas, tengo ocurrencias. La ocurrencia se relaciona con el humor y la ironÃa.â
Prior, quien proyecta su inteligencia en los otros y hace de la elipsis su figura sintáctica preferida, explica: âHay que narrar como quien le cuenta un cuento a un chico inteligente que conoce palabras difÃcilesâ.
El artista se hace preguntas y, despreciando la actitud socrática, no sólo se responde sino que da, entre otras, Instrucciones para el iluminador del circo (Revista Ramona, 2001): â¿Cómo desodorizar el mingitorio de Duchamp? ¿Cómo contarle la historia de la pintura argentina a una vaca muerta? ¿Cómo resucitar a una vaca muerta? ¿Cómo atar a un elefante con el hilo de una telaraña? Como El loro de Flaubert. Como La cabra de Picasso. Como El idiota de Dostoievski. Como El sobrino de Wittgenstein. Como La hija de Marx. Como La nuera de Schopenhauer. Como El cuñado de Kierkegaard. Como El yerno de Adorno. Como El péndulo de Foucault. Como La bacinilla de Lacan. Como La oreja de Van Gogh. Como El perro de Trotsky. Ciego, sordo y mudo, y sin embargo...â.
La Quinta del Zorro comparte con Goya la cita a la locura como relato inclasificable. Es otro porque es lo mismo. La obra nace de un pincel de raÃces rizomáticas que intuye con certeza que la cita inevitable es la huella de un original, donde la genialidad y la sinrazón replican, aunque en el caso de Prior el chiste se transforme en guiño para un pequeño universo: la exposición sólo es susceptible de ser comprendida al leer una hoja que nos entregan en mano antes de empezar el recorrido, en el que no podemos dejar de preguntarnos si el chiste es una burla, hasta que empezamos a reconocer los elementos de la fábula, con su personaje-animal principal, el zorro, haciendo una crÃtica de las costumbres y los vicios de la historia de la pintura.
La muestra es un recorte, una edición, de una exposición anterior de tamaños siderales, especie de retrospectiva en la tierra cordobesa a la que el artista vuelve una y otra vez y sobre la que la lúcida Claudia Santaneca señaló en el catálogo que es una situación en la que âel gran teatro de la ilusión abre sus puertasâ, aunque no es ésa la sensación en esta versión reducida de La Quinta del Zorro. Ante el inevitable deleite frente a cada una de las obras (Prior tejido, Prior armado con venecitas italianas, los osos Prior en la ventana Prior) reina también en la galerÃa algo que invita, casi invade, hasta el desconcierto: todo remite a otra cosa, nada es lo que parece.
Un saco de Gabardina que remite al artista inglés Peter Blake pero engalanado con pins que denotan elementos de la cultura nacional (2013), varios paquetes de cigarrillos fumados con pasión por el artista pintados con calaveras de marcadores de la serie Smoke (2011), un fragmento de mosaico sobre madera de un oso Torturado por las rosas (2013), una caja de cartón (proyecto de lámpara) con un Picasso en un reverso del mismo año pintada con Nahuel Vecino bajo el tÃtulo Picasso en New York, fragmentos de empapelado de flores realizados en 1985 con MartÃn Reyna, los mitos griegos infaltables en su obra, ahora presentes en la pintura Edipo y la esfinge (1982/84) y un tapiz del 2013 (SÃsifo), remeras blancas de niños con impresión láser de la serie Teddy Bears in The Sky off Smoke (1993), dos Niños detrás de la ventana de témpera y barniz sobre madera, tres mates pintados con acrÃlico de 1987 (Decapitados en su propio mate) y el cuadro Jet Lag trÃo, del 2006, pintado a seis manos por Prior, Miguel Harte y Alberto olini.
Si La Quinta del Sordo era un espacio cuyas paredes harÃan de borde entre el arte moderno y el arte contemporáneo, La Quinta del Zorro parece devolver la cachetada, para situar la pintura como una invitación a la belleza que incluye la frivolidad.
Después de su última performance, que terminó con sangre y posibilidades de incendio, Prior no está dispuesto a seguir poniendo el cuerpo. Ya están allà sus discos, sus escritos, sus libros y ahora tenemos los restos de su pintura, hallazgos arbitrarios de un cuerpo de obra que resiste cualquier movimiento en falso, aun en su verosimilitud. Es que el zorro parece estar de vuelta y mientras rÃe en medio de su propio chiste una mueca nos revela que a él mismo ya nada le da mucha gracia.
Si Dios ha muerto, si la historia es un mito y la filosofÃa es literatura, the rest is silence. O un gran proyecto a futuro, pero Prior aclara: âTengo algunas ocurrencias pero no quiero avivar gilesâ.
La Quinta del Zorro
Hasta el viernes 7 de noviembre, en Vasari,
Esmeralda 1357.
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