Tras veintipico de años de dibujitos animados posmodernos, autoconscientes, escatológicos y cancheritos, se puede decir que Bob Esponja âel personaje, no la serie, que es una de las más exitosas desde su creación, en 1999â es de lo menos posmoderno, autoconsciente y canchero que haya dado el género. Es el personaje más inocente de la televisión contemporánea no destinada a preescolares; su risa es franca e idiota. Tan idiota que en su nueva pelÃcula, Bob Esponja: un héroe fuera del agua, recién estrenada acá y en el mundo, esa risa es utilizada como instrumento de tortura para extraer una confesión del villano. Que es el villano de siempre, claro: el pequeño, frustrado diabólico, temperamental Plancton. 325m5k
Lo que tiene de moderno, dentro de ese infierno de estupidez y cinismo que puede ser a menudo la animación televisiva, es su libertad indómita. Tan libre es Bob Esponja âla serieâ que esta segunda pelÃcula alcanza algunos momentos de hermosa y disparatada abstracción, lo que no es poco decir para una producción de ¡75 millones de dólares!, distribuida por Paramount. Un héroe fuera del agua es, de algún modo, como el sueño de los surrealistas: el relato que se ha liberado de las cadenas de la lógica narrativa; de la cárcel del pensamiento racional; de las aplastantes convenciones del sentido común; la aventura desencadenada, liberada a la explosión de los sentidos, y la pavada descerebradÃsima pero gozosa y sin nada de culpa. Hay, inevitablemente, una angostÃsima lÃnea argumental, según la cual Bob, su inseparable Patricio Estrella, la ardilla submarina Arenita, Calamardo y Don Cangrejo âel codicioso jefe del local de comidas rápidas para la vida bajo el océano El Crustáceo Cascarudoâ unidos por las circunstacias al inescrupuloso Plancton, deben emprender el viaje del héroe: un viaje a través del tiempo, un viaje hacia la superficie de las playas humanas, un viaje hacia los abismos del 3D digital. ¿Y todo para qué? Para rescatar la fórmula secreta de la exitosa Cangreburger. Tal es el poder hipnótico de las imágenes que se despliegan sobre este pretexto, que antes de que podamos procesar todo el absurdo contenido en la lÃnea anterior, ya nos habremos entregado a la experiencia, con el cerebro desactivado, como hipnotizados, cantando, casi sin quererlo, âVive en una piña en el fondo del mar...â.
Si se lo piensa un poco, la idea de llevar a los niños a ver Bob Esponja puede ser como darles unas planchitas de LSD disfrazadas de caramelos Sugus. Si se conoce el dato, mencionado antes, de los 75 millones de dólares, uno sale del cine pensando ¿cómo fue posible? ¿Cómo es que los convencieron?
Bueno, esto no empezó acá; empezó con las Silly Simphonies hace más de ochenta años, alcanzó su pico con Bugs y Lucas y los Looney Tunes, pero recién llegó a la televisión en serio con Ren & Stimpy, en los â90. De la pareja del gato gordo y el chihuahua histérico creados por John Kricfalusi, Bob Esponja heredó ciertas particulares marcas visuales âcomo el plano detalle documental; carnal, purulento y a veces escatológico hasta la náuseaâ asà como la sugerencia de la amistad homoerótica, lo que las últimas corrientes de la comedia norteamericana bautizaron bromance. Su único equivalente en el dibujo animado televisivo actual acaso sea Hora de Aventura, la extraordinaria creación del nerd fóbico Pendleton Ward que la rompe desde hace seis años en Cartoon Network y que, también, sobre el McGuffin de la aventura, más que clásica, a-la-antigua, medievalista, desparrama desquicio sobre un universo de colores plenos. Dirigida por el mismÃsimo creador de Bob, Stephen Hillenburg, Bob Esponja, la pelÃcula âun éxito, en su escala, diez años atrásâ era ese mismo espÃritu llevado al cine, con varios momentos de qué-es-esto-que-estamos-viendo, hasta el mismÃsimo final, en que los protagonistas surcaban el océano colgados de los pelos de las piernas de David âBaywatchâ Hasselhof. Bob Esponja, un héroe fuera del agua, de Paul Tibbitt âque es quien se hizo cargo del programa cuando Hillenburg se hizo a un lado tras tres temporadasâ, es eso mismo, potenciado, multiplicado, despatarrado. Con música de Pharrell, y con Antonio Banderas como el corsario Barba Burger, quien a falta de mejores interlocutores les relata todo el asunto a una bandada de gaviotas. En uno de sus momentos convencionalmente argumentales, el pueblo de Fondo de Bikini, ante la perspectiva de no poder volver a saborear nunca más en sus vidas las adictivas esencias de su sandwich chatarra favorito, desciende al desastre del caos social y polÃtico, se entrega al apocalipsis y la anarquÃa: cuando están aterrados, los habitantes de Bikini se comportan como unos verdaderos cretinos, como lo hace el ciudadano común y corriente de Springfield en Los Simpson o casi todos los civiles aterrados en las novelas de Stephen King. Pero, como bien señaló en su reseña de la pelÃcula la revista Variety, esto ocurre por el mero placer de representar la violencia, el caos y la desesperación (un combo narrativo irresistible), y Ti-bbitt jamás atina a âfingir la menor seriedad, y se mantiene firme en su renuncia a adherir a ningún tipo de tema central o a impartir algún tipo de lecciónâ, ni sobre la amistad, ni sobre el heroÃsmo, ni sobre nada. Uno no sale de ver la pelÃcula ni un poco más inteligente, y eso es lo que corresponde. Quizás, incluso, hasta salga con el cerebro un poco esponjado.
Pero proteger la esencial tonterÃa de todo el asunto es, para estos campeones del dibujo animado inteligentÃsimamente idiota, libre y feliz, una cuestión de principios.
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