Crecà en un pueblito que se llama Oriente, dentro del campo, cerca del mar y lejos de las ciudades grandes. Vivà ahà hasta que cumplà 13 años de edad, luego con mi familia nos mudamos a la ciudad de Tres Arroyos. En Oriente, festejábamos las fiestas navideñas cada año. Nuestras familias se juntaban en la casa de alguna tÃa, y entre padres, primos, tÃos, abuelos, vecinos se formaba un gran grupo para comer y beber a reventar. Era parte del ritual que año a año alguien de âlos grandesâ se vistiera de Papá Noel y apareciera después de la medianoche del 24 de diciembre con una gran bolsa llena de regalos para repartir. Cada regalo llevaba el nombre del/a agraciado/a, y âPapá Noelâ con su âJO, JO, JOâ caracterÃstico leÃa el cartelito y le alcanzaba el paquete envuelto en papel de color y asà la noche iba pasando entre brindis y alegrÃa. 603p6b
Creo que a los 12 años fue cuando le dije a mi mamá, âpara Navidad quiero un walkmanâ, y fuimos a Tres Arroyos a comprarlo. Tres Arroyos era âla ciudadâ, donde habÃa muchos negocios y heladerÃas todo el año. Queda a 60 km de Oriente. Ahà habÃa cosas modernas, y ahà compré mi primer regalo elegido por mà que no tenÃa nada que ver con mi vida en Oriente, ni con mi familia, ni con Papá Noel.
La persona que nos atendió nos mostró varios y yo elegà uno blanco, divino, era como una galaxia, y ésta persona me dijo, âpero tenés que llevar algún casete, sino qué vas a escucharâ. ¡Claro! TenÃa que elegir qué escuchar, y ahà nomás en una vidriera detrás del mostrador estaban los casetes, que no eran los que habÃa en mi casa y elegà uno sólo porque me interesó la tapa, ya que no conocÃa a ningún músico de los que habÃa ahÃ. La imagen en el casete que me llevé tenÃa a alguien, a un tipo, y detrás una especie de televisor color azul.
Por supuesto que no esperé a que me lo diera Papá Noel, y esa música saliendo por auriculares adentrándose sin permiso por mis oÃdos y llenándome el cuerpo hizo que mi espÃritu se elevara, y me diera cuenta que la libertad es algo más inmenso, y que nadie me habÃa enseñado eso. Estuve todo ese verano escuchando esa misma música. A la hora de la siesta, cuando todo era calmo, me iba a un garaje grande que habÃa en la parte de atrás de mi casa, me ponÃa los patines de cuatro ruedas, sostenÃa el walkman en la cintura del pantalón y le daba play y todo se desvanecÃa, todo tenÃa otro sentido, todo era mágico.
Eran esas épocas cuando escuchabas un casete hasta que te lo sabÃas completamente de memoria. SabÃas que tema venÃa después. Todos los arreglos sin siquiera saber mucho sobre instrumentos, pero hacÃas que tocabas con tus manos la baterÃa o la guitarra. Era como que también yo tocaba. No tenÃa ni idea que decÃan las letras, ya que nunca supe inglés, pero igual podÃa entender algo, eso no importaba mucho. Me encantaban las melodÃas, los ritmos, las voces y todos los instrumentos que iban apareciendo, y que iba descubriendo a medida que me aprendÃa las canciones.
TenÃa varias canciones favoritas y ahora me doy cuenta que son las mas melódicas y rÃtmicas las que me conmovÃan, algo que me ocurre todavÃa hoy. Los bajos eran increÃbles, me transformaban en algún pájaro o algo asÃ.
No sé qué se hizo de ese casete, y no sabÃa quién cantaba hasta que no hace mucho empecé a buscar en internet tapas de discos de los 80, para ver si lo encontraba y lo encontré. Es un disco de Paul McCartney, Give My Regards to Broad Street. Para escribir esto, volvà a escucharlo, y pude convertirme en aquella personita que recién empezaba a descubrir el mundo.
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