El fin del mundo según Elvio Gandolfo comienza en Escobar. Aunque, en realidad, no se trata del fin del mundo propiamente dicho sino del fin de la cultura actual de la imagen. Pero son tantas las muertes, casi al mismo tiempo y en todos lados, que es como si lo fuera. Es el fin del mundo, digamos, tal como lo conocemos. La culpa de todo la tiene nuestro sistema nervioso, que de pronto resulta incapaz de soportar la crueldad de ciertas imágenes. La enfermedad lleva el nombreTrastorno Emocional Grave, TEG, y todo indica que la primera vez que se manifiesta es en un bar de esa localidad al norte del conurbano, donde un televisor encendido muestra a unos niños cruzando una calle justo cuando son atravesados por los escombros despedidos por una explosión. Apenas aparecen estas imágenes en la pantalla, todos los ocupantes del bar caen fulminados. Los únicos testigos que pueden contar esta historia son un par de amigos, que tienen la suerte de haber sacado la vista de la pantalla por apenas un instante decisivo, por alguna discusión tonta entre ellos o un súbito interés en su bebida y su comida, y de pronto se dan cuenta que se han quedado solos. e1b4i
âNo sabés el trabajo que me tomé para imaginar bien cómo es que pasa la cosa, porque tenÃa que tener cierto realismo, no querÃa ponerme ni poético ni surrealistaâ, cuenta un orgulloso Gandolfo, que explica que el TEG vendrÃa a ser una excrecencia letal que aparece en el sistema nervioso. Un tema âel sistema nerviosoâ sobre el que estuvo leyendo, aclara, cuando su padre enfermó de Alzheimer. Su fin del mundo forma parte de uno de los dos libros en los que asegura estar trabajando actualmente. En realidad, la historia se desarrolla en uno de los tres libros que está escribiendo uno de los protagonistas de uno de esos libros. Historias dentro de otras historias, Gandolfos dentro de Gandolfo, eso es lo que se escucha y descubre cuando uno se sienta con un grabador delante de Elvio y pretende (inútilmente) recorrer con cierto orden el pasado y presente de un escritor que durante años ha sido más bien de culto, un prologuista, crÃtico y traductor que ha dedicado toda su vida a leer y compartir la obra de otros autores, saltando siempre mas allá de los decorados de la literatura con mayúscula e internándose sin culpa en los géneros mal llamados menores, y que durante ese camino nunca dejó de escribir. Casi en defensa propia.
âSi te soy honesto, no sé de dónde salieron todos estos cuentosâ, dice Gandolfo ante el irable Vivir en la salina, el flamante volumen de sus cuentos completos, editado este año por Caballo Negro, una pequeña editorial cordobesa. âNo soy conciente de haber escrito todo eso, ¡y además todavÃa faltan las novelas cortas, que van a salir en otro libro!â, agrega con una de las tantas generosas carcajadas que acompañan una charla que tiene como punto de partida la flamante aparición de su novela Mi mundo privado por Tusquets, corolario de un abanico de publicaciones en diversas editoriales pequeñas, como la marplatense Letra Sudaca (las notas y columnas de La mujer de mi vida), la rosarina Iván Rosado (los poemas de El año de Stevenson) o la porteña El 8vo Loco (los textos perdidos de Libro de mareo), a las que se podrÃa sumar el volumen de entrevistas a Mario Levrero que compiló para Mansalva, la reedición de La reina de las nieves, su primer libro, que realizó Eudeba y la edición facsimilar de la revista literaria El Lagrimal Trifurca, que sacaban allá lejos y hace tiempo junto a su padre en Rosario, por la Biblioteca Nacional. Una avalancha que comenzó en realidad con la aparición de los cuentos de Cada vez más cerca (Caballo Negro), premio de la crÃtica dos años atrás en la Feria del Libro porteña.
âCuando era chico yo tenÃa un disco en el que un español contaba la historia de Caperucita y el Lobo, y cuando llegaba el momento en que el Lobo disfrazado de Abuelita se hartaba de las preguntas de Caperucita respondÃa de una manera que hacÃa que todos mis amigos saliesen llorando. Menos yo, claro, que lo escuchaba todo el tiempo. Pero es la misma respuesta que se me ocurre al pensar en la edición de mi novela por una editorial grande, como Tusquets, después de pasar por tantas independientes: ¡Ea, pues! ¡Basta ya! ¡Para comerte mejor!â, se mata de risa Gandolfo, el escritor que parece finalmente haber dejado de ser secreto, y hoy muestra los dientes con sus libros por todos lados.
Cuando se le pregunta si recuerda qué querÃa ser, de chico, cuando fuese grande, Gandolfo se queda mirando, hace una pausa, y entonces vuelve la gran carcajada como respuesta. â¿No viste alguna vez la serie animada Pinky y Cerebro? Si vivÃas en Rosario querÃas lo mismo que ellos: dominar el mundoâ. Calcula que tuvo la idea de ser escritor desde muy temprano, probablemente en la secundaria, cuando notó que tenia lo que él denomina como un poder. âIba al turno vespertino, tocó redacción libre, y me mandé una que una de mis compañeras, una mina madura que me comÃa el coco, leyó y me felicitó. Asà que yo me dije: a esto hay que darle bolaâ. Claro que por entonces ya le gustaba ferozmente leer, algo que, imagina, casi siempre es previo a largarse a escribir. Cuenta que sacaba los libros de cualquier lado, pero nunca de la biblioteca familiar, ya que curiosamente fue descubriéndolo todo a la par de su padre: como Francisco no tenÃa cursado el secundario, lo hicieron al mismo tiempo. âAsà que arrancamos parejo y nos recomendábamos cosasâ, aclara. âMe acuerdo que una vez le pregunté qué onda con Kafka, y me respondió que era un tipo complicado que le gustaba a los de la Facultad. Pero yo fui a ver El Proceso de Orson Wells, y quedé loco, asà que compré el librito de Losadaâ, recuerda Elvio, que asegura que nunca olvidará la lectura iniciática del Ulises y Gran Sertón: Veredas, devorados durante sucesivas vacaciones adolescentes en la casa de un tÃo en RÃo Tercero.
Tal vez por esa ausencia de parámetros previos sumada a una persistente y voraz vocación por la lectura, Elvio confiesa que desde el comienzo tuvo en funcionamiento permanente una especie de máquina de clasificar, que separaba todo entre bueno y malo. âMe apasionaba tanto hacerlo, que tipeaba en cuatro carbónicos una especie de antologÃa que abrochaba a mano, con las cosas que me habÃan gustadoâ.
Después de intentar con dos pequeñas revistas, llegó El Lagrimal Trifurca, mÃtica publicación rosarina que editó junto a su padre Francisco, que se sumó al mundo de revistas literarias de la época. Allà fue donde comenzó oficialmente con una larga e ininterrumpida carrera de divulgador cultural en todas su formas, que se continúa hasta hoy, siempre rebelándose âcomo escribió en el prólogo de La reina de las nievesâ âcontra la lectura culta, informada, prejuiciosa, opuesta a la lectura orgánica, intensa, sutilmente reveladoraâ. Un oficio que realizó primero en Rosario, y luego en Buenos Aires y Montevideo, publicando en casi todas las secciones culturales de los medios que fueron apareciendo en ambas orillas durante las últimas cuatro décadas, ya sean diarios o revistas.
¿Sin cuáles de tus laburos no serÃas quien sos hoy como periodista?
âEl Lagrimal es fundamental, pero los lugares donde me sentà más cómodo fueron durante un perÃodo largo del Diario de PoesÃa, y también la revista V de Vian, que se merecerÃa alguna vez una antologÃa. Y la aparición del suplemento cultural del diario uruguayo El PaÃs, un invento de Homero Alsina Thevenet para volverse a Montevideo y huir del menemismo. En su momento me salvó la vida, porque a esa altura ya estaba un poco harto del periodismo freelance.
La primera vez que muchos te leyeron fue en âPolvo de Estrellasâ, tu sección de la revista El Péndulo, ilustrada con una caricatura tuya, riéndote por supuesto.
âEsa fue una idea de Marcial Souto, que hasta pensó el tÃtulo. Por esa época yo compraba mucha revista yanqui, habÃa muchas buenÃsimas, pero además siempre tuve un sensor en la nariz para buscar lo raro. Era una sección que tenÃa sus fans, y uno de ellos era Ricardo Piglia. De hecho, estoy convencido de que a partir de un articulito que hice sobre la ficción paranoica armó todo un curso. ¡El orden de los autores que mencionaba era el mismo! Pero hubo otro invento argentino que me salvó la vida, y fueron los libritos del Centro Editor de América Latina, para los que hice incontables traducciones, antologÃas y prólogos. Hace poco, en una noche mágica como fue la de la presentación de mi libro The Book of Writers, Damián RÃos leyó un texto que me emocionó, donde decÃa que su generación se habÃa formado leyendo mis prólogos para esos libros.
A la hora de presentarse, Gandolfo elige hacerlo como escritor y periodista. Pero no se olvida del oficio con el que primero se ganó la vida, el de tipógrafo, que aprendió en la imprenta de su padre a los 15 años y continuó ejerciendo hasta que prácticamente desapareció como salida laboral. âTiene una serie de elementos relacionados con lo que hago ahora, que es la letra tocable, pedazos de plomo que tenés que ir acomodando y atar con un hilo para que no se caiganâ, explica, y aclara que está feliz de haberlo dejado. âPorque quedás un poco tocado: habÃa llegado al punto en que imaginaba una frase y ya veÃa los dedos buscando los plomos.â
Para su amigo Mario Levrero, el primer cuento âde escritorâ que leyó de Gandolfo fue el irable âVivir en la salinaâ, que nada casualmente titula sus cuentos completos. â¿Ves? Eso es tener un poderâ, insiste Elvio. âPorque fue un invento. No sabÃa nada del asunto, pero lo deduje, y es tal cual: los tipos cortan cachos de sal. Puede haber influido la lectura de âLa gran salinaâ, un poema maravilloso de Zelarayán, y también la incidencia de Horacio Quiroga, si querés, por esa cosa salvajeâ. Antes de ese cuento, confiesa Gandolfo, existe un librito de cuentos sin publicar, que define como âabominableâ. âTiene apenas dos o tres que anticipan lo que hice despuésâ, desliza. Publicado primero en una antologÃa de autores rosarinos, y luego incluido en la primera edición de La reina de las nieves, la perfección de âVivir en la salinaâ supo también ser una condena, porque durante mucho tiempo ante cada trabajo que publicaba tenÃa que escuchar que estaba bien, pero no era como aquel cuento. âTe rompe un poco los quinotos porque vos querés seguir en carreraâ, se resigna Elvio. âMi viejo tiene un libro muy corto, Presencia del secreto, que escribió como si le hubiese llegado un rayo desde el espacio exterior. Es impresionante, lo debe haber hecho de taquito. Lo otro, los poemas famosos, le costaban mucho más. Pero todo el mundo le mencionaba aquel libroâ. ¿Haberlo usado para titular los cuentos completos funciona como un exorcismo? âNo, ahà ya es una declaración ideológica. O sea: vivir, es vivir en la salinaâ.
Un repaso por la cronologÃa bibliográfica de Gandolfo ofrece un par de conclusiones. Primero, que sus libros salen por rachas. âLa sensación que tengo es que nunca me senté a hacerlosâ, explica. âEl periodismo es otra cosa porque tenés que trabajar, investigar, informarte, buscar datos. En cambio esto, a pesar de que tiene mucho más nivel de lenguaje, nunca sufrà para hacerloâ, asegura Elvio, que también señala que la publicación de sus libros tiene que ver con la aparición de editores interesados. Por ejemplo, los libros que publicó durante la década del 90, y con los que recuperó cierto lugar como narrador âDos mujeres y Ferrocarriles argentinos, editados en Alfaguara; y Cuando Lidia vivÃa se querÃa morir, en Perfil Librosâ, existieron gracias a Juan Martini. Y esta última época prolÃfica obedece al interés de las editoriales independientes. âNo me preocupa que sea asÃ, nunca me interesó la idea de tener que dedicarme a hacer un libro por año. Mucha gente lo hace, y asà son las cosas que les salen. Una de las cosas que aprecio en César Aira, justamente, es que es descontroladamente asÃ: ¡saca como diez libros por año!â, se rÃe Gandolfo, que asegura disfrutar de una amistad con Aira, como antes lo hizo con Fogwill o Levrero. âCon los buenos escritores siempre la pasás bienâ, aclara. âLo que siempre me fascinó de la ciencia ficción nunca fueron los cohetes o el espacio sino cómo te ayudaba a construir una manera distinta de ver la realidad. Y con estos tipos me pasa lo mismoâ.
¿Qué es lo que aprendiste en todo este tiempo de ejercer el oficio de escritor?
âAprendà que se te va afinando algo que podrÃas llamar un estilo, aunque vos no creas que siempre sea el mismo. Y aprendà también que lo que más me gusta leer y escribir es el cuento, o la novela corta. Me parece un formato genial. Porque es algo que rinde como una novela, pero como dirÃa Borges, no tiene ningún ripio. Además es fascinante cuando tirás de un hilo y ves que la cosa funciona. Me han enseñado los cuentos muchÃsimo más que las novelas. Y las novelas que me han enseñado son las cortas, como El Gran Gatsby, o alguna de Boris Vian.
¿Qué te enseñan los cuentos?
âTengo que ser obvio: la verdad (risas). Qué se yo, te enseñan lo que pasa si estás en un banco, entra un hijo de puta con revólver, hacés un gesto y una bala te atraviesa el cráneo, como sucede en un cuento increÃble de TobÃas Wolff. O Quiroga, que es espectacular. Te lees veinte cuentos de Quiroga y no podés ser inocente.
Tanto al bajar a abrir como al acompañar en su salida al periodista que lo visita en el departamento que alquila desde hace casi veinte años en una esquina del barrio porteño de Palermo, Gandolfo narra. Le sale una voz, un chispeante monólogo supuestamente interior, que cuenta lo que sucede, deformándolo levemente. Es una broma cómplice, no hay duda, pero al mismo tiempo es un ejemplo de los mecanismos de su ficción, que cada vez más se asienta en lo cotidiano âaún cuando sus resultados terminen siendo fantásticosâ y su narrador no puede ser otro que Gandolfo. âNo te creas, ehâ, se defiende Elvio. âUno va metiendo cuñas. Como un personaje que cada vez me gusta más, que aparece al final de los cuentos completos, ese tipo que lo sabe todo. Claramente no soy yo, y por eso me gustarÃa seguir escribiendo sobre élâ, confiesa, sentado ante la mesa que preside su living, antigua, casi majestuosa, tapada de libros. Es el único mueble que merece una segunda mirada en un departamento funcional al extremo, a pesar de las dos décadas que lleva habitándolo. El amplio balcón, por ejemplo, es un rectángulo vacÃo. No hay ni una silla oxidada ni un par de macetas con tierra seca, testimonios al menos de algún intento fallido por incluirlo en la escenografÃa de su vida. Nada. âVeo que sos un amante de la naturalezaâ, le digo, después de asomarme. âAh, sÃ, soy un devoto de las plantas y los animalesâ, es su inmediata respuesta.
Ahora que ha editado sus cuentos completos, y empezó a imaginar el tomo con las nouvelles completas, el jubilado âal menos en Uruguayâ Gandolfo parece haber entrado en una nueva etapa de su vida. âCuando pasás los 65, hay algo que cambia. ¿Sabés quien lo describió perfecto? Ese monstruo que es Oliver Sacks. En la famosa columna que publicó en el New York Times cuando se enteró que tenÃa cáncer, decÃa que habÃa pasado a ver la realidad en un ángulo de 60 grados. No es que ya no te importa la guerra de Medio Oriente, pero la ves de otra manera, y te embobás con pelotudeces insignes como la luz del sol en los árboles, o alguna chica que pasa por ahÃ. Al mismo tiempo, la cabeza me funciona todo el tiempo, imaginando proyectos nuevos. Y te tranca mucho la parte económica, lo que no es ninguna novedad, pero a esta altura ya te rompe los huevosâ, confiesa Elvio, que también ha terminado entendiendo que su obra crÃtica está a la altura de su poesÃa y su narrativa, algo que âaclaraâ jamás se le habÃa ocurrido. Y por eso también ahora anda recopilando sus artÃculos, una vida escribiendo sobre otros, sin guardarse nada y con opiniones propias y a veces a contrapelo, pero siempre concretas y muy fuertes. Una de sus primeras notas largas en El Lagrimal, por ejemplo, un ambicioso repaso por la nueva novela argentina escrito con apenas 21 años, impresiona al releerla por su solidez y su contundencia al dejar de lado en los antecedentes a nombres como Marechal o Filloy, y a la hora de los nuevos apostar por Vanasco y un Puig que recién estaba empezando. âSobre Filloy, que siempre me pareció un bluff, tengo una anécdota increÃbleâ, revela Gandolfo. âUno de sus fanáticos un dÃa vino a verme con un regalo. Me traÃa una edición de La reina de las nieves subrayada por Filloy, que tenÃa anotaciones al margen que decÃan âestupidezâ o si no âotra boludezâ, hasta que al final habÃa trazado una lÃnea y escrito: âno leo másââ.
Pero Gandolfo sigue leyendo, en particular a los escritores nuevos. âLeo todo, y cada vez que me proponen ser jurado, acepto. Me gusta Luciano Lamberti, también ese loco chaqueño, Quirós, y me sorprendió Alejandro Güerri, al que le escribà una contratapa. Asà sea un autor nuevo o no, lo que le pido es pasión por la estructura, por el estilo, y que descubra lugares nuevosâ, enumera Elvio, que confiesa que lo que no se banca es a los que se creen escritores. âEl que cree en cierta carreraâ, explica. âEs algo que se nota en la escritura, porque es como si lo hiciera con la mirada de los demás arriba. O peor, sólo con algunos demásâ, agrega, y se rÃe cuando piensa en el precio que tuvo que pagar durante toda su carrera por sus opiniones. âHay gente de la que yo jamás comenté sus libros y que nunca me comentarÃan los mÃos en sus revistas. ¡Pero es un precio razonable! Y ojo que no considero que sea gente horrenda ni nada, eh. La cosa es asÃ, nomásâ, se rÃe, acostumbrado y curtido el autor del flamante Mi mundo privado, que escribió, explica, para dejar de quejarse por dos obsesiones idiotas con las que venÃa molestando a todos sus allegados.
âMe dije: dejate de joder. Y el cruce entre un video de la BBC y una novela que alguna vez pensé pero nunca escribà me llevaron a eso que yo llamo un descubrimiento, que es que la combinación de la realidad más la imaginación y la fantasÃa de cada uno, crean un mundo propioâ, resume Gandolfo, que asegura haber escrito la novela muy rápido, sin saber muy bien adónde iba, una frescura ây un cuelgeâ que se nota y se disfruta en su lectura, aunque a veces cueste percibir de qué se trata especÃficamente ese mundo privado. âPara mi está muy claroâ, asegura. âEn el fondo, se trata de mi ideologÃa. Yo defiendo mucho el escapismo, que hoy tiene muy mala prensa, tanto de parte de la religión, como de los comunistas, los peronistas o los macristas. Lo defiendo sobre todo como reacción ante el realismo de esto es lo que hayâ. Andá a cagar, hay más. Y el que siempre lo descubre es el cuentista, aún más que el novelistaâ.
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