Cuando tres años atrás se anunció que el cineasta Héctor Babenco llevarÃa al cine El pasado, de Alan Pauls, para muchos lectores de la novela âganadora del premio Herralde 2003â habrá sonado como una tarea imposible, si no anatémica. ¿Qué quedarÃa del relato de RÃmini y SofÃa, la pareja inseparable, tan perfecta pero hermética âcomo una obra de arteâ, hecha para siempre pero que, sin embargo, parecerÃa haber llegado a su fin? ¿Cómo proyectar sobre la superficie de la pantalla no tanto las acciones de lo que vino después, como algo del espesor de esas abrumadas vidas interiores acosadas por fantasmas? 4p3317
Un desafÃo todavÃa mayor: ¿cómo traducir al plano cinematográfico ese sutil, perturbado y perturbador manifiesto al amor, esa percepción hostigante y peligrosa de la pasión, de los celos y de la dependencia amorosa? ¿Cómo contar el pasaje de lo que alguna vez fue cotidiano, familiar e Ãntimo, y que de algún extrañÃsimo modo puede volverse ajeno, alienante, y hasta siniestro?
La novela narra la colisión entre dos estrategias opuestas ante la disolución de lo que alguna vez pareció indisoluble: la del que se embarca en una obstinación indolente por ignorar y hasta borrar las huellas de una vida en común; y la de quien se empeña obsesivamente en reconstruirlas y preservarlas, apelando a cualquier tipo de estrategia. Mientras RÃmini avanza, no siempre con convicción, por una sucesión de nuevos noviazgos, SofÃa reaparece una y otra vez, primero como una suerte de psicópata sentimental, y cada vez más como un fantasma empeñado en exhumar partes de aquella otra vida (o como âLa mujer zombieâ, tÃtulo que Pauls barajó mientras escribÃa su novela). Quien quisiera transponer El pasado a la pantalla, debÃa preguntarse necesariamente qué potencia cinematográfica se aloja en ese descenso de lo cotidiano a lo sobrenatural, e incluso también en cómo transmitir las innumerables manifestaciones del trauma que se inscriben en los cuerpos de los protagonistas, en las somatizaciones de RÃmini; su amnesia, o sus dÃas de cocaÃna y masturbaciones compulsivas. (Pura especulación, pero es casi imposible no preguntarse qué rumbo hubieran disparado todos estos materiales en manos de David Cronenberg.)
Babenco (el director de Pixote, El beso de la mujer araña, El difÃcil arte de amar; nacido en Mar del Plata hace 61 años; radicado en Brasil desde los â70) dijo un tiempo atrás: âNo estoy haciendo el libro en pelÃcula, y sà una pelÃcula basada en el libroâ. Pero ahora que El pasado se estrena en Buenos Aires el próximo jueves, deberá confrontar las expectativas de los muchos fanáticos que se ganó la novela: 550 páginas condensadas en casi dos horas monopolizadas por la presencia de Gael GarcÃa Bernal como RÃmini, y las apariciones cada vez más espectrales de AnalÃa Couceyro (la protagonista de Los rubios, de Albertina Carri) como SofÃa. Además de, sucesivamente, Moro Anghileri âcomo Vera, la celópataâ, Ana Celentano âCarmen, la madre del hijo de RÃminiâ y Mimà Ardú âla mujer madura y sexualâ como la primera, segunda y tercera mujeres después de la mujer.
Como prueba de las dificultades de la adaptación, Babenco cuenta que llegó al guión definitivo después de tres años de trabajo y nueve versiones, las dos primeras realizadas en colaboración con la brasileña Marta Goes. Luego se sumarÃan los aportes fundamentales de dos dramaturgos jóvenes: Federico León (autor de, entre otras obras, Cachetazo de campo, Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack y El adolescente, y director y codirector, respectivamente, de las pelÃculas Todo juntos y Estrellas, que se estrena dentro de poco) y, en una última etapa, Mariana Chaud, la autora de las obras Sigo mintiendo, Helecho, BudÃn inglés).
Convocados por Radar, Babenco, Couceyro, León y Chaud hablan del proceso de adaptación de la novela al guión, las discusiones sobre las miradas femenina y masculina, y el delicado descenso hacia lo emocional-sobrenatural de este relato sobre una persistencia, sobre la imposibilidad de una clausura amorosa.
Según cuenta en las notas de producción de la pelÃcula, Babenco leyó por primera vez la novela de Alan Pauls en el Aeropuerto de Ezeiza, durante un viaje que lo trajo de vuelta a la Argentina para visitar a su madre enferma. âDespués de la lectura de la novela quedé muy intrigadoâ, le cuenta a Radar. âHabÃa situaciones muy distintas del libro que se me volvÃan a aparecer una y otra vez, como polaroids. Situaciones que me resultaban muy atrevidas, muy únicas, pero con las que no conseguÃa hilvanar una historia. Sin embargo, habÃa situaciones muy fuertes con las diferentes mujeres, y también el personaje de RÃmini era muy claro para mÃ: habÃa una vulnerabilidad, una fragilidad medio pasiva que me interesaba mucho. Lo veÃa como un personaje de cine medio antiguo; creo que en RÃmini habÃa algo de los héroes del cine de la década del â60, de las cosas que hacÃa Antonioni, o de lo que respiraba Kieslowski en sus pelÃculas.â Un par de años y nueve versiones del guión después, Babenco y León le cuentan a Radar cómo fue el proceso de adaptación.
Héctor Babenco: Cuando empecé a escribir el libro, junto con Marta Goes, lo hice de una manera difÃcil. Empecé a trabajar en portugués cuando no habÃa una traducción del libro en Brasil. QuerÃa ambientarla y filmarla en San Pablo. Y me di cuenta, después de cinco meses y de dos versiones de guión, de que me costaba mucho escucharlo en portugués, y que tenÃa que hacerlo en español y en Buenos Aires. Porque los personajes tenÃan una textura y una densidad muy de Buenos Aires, de una determinada clase social, una determinada forma de actuar y de pensar y de ser. Y entonces me fui, valijas y todo, a Buenos Aires, donde Alan Pauls me presentó a Federico León, con quien me di muy bien y trabajé por varios meses en otras dos o tres nuevas versiones del guión.
Federico León: Fue un trabajo a partir de un guión que ya estaba escrito. Y fue la primera vez que trabajé en algo que no era mÃo. En un momento la novela quedó atrás y trabajamos sobre el guión ya escrito. Creo que Héctor necesitaba rebotar con alguien, más allá de la novela y del guión. Héctor venÃa trabajando hacÃa mucho y yo por ahà podÃa traerle una mirada más fresca. Creo que muchas veces el problema era crear escenas nuevas. A los dos nos pasaba que habÃa un mundo tan contundente en la novela que era muy difÃcil salir de él. Nos preocupaba cómo traducir eso: hay un montón de cosas en la novela que no están en el guión, y la cuestión era intentar cosas por fuera de la novela, condensar e inventar nuevos personajes o situaciones.
Babenco: Federico fue una especie de vigilante del libro, como un guardián que evitaba que nos escapáramos de la novela en ciertas instancias. Y eso por un lado me daba rabia y por otro me divertÃa mucho, porque me ayudaba a encontrar lo mejor que habÃa entre lÃneas en el libro de Alan. Nos fuimos acercando como quien va buscando oro en el fondo del rÃo, e Ãbamos encontrando pequeñas preciosidades aquà y allá, las Ãbamos estructurando y ordenando.
León: Cuando empecé a trabajar ya habÃa una selección de escenas. Hicimos un trabajo de volver a la novela, de recuperar algunas cosas que habÃan sido descartadas âcomo los diálogosâ para que fueran exactamente los mismos de la novela, que para mà funcionaban perfectamente. Pero habÃa otras cosas que no tenÃan que ver exactamente con la novela, y que para mà funcionaban mejor en el guión que Héctor venÃa trabajando: todo el inicio es muy sintético, está muy bien resuelto en la escena de la fiesta en la que se presenta una filmación con momentos de la relación de RÃmini y SofÃa.
Babenco: Fue una experiencia muy distinta de la de adaptar El beso de la mujer araña. Son libros muy diferentes, dos experiencias opuestas, y hay veinte años de diferencia entre el Héctor que escribió El beso... en la década del â80 y el Héctor de hoy. Es otra década, y éste es otro libro: aquél padecÃa de exceso de historia, y el de Alan es un libro mucho más denso, literario, de pensamiento, subjetivo, y no querÃamos romper con ese misterio que hay en la novela. Pero nos mantuvimos firmes en la idea de no dar ninguna otra información que la de la relación de los personajes entre ellos; nada de justificarlos ni de explicar quiénes son, ni de dónde vienen, ni qué pasa entre un momento dramático y otro.
León: Yo siempre genero mis proyectos, escribo y dirijo mis cosas, y acá pensé: âEs el proyecto de otra persona y yo puedo opinar, pero la última palabra la tiene Héctorâ. Es su pelÃcula y ahà habÃa algo que me liberaba: yo podÃa proponer mis ideas y lucharlas hasta el final, y después quedaba lo que le servÃa. Llegábamos a discusiones muy fuertes creativamente hablando, lo cual estaba muy bien porque yo después no tenÃa la responsabilidad de decidir. Correrme de mi lugar y observar el trabajo tan apasionado de otra persona fue muy interesante. Asistà a los tres últimos meses del trabajo de alguien que estuvo como tres años con un proyecto las 24 horas, una persona muy posesionada con lo que hace.
Sobre el final de la adaptación del guión, Federico León tuvo que viajar por compromisos laborales. Fue entonces que Babenco sumó la colaboración de Mariana Chaud, de quien el director dice: âFue una encantadora sorpresa porque conseguimos redondear y darle algo femenino al proyecto que me gustó muchoâ. Ella ayudarÃa a definir uno de los problemas centrales de la pelÃcula: la decisión sobre el punto de vista de la narración. ¿Masculino o femenino?
AnalÃa Couceyro: Yo ya habÃa leÃdo el libro y me parecÃa genial, tanto la novela como el personaje de SofÃa. La pelÃcula está obviamente muy recortada y lo difÃcil me parece que son las elipsis. En la pelÃcula, el personaje de SofÃa, después de la separación, aparece en momentos de mucha intensidad, y es un personaje que genera cambios, que acciona; a diferencia del personaje de RÃmini, que no acciona. En la novela hay un montón de información sobre SofÃa y sobre RÃmini y sobre el vÃnculo de ellos, que está condensada en esas escenas. Yo llegué al personaje con mucha información. Y el hecho de que en la pelÃcula todas las escenas de SofÃa sean tan intensas, hace que cada vez que aparece se produzca un salto. Hay algo del devenir del personaje y de cómo llega a un lugar de intensidad. SofÃa, en la pelÃcula, no tiene casi escenas de transición. En ese sentido me parece que toda la información que yo tenÃa del personaje ayudaba a entrar en ese territorio de quiebre con mayor facilidad.
León: Si bien en la novela sà hay mucha historia, en el sentido âanecdóticoâ, me parece que la adaptación pasaba más por hablar sobre el tono. Por un lado, intentar traducir lo que a Héctor le habÃa pasado cuando leyó la novela. A mà me gustó muchÃsimo y me interesaba ver qué pasaba, habÃa algo pasional; ver qué relación tenÃa cada uno con la novela, con sus ex novias, con la separación, con reencontrarse con una ex novia después de muchos años; rescatar ese mundo y esos estados y poder traducirlos de alguna manera. Pero además un trabajo sobre el lugar de RÃmini; sobre quién es el protagonista, si RÃmini o SofÃa: sobre el punto de vista.
Couceyro: Debido a que en la pelÃcula SofÃa reaparece de a saltos, el espectador no ve cómo llega a cada escena. Para cuando llegamos a la escena de la plaza, que es central y muy intensa, es obvio que hubo un quiebre absoluto, que ella es alguien que quedó muy fija en un vÃnculo. Hay algo horrible e incómodo. Me parece que a todo el mundo en algún momento le pasó, con algún vÃnculo amoroso, de decir: â¿Cómo alguien con quien vivà tantas cosas o tanta intimidad de repente se transforma en un extraño?â. Sucede que en general no se llega a niveles tan fuertes de corrimiento de la realidad, de ver a alguien tan deteriorado. Pero también creo que lo que estamos viendo siempre es la mirada de RÃmini, una persona que tampoco se puede conectar mucho, que nunca termina de entrar en o muy profundamente con esas mujeres. A las mujeres en la pelÃcula se las ve siempre a través de los ojos de él.
Mariana Chaud: Creo totalmente que es una mirada masculina. En parte porque es una novela escrita por Alan y una pelÃcula hecha por Babenco, pero además porque hay un intento por entender las maneras y la mente femeninas, y Héctor basó mucho su guión en eso, estuvo guiado por ese interés. DecÃa todo el tiempo que las mujeres lloraban al ver Adela H, la pelÃcula de Truffaut. O con cada vez que se hablaba de las separaciones: las mujeres se identifican con esa parte de la novela o de la pelÃcula, con SofÃa no pudiendo dejar a RÃmini. Héctor estaba bastante atrapado por estas charlas e institutos de mujeres con problemas de âamar demasiadoâ, eso lo tenÃa muy intrigado. La novela me pareció mucho más enfocada en RÃmini y en su conciencia, y al trabajar en el guión lo vi más enfocado en las mujeres. En parte porque, en la novela, RÃmini es pura interioridad y pura subjetividad, y no hay cómo manifestar todo lo que le pasa en la pelÃcula.
Couceyro: Yo no sabÃa cómo iba a ser recibida la pelÃcula, pero lo que se vio en las proyecciones que se hicieron en Brasil fue que muchos hombres se sintieron involucrados en la historia. Es una visión muy masculina la que tiene, no digo machista; no creo que esté tratando de tejer una tesis sobre el universo femenino, del tipo de âtodas las mujeres están locasâ. Pero me parece que el punto de vista es masculino, como en la novela, donde muchos hombres se sienten identificados con la imposibilidad de distanciarse de ciertas mujeres que cumplieron un rol muy importante en sus vidas. Conozco muchos hombres que me han dicho: âYo fui SofÃa con tal relaciónâ. Después de una proyección de la pelÃcula a la que asistà en Brasil, un hombre me comentó la interpretación que habÃa hecho: que SofÃa es un poco la madre de RÃmini. Es una lectura más psicoanalÃtica de los personajes, que yo no habÃa pensado antes; me parecÃa muy divertida la comparación. Como una idea de autorÃa, de que todo el tiempo SofÃa se cree la autora de RÃmini, porque lo educó, porque crecieron juntos, porque ella le enseñó cosas.
Babenco: En este trabajo no hay nada de mi experiencia personal: sólo la constatación de que una vez que la pareja se separa, termina un modelo de relación, pero empieza otro, y de que no se ha hablado mucho de eso, de ese momento, de cómo funciona la separación en el hombre y la mujer a través del tiempo, de buscar la permanencia del amor y las diferentes manifestaciones que puede tener el amor una vez que la pareja se ha separado. Muchas pelÃculas terminan con una separación, la nuestra empieza con una separación, y en ese sentido creo que la pelÃcula es bastante radical.
Couceyro: La pelÃcula es un melodrama; debido a los recortes y a los saltos temporales, tiene muchos picos y efectos melodramáticos. Pero es un melodrama raro, difÃcil de encasillar. El tema es básicamente el amor, pero no en un sentido utópico.
Chaud: ¿Si conozco historias asà de celos y amores que no se cortan? Sà y creo que ése es el punto más interesante, porque es donde el tono natural de la historia de una separación se transforma en una historia más sobrenatural, más extraordinaria, más loca. Es algo que pasa mucho en la vida real: pasan estas cosas y peores, y las casualidades terribles que cuenta la novela y la pelÃcula también pasan en la vida real.
Couceyro: Héctor hizo mucho hincapié en que todo el principio de la relación fuera muy racional, en que no se entreviera, no se adelantara demasiado lo que iba a pasar después. Pero en un punto es obvio que la lectura es: âSÃ, SofÃa se volvió locaâ. Aunque yo nunca lo pensé asÃ: nunca confié en eso para actuar, nunca conviene partir de la base de que un personaje está o se vuelve loco; es un juicio, y eso te limita. Y el comportamiento de SofÃa tiene mucha lógica, aunque sea una lógica destructiva. SofÃa también tiene algo de heroÃna romántica a pesar de todo, incluso a pesar de la realidad de que el otro ya no esté; me parece que la referencia que se hace en la novela y en la pelÃcula a Adela H, la pelÃcula de Truffaut, es muy clara: está esa idea de âel amor a pesar de todoâ.
Babenco: Siempre he dicho que la pelÃcula trabaja con todos los elementos del melodrama. Pero cuando leà la novela me vino también un poco a la cabeza El bebé de Rosemary: la historia tenÃa un clima de aparente normalidad, pero con una gran locura latiendo por abajo, en el subtexto.
Couceyro: Hay algo del personaje de SofÃa que bordea lo fantástico. Es como un fantasma. Como si hubiera quedado hechizada por ese pasado que está ahà fijo en las fotos compartidas de ambos. Era interesante mezclar lo psicoanalÃtico del vÃnculo de los personajes, con un componente más extrañado, fantástico, como si fuera âla novia sin cabezaâ, que ha quedado vagando como un alma en pena hasta poder liberarse.
Chaud: Hacia el final, con las escenas del grupo de âLas mujeres que aman demasiadoâ, la historia se pone más fellinesca. Pero me llama la atención esa extraña complicidad que se arma entre mujeres hablando sobre hombres, sobre el amor, en las que todo está permitido y, a la vez, que esta relación entre mujeres sea tierna, de comprensión total. Hay una idea de que todo se puede hacer por amor. Ese podrÃa ser uno de los temas de la pelÃcula: que el amor todo lo justifica.
Babenco: Siempre me interesó que la novela no tuviera género. Hoy, con la pelÃcula terminada, la veo como un thriller sentimental. Son dos palabras que aparentemente no se conjugan: el thriller con una pelÃcula que trabaja con emociones, casi de culebrón, pero que a la vez también lo hace de manera muy seca. Como una especie de melodrama deshidratado. Me pareció que la novela ofrecÃa la posibilidad de escribir un melodrama sin grasa, muy minimalista. Pensé mucho en el cine de Kieslowski: cómo ser económico y objetivo en la narración, y, al mismo tiempo, cómo no tenerle miedo al conflicto sentimental. De eso se trata la pelÃcula.
Cuando escribo, no veo. No tengo imágenes. Sólo hay frases, secuencias de ideas, en el mejor de los casos música. Escribir ficción es un proceso que rara vez tiene una dimensión figurativa. Por eso me es tan difÃcil pensar en adaptar al cine lo que escribo. No se trata sólo de aceptar que otro vea por mÃ, que otro sea mis ojos. Se trata de aceptar que otro sea mis ojos para ver algo que, si existe, sin duda no existe para mà en el reino de lo visible. Esa incredulidad de base, que ha minado desde siempre la relación entre mi pasión por la literatura y mi pasión por el cine, explica que hace unos años, cuando Héctor Babenco me llamó para preguntarme en qué situación estaban los derechos de El pasado para cine, lo primero que se me ocurrió pensar fuera:
âEstá loco.
Me llamaba desde una isla, según creà entender, o quizá me contaba que habÃa leÃdo la novela en una isla, en tiempo record. (Claro que en una isla el tiempo record no cuenta demasiado: nunca hay nada que hacer, de modo que uno lee muchÃsimo y a toda velocidad.) Y mientras me preguntaba desde cuándo habÃa teléfono en las islas, le dije:
âEstás loco.
âSeguramente âme dijo élâ, pero leà la novela y la veo.
En realidad, en ese momento, âEstás locoâ querÃa decir dos cosas. Una: âEste tipo quiere hacerse pasar por mis ojosâ. Dos: â¿Cómo es capaz de ver una novela como la mÃa, que es pura, anacrónicamente literaria?â. Es cierto que esa pretensión un poco impertinente tal vez define lo que es hoy ser un cineasta: ser los ojos de un mundo cada vez más ciego. Pero el llamado de Héctor, tan precoz âhacÃa sólo tres meses que la novela se habÃa publicadoâ, cayó sobre mà como una especie de relámpago. De modo que le dije eso, que estaba loco, pero agregué enseguida âantes de que pudiera cortarme el teléfonoâ que los derechos estaban libres. No creÃa del todo en la idea. Creà en su entusiasmo, en la manera a la vez prepotente y dubitativa en que acababa de hacer crujir mi plácida vida de escritor autista. Creà en lo que podrÃamos llamar âsi la palabra no estuviera tan devaluada por bombas que hacen volar subterráneos y hooligans pasados de cervezaâ un fanatismo. Pero, una vez más: ¿cómo un cineasta, alguien que básicamente se dedica a tener visiones, podrÃa ser otra cosa que un fundamentalista? Herzog hay uno solo, pero todos los cineastas son, a su modo, Herzog.
Con los dÃas, disipado el desconcierto inicial, la irrupción de Babenco fue acomodándose de a poco, como esas sorpresas intempestivas âpersonas, objetos, impresiones, recuerdosâ que tardan en hacerse un lugar que sin embargo, si lo pensamos bien, ya de algún modo les estaba destinado. Poco a poco, Babenco dejaba de resultarme un desconocido. Fui repatriando una vieja escena con él que ni yo mismo sabÃa hasta qué punto se conservaba intacta en alguna habitación de mi cabeza. 1982. Yo era joven y tenÃa un trabajo imposible: era jefe de redacción de una revista de cine en un paÃs que no tenÃa cine, que no lo producÃa, no lo importaba y quizá tampoco lo deseaba. Es decir: escribÃa sobre objetos inexistentes que sólo mi imaginación, mi necesidad desesperada de cinéfilo y mi desconsolada orfandad me inducÃan a ver. Yo también, a mi manera, era un vidente. Alucinaba todo el cine que no podÃa ver desde el cuarto trasero de una editorial de libros bastante poco glamorosa, parapetado detrás de una pared de cajas de cartón que cada tanto, vencidas por la humedad, se desplomaban sobre mi máquina de escribir y abortaban de mala manera el artÃculo que estaba escribiendo. Mi masterpiece, recuerdo, fue la crónica melancólica y gozosa de un fracaso: habÃa viajado a Nueva York y me habÃa pasado toda una tarde dando vueltas por una plaza, tratando no de entrevistar a Wim Wenders sino sólo de detectar a lo lejos las ventanas de su productora, que âsegún habÃa leÃdo en una revista extranjeraâ daban a Washington Square.
En eso aterrizó en Buenos Aires un director argentino-brasileño. VenÃa a presentar una pelÃcula plagada de premios: Pixote. La pelÃcula, como el mismo Babenco, parecÃa venir de otro planeta, un planeta donde algo llamado cine todavÃa existÃa (aunque el cine brasileño languidecÃa casi tanto como el argentino). Esa sola evidencia bastó para sacudirme. Lo entrevisté. Durante dos horas lo martiricé, creo, con preguntas que duraban párrafos y jamás terminaban en signos de interrogación, y en un momento Babenco, que todavÃa no habÃa llevado su portuñol a la cima sofisticada desde donde lo habla hoy, me contó del proyecto en el que estaba trabajando entonces: la adaptación de El beso de la mujer araña de Manuel Puig. Y de golpe, con una franqueza que me congeló la sangre, se puso a hablar de los problemas que le planteaba la novela. Uno en particular, que parecÃa volverlo loco: qué hacer con esos momentos en que Molina, el gay del dúo protagónico, vuelve una y otra vez al mismo restaurante sólo para ver al mozo del que se ha prendado, para pedirle una ensalada, siempre la misma, y extasiarse viéndolo condimentarla y revolverla en su mesa, a su lado. Qué hacer con la elocuencia intraducible de ese trozo de banalidad. Porque no la podÃa dejar escapar; tenÃa que hacer algo con eso. En esa escena menor, Babenco veÃa una especie de clave del personaje de Molina, un emblema dramático de la afectividad gay, pero también ây esto era lo que más hacÃa titilar mi sistema de alerta de escritor y de cinéfiloâ un punto crÃtico del proceso de adaptación, de esa versión de Puig en la que estaba trabajando pero también, en general, del paso de la literatura al cine.
El llamado desde la isla, pues, no habÃa sido tan intempestivo. TenÃa casi veinte años de historia, y en esa historia confluÃan algunas de las cosas que más me han interesado en la vida: la literatura, el cine, la ficción de Manuel Puig, el secreto extraordinario de la banalidad, la relación siempre problemática entre lo que se escribe y lo que se ve. Tal vez por eso, porque Babenco habÃa quedado para mà en el centro de esa pequeña constelación de objetos de deseo, le dije veinte años más tarde que los derechos de la novela estaban libres, aun cuando me parecÃa descabellado que sus quinientas y pico de páginas escritas en la ceguera más absoluta, en la negación de toda imagen, se convirtieran en una pelÃcula. Pero también, y sobre todo, porque en ese año-páramo de 1982, en Buenos Aires, cuando el cine me parecÃa algo imposible, un lujo exclusivo de civilizaciones remotas, Babenco y Pixote me habÃan demostrado que estaba más cerca, mucho más cerca de lo que pensaba. Además de su fabuloso sentido del timing, que la hizo intervenir en mi joven vida exactamente cuando debÃa, lo que me queda hoy de esa escena ââla escena de Babenco y la ensaladaâ, como terminaron llamándola los diligentes burócratas que bautizan en silencio las partes de mi pasado que valen la penaâ es una triple lección. Una lección de lectura: Babenco leÃa a Puig muy bien; es decir: leÃa en Puig lo que el cine nunca habÃa podido mirar de frente: la potencia de una nada sin coartadas, la nada de lo banal. Una lección de encarnizamiento: Babenco perseguÃa la ficción de Puig en el punto exacto donde la ficción de Puig más parecÃa resistÃrsele. Una lección de valor: al revés de lo que habrÃa hecho un cineasta menos insensato, Babenco no se sacaba el problema de encima: lo convertÃa en el verdadero corazón de su trabajo. ¿Es eso âestar locoâ? ¿Esa extraña combinación de perspicacia, obstinación y ganas de meterse en problemas? No lo sé. Pero en algo parecido a eso debÃa estar pensando yo cuando Babenco me llamó desde el único teléfono de su isla falsa y me dijo gritando âasà de malos son los teléfonos de las islasâ que veÃa mi novela y yo le dije primero âestás locoâ y después que sÃ, que se tomara nomás los dos meses que necesitaba para releer la novela y ver si la seguÃa viendo y que después habláramos.
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