Cuando era estudiante en los â60, era fan de la ciencia ficción. Un gran fan. Incluso iba a clases especiales sobre el tema. Nuestro autor favorito era Philip K. Dick. TenÃa tÃtulos tan raros: La penúltima verdad, We Can It For You Wholesale y, el mejor de todos, ¡Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (que después se convirtió en la pelÃcula Blade Runner). 19221a
El tema en todo el trabajo de Dick es que âlas cosas no son como parecenâ. Lo que percibimos no es el mundo real, sino una fachada detrás de la que se esconde una realidad mucho menos placentera. Uno de mis fragmentos favoritos de su obra es éste, del cuento âTime Out Of tâ de 1959:
âEl puesto de refrescos se cayó hecho pedazos. Moléculas. El vio las moléculas, incoloras, sin cualidades, que lo formaban. Después vio a través, en el espacio más allá de él, vio la colina detrás, los árboles y el cielo. Vio que el puesto de bebidas desaparecÃa de la existencia, junto con el vendedor y la caja registradora... En su lugar habÃa una hoja de papel. Estiró la mano y tomó esta hoja de papel. En él habÃa impresas letras mayúsculasâ.
La idea ha sido un tema constante en mis estudios de la ezquizofrenia. ¿Cómo puedo estar seguro de que el otro está alucinando mientras lo que yo percibo es la realidad? Este también es el tema de mi libro, Descubriendo el poder de la mente: todo lo que sé del mundo es una construcción hecha por mi cerebro a partir de los crudos signos que vienen de mis sentidos. No veo el puesto de bebidas. Lo que recibo de mi cerebro es el equivalente al pedazo de papel de Dick.
Pero soy más optimista que Dick porque creo que la realidad que nunca puedo alcanzar del todo es probablemente bastante agradable. Y, crucialmente, puedo compartirla con otra gente.
Una experiencia de lectura crucial me sucedió hace 40 años, cuando me topé con el relato asombroso y poético de un hombre con una memoria extraordinaria, casi ilimitada. El libro era La mente del mnemónico, y leà sus primeras páginas creyendo que se trataba de una novela, porque me recordaba un cuento sobre otro hombre de memoria fabulosa, âFunes el memoriosoâ, de Borges.
Después me di cuenta que se trataba de un caso real, el más detallado que yo habÃa leÃdo, lleno de observaciones minúsculas e investigaciones profundas, pero repleta del drama y la sensibilidad de una novela. El autor, Alexander Luria, publicando bajo el nombre A.R. Luria, era un famoso psicólogo en Rusia. De hecho, era el fundador de esa ciencia sistemática que llamamos neuropsicologÃa. El también sintió, desde muy temprano en su vida, que ninguna ciencia âclásicaâ, ningún acercamiento reduccionista, podrÃa jamás abrazar la totalidad, la realidad de la vida.
En las décadas anteriores, Luria habÃa publicado una serie de asombrosas monografÃas sobre la afasia y el desarrollo del lenguaje, entre otros temas, asà como su monumental Higher Cortical Functions in Man. Pero recién en su década final, entre los â60 y los â70, se sintió libre de publicar ejemplos de lo que llamaba âciencia románticaâ: una ciencia que abrazara la totalidad de lo que significa ser un individuo único.
El Mnemonist me mostró que era posible ânecesario, de hechoâ escribir sobre el impacto de una condición inusual, ya fuera el efecto de una lesión cerebral o algo âpositivoâ como una memoria prodigiosa. Primero, necesité escribir desde la perspectiva de una ciencia analÃtica y reductiva, y después, desde el de una narrativa ârománticaâ, casi una ciencia novelÃstica.
Luria pensaba que las historias novelÃsticas de sus casos eran su trabajo más personal, y fueron por los que, dada la represión soviética, debió esperar casi 60 años para publicar. De esos, La mente del mnemónico fue la inspiración para mi libro Despertares que, por supuesto, le dedico. La tarea de Luria âcombinar lo clásico y lo romántico, la anatomÃa y el arte, la ciencia y la narraciónâ se ha convertido en la mÃa. Su âpequeño libroâ, tal como él lo llamó (consiste en apenas 100 pequeñas páginas), cambiaron para siempre el foco y la dirección de mi vida.
Es un libro muy poco conocido, pero realmente significó mucho para mÃ. Fridtjof Nansen, el explorador y cientÃfico sueco, escribió Hacia el Polo, que yo debo haber leÃdo cuando era un pibito nerd de unos doce años.
Es el relato de un intento, a fines del siglo XIX, de estar a la deriva entre el hielo del Artico en un barco de madera llamado Fram, que quiere decir âhacia delanteâ. Era una expedición meteorológica, biológica y geográfica. El barco se quedó estancado en la nieve asà que Nansen, acompañado por otro miembro de la tripulación, se lanzó con un trineo tirado por perros y un kayak en un intento de alcanzar, entonces, el Polo Norte. Aunque eventualmente se vieron obligados a volver, llegaron más cerca del Polo de lo que cualquiera lo habÃa hecho hasta el momento.
Era uno de estos libros muy, muy arriesgados. Lo que hicieron fue increÃblemente valiente; fue un poco como Scott de la Antártida, pero mucho menos conocido. Recuerdo vÃvidamente lo fascinado que estaba al leerlo. Debe tener unas mil páginas de letra muy chica, enormemente largo, enormemente detallado y enormemente discursivo. Me dio la idea de que querÃa hacer expediciones y descubrir cosas. Realmente debe haber sido bastante formativo porque durante muchos años eso fue exactamente lo que hice.
Lo curioso es lo claros que son mis recuerdos. Iba a la biblioteca en el nefasto suburbio de Merseyside, Lower Bebington, donde vivÃa. Mi mamá siempre llamaba al bibliotecario y le gritaba para que me mandara de vuelta a casa, o me sacara de ahà para que fuera a jugar al fútbol. Pero yo me escurrÃa de vuelta hacia la biblioteca.
Recuerdo estar parado en el frÃo glacial de esa biblioteca municipal, apoyado contra uno de esos radiadores anticuados para mantenerme tibio. DÃa tras dÃa me paraba ahà leyendo el libro; lo volvÃa a poner en el estante, y volvÃa al dÃa siguiente. Me debe haber tomado siglos terminarlo.
Es extraño que tenga recuerdos tan vÃvidos de leer ese libro en particular, porque he leÃdo miles de libros desde entonces. Pero ése es el que recuerdo más que cualquier otro.
Además, creo que fue el primer libro que leà acerca de la forma en que se hace la ciencia, más que sobre la ciencia en sà misma. Y realmente me gustó la idea de salir ahà afuera con la naturaleza y observar las cosas. Definitivamente se me quedó grabado. También me provocó un interés real en los mapas. Me fascinaban de una manera que, se puede decir, también me quedó grabada, porque he pasado el resto de mi vida haciendo mapas de secuencias de genes en caracoles.
Releà Hacia el Polo de adulto, una versión condensada que era cerca de un tercio del largo original. En primer lugar me alucinó haber leÃdo el libro entero siendo un adolescente. Pero en segundo lugar, con gran tristeza, me deprimió lo aburrido que era. Nansen y su compañero se levantaban y hacÃan el té. Después salÃan y medÃan la temperatura. Después alimentaban a los perros y se iban a la cama. Una y otra vez.
Pero quizá siempre es asÃ: los libros que nos cambian en la juventud siempre nos resultan una decepción, cuando no directamente una vergüenza, cuando somos adultos.
El Manual de funciones matemáticas de Milton Abramovich y Irene Stegun es uno de los libros que me llevarÃa a una isla desierta. Resiste infinidad de relecturas. Sus âpersonajesâ, las funciones ortogonales, las funciones esféricas de Bessel, los polinomios de Legendre, etc, se comportan de modo tal que hacen parecer a los Soprano como postes de madera. Hay infinitos e impredecibles giros en la âtramaâ, con repentinas revelaciones, âcomo si uno descubriera que un Soprano es en realidad un primo segundo de los Walton. Como la Biblia o el Corán, captura la sabidurÃa de siglos, aunque esta sabidurÃa es más confiable, de validez universal y fuente de armonÃa en vez de conflicto.
No estoy seguro del modo en que este libro me influenció, igual que una pareja o un amigo confiable de años, excepto de un modo inconsciente. Pero sé que le debo mucho. Puede que el software matemático sea hoy capaz de realizar mucho de lo que este libro ofrece, pero en una isla desierta las baterÃas de la laptop no durarÃan demasiado.
Alicia en el PaÃs de las Maravillas y A través del espejo estuvieron entre los primeros libros que leÃ. Yo era Alice: compartÃa su nombre, su pelo largo, su ensoñación abstraÃda, y su preferencia por la lógica y la imaginación sobre el sentido común. Yo también estaba azorada por la ceguera de los adultos, en especial por su incapacidad para reconocer que los niños eran más lúcidos que ellos. TodavÃa sigo azorada por eso.
A los 20, Alicia me cambió la vida. Me inscribà en la Universidad de Oxford en vez de hacerlo en el Instituto de TecnologÃa de Massachusetts (MIT), y me convertà en una psicóloga empirista en vez de en una filósofa chomskiana. Y todo por unas motas de sol sobre el Támesis y el vistazo de un portón en un jardÃn londinense.
A los 50, Alicia me sigue acompañando en mi trabajo sobre las teorÃas, la imaginación y la conciencia. Sus libros ejemplifican el nexo entre lógica e imaginación, y entre ambos y el amplio espectro de la conciencia en la infancia. Nuestra habilidad única para entender el mundo mediante la creación de teorÃas es la misma habilidad que nos permite imaginar mundos posibles: la ciencia y la ficción tienen cimientos compartidos.
Para los niños, teorizar e imaginar son actividades intensas: dedican cada minuto a aprender y pretender. Charles Dogson, el tÃmido lógico matemático de Oxford, y Lewis Carroll, el salvaje y desinhibido maestro del nonsense y la imaginación, estaban fundidos en esa nena en el jardÃn. Cada cientÃfico y cada niño son la nena seria y atenta que sigue sin miedo a la evidencia y a la lógica, no importa donde la lleve âincluso a través del espejo y dentro de la guarida de un conejoâ.
De chico, un libro me abrió los ojos y lanzó mi carrera hacia el futuro. Fue la TrilogÃa de la Fundación de Isaac Asimov, sobre el auge y caÃda de una civilización galáctica decenas de miles de años más avanzada que la nuestra. Me forzó a hacerme esta pregunta: ¿qué tecnologÃas que son consideradas imposibles ahora pueden ser posibles dentro de miles de millones de años? Usualmente, cuando los cientÃficos dicen que ciertas cosas son imposibles ânaves espaciales, invisibilidad, máquinas del tiempo, telepatÃa y demásâ quieren decir que estas cosas son imposibles con la tecnologÃa actual. Pero leyendo a Asimov, me hice una pregunta diferente: ¿hay una ley de la fÃsica que impida estas tecnologÃas?
Me di cuenta rápidamente que tenÃa que aprender la fÃsica más avanzada para responder a esta simple pregunta. Por eso escribà Physics of the Impossible, para explorar cuándo (y si) estas tecnologÃas podÃan volverse comunes. Terminé confirmando algo sorprendente: no hay una ley fÃsica que impida muchos de los dispositivos más imaginativos de la ciencia ficción. Mucho de lo que hoy consideramos imposible puede volverse posible.
Recuerdo el año en que supe que querÃa estudiar el comportamiento animal. TenÃa once años y habÃa un invitado en casa, lo que significaba que tenÃa que dejar mi habitación y mudarme a una pequeña pieza en el altillo. La mayorÃa de los animales que tenÃa en mi habitación tenÃan que venirse conmigo. Los peces en su pecera se podÃan quedar, pero todo lo demás âinsectos, caracoles, lombrices, y sobre todo los hamsters con sus ruidosos hábitos nocturnos, se tenÃan que ir. Yo estaba seriamente disgustada, y decidà vengarme dejando mis hamsters en la habitación, escondidos para que escaparan a la atención de mi madre. Encerrada en el altillo esa noche, sentà un placer perverso pensando en que el visitante que ocupaba mi habitación no podrÃa dormir en toda la noche gracias a mis hamsters. No contaba, sin embargo, con el visitante: un tal Leonard Waight, del Tesoro Británico.
Dos dÃas después de que se fuera, recibà un libro con una dedicatoria: âPara Marian, de un amante de los animales a otroâ. El libro era El anillo del Rey Salomón de Konrad Lorenz, y estaba lleno de atractivos detalles sobre las vidas y el comportamiento, no sólo de hamsters, sino de ratas de agua, cornejas y gansos. El mensaje era que si uno estaba preparado para ser paciente, mirar y escuchar, uno podÃa realmente entrar en sus mundos y comunicarse con ellos en su propio lenguaje.
Todos âpadres, tÃos, tÃas, la escuelaâ me dijeron que era imposible estudiar el comportamiento, la psicologÃa o las mentes de los animales porque no era un tema âadecuadoâ. Me resigné a ganarme la vida como veterinaria mientras mantenÃa una casa llena de animales, como habÃa hecho Konrad Lorenz. Después, cuando tenÃa 14 años, me encontré con Herring Gullâs World, de un holandés llamado Niko Tinbergen, esta vez en una biblioteca. A juzgar por la cantidad de tiempo que Tinbergen pasaba mirando las gaviotas, los holandeses estaban iluminados, y consideraban al comportamiento animal como un tema adecuado. Al principio, no me di cuenta que la mayor parte del tiempo mirando gaviotas lo habÃa pasado en el norte de Inglaterra, y sólo cuando devolvÃa el libro encontré una única y electrizante frase dentro de la solapa polvorienta, que indicaba que Tinbergen estaba enseñando comportamiento animal en la universidad de Oxford.
Para mi sorpresa, descubrà que era posible ir a Oxford, pasar tres años leyendo para obtener un tÃtulo en zoologÃa y asistir a clases sobre comportamiento animal dictadas por Niko Tinbergen. Lo hice. Y toqué el cielo.
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