Historia e historias privadas. Un manifiesto en época de manifiestos y una vida que se ajustó a sus fundamentos como si se calzara un guante. âEl Nuevo Cancionero rechaza todo regionalismo cerrado y busca expresar al paÃs todo en la amplia gama de sus formas musicales. Se propone depurar de convencionalismos y tabúes tradicionalistas a ultranza, el patrimonio musical tanto de origen folklórico como tÃpico popular. Alentará la necesidad de crear permanentemente formas y procedimientos interpretativos, asà como obras de genuina identidad con el paÃs de hoy, que enriquezcan la sensibilidad y la cultura de nuestro puebloâ, afirmaba el Manifiesto Fundacional del Nuevo Cancionero, datado en Mendoza, el 11 de febrero de 1963. Era la proclama de un movimiento marginal, rechazado por la industria musical y surgido fuera de la élite del llamado folklore, que sentaba sus bases en el Noroeste. Y Mercedes Sosa, nacida en ese Noroeste pero afincada en Mendoza, crecida como intérprete en recitales universitarios y en un mundo intelectual que tenÃa a su marido de entonces, el compositor Oscar Matus, al guitarrista y compositor Tito Francia y al poeta Armando Tejada Gómez como algunos de sus actores principales, no sólo hizo suyo aquel manifiesto sino que acabó convirtiéndolo en la norma de ese género que, inicialmente, la habÃa impugnado. 3z2ru
Fue la historia privada, sin embargo, la que acabo modificando a la otra. En 1965 Matus abandonó a Sosa, y ella viajó con su pequeño hijo a Buenos Aires. TenÃa ya un disco grabado, en 1961 (La canción de la zafra, RCA) y aquà registró otro, para un sello independiente (Canciones con fundamento, Ediciones El Grillo). Ambos tenÃan una mayorÃa de canciones de Matus y Tejada Gómez y, como si se buscara explÃcitamente un enclave diferenciado del que identificaba al folklore más consagrado, el eje temático y estilÃstico aparecÃa mucho más cerca del litoral que de los valles calchaquÃes. En ese entonces comenzó a actuar en peñas (âApoyará y estimulará el espÃritu crÃtico en peñas, y organizaciones culturales dedicadas a la difusión de nuestro acervoâ, indicaba el Manifiesto) y a ser escuchada por músicos influyentes. Uno de ellos, Ariel RamÃrez, dijo, según dicen, âen el folklore una mujer no vendeâ y se negó, en ese momento, a tenerla en cuenta. Otro, Eduardo Falú, la incluyó en un breve pasaje de su Romance de la Muerte de Juan Lavalle, que tenÃa a Ernesto Sabato como coautor y recitante. Mercedes Sosa cantaba allà una vidalita, âPalomita del valleâ, pero, sobre todo, inauguraba la relación con Philips, uno de los sellos grandes y el que tuvo una polÃtica más definida en cuanto a la edición de folklore durante la década de 1960. Pero en 1965 habÃa ocurrido algo más. En enero, la comisión directiva del Festival de CosquÃn la habÃa rechazado (âYo siempre tuve problemas con la comisión, no sé por qué... En ese tiempo porque era comunista, sigo siéndolo, pero por entonces era mala palabraâ, contó Sosa, mucho después). Pero ella subió al escenario invitada por Jorge Cafrune. âYo me voy a atrever, porque es un atrevimiento lo que voy a hacer ahora, y me voy a recibir un tirón de orejas por la Comisión, pero qué le vamos a hacer âsiempre he sido asÃ, galopeador contra el vientoâ. Les voy a ofrecer el canto de una mujer purÃsima, que no ha tenido oportunidad de darlo y que como les digo, aunque se arme bronca, les voy a dejar con ustedes a una tucumana: Mercedes Sosaâ, dijo, para presentarla. âCanté con una cajita, nomás. Tuve un éxito muy grande, y ahà ya me contrató la Philips para grabar. Fue una actuación muy importante en mi carrera. Es más, fue la definitivaâ, relató la cantante. La canción era âCanción del derrumbe indioâ, de Figueredo (âTuve un Imperio del Sol, grande y feliz, el blanco me lo quitóâ). Y fue la segunda, después de la fundante âZamba para no morirâ, de Hamlet Lima Quintana, Ambrós y Rosales, en Yo no canto por cantar, su primer disco para Philips, publicado en 1966.
Allà empieza una segunda vida. Y el hecho de que ese mismo año el sello haya insistido para sacar un segundo disco, debido al éxito de ventas del primero, es un dato incontrastable. Una vida testimoniada por el impresionante raid de doce discos en apenas ocho años âsin contar dos antologÃas y varios singles y EPsâ que Universal, propietaria actual de Philips, acaba de reeditar de manera casi ejemplar. La serie, que llega hasta Traigo un pueblo en mi voz, de 1973, e incluye algunos discos desaparecidos del catálogo durante varias décadas, es la primera de tres que, concluyendo en diciembre, abarcarán todas las publicaciones de Mercedes Sosa hasta Corazón libre, de 2005. Además de las tapas originales, que reproducen las notas de contratapa de las ediciones primigenias, esta edición corrige hasta el lÃmite de lo posible errores de grabación como las saturaciones de la voz en Mujeres Argentinas (1969) y de masterización, como la espantosa compresión que los pocos discos reeditados habÃan sufrido en publicaciones anteriores. Canciones que en antologÃas habÃan aparecido con un sonido vergonzoso, como âEl alazánâ o âCanción con todosâ, seguramente a causa de la falta de a las cintas originales o a fuentes dignas, surgen aquÃ, por primera vez en mucho tiempo, con su sonido intacto. Pero el mérito principal es ni más ni menos que la recuperación de los formatos con que estos discos fueron pensados en un época en que, precisamente, el disco construyó su identidad como objeto. La cuestión de qué canciones estaban al lado de cuáles, de con qué tapas y con qué tÃtulos se presentaban, nunca fue un hecho menor pero mucho menos en las décadas de 1960 y 1970. Reducir la discografÃa de una artista como Mercedes Sosa a una repetición de antologÃas realizadas sin otro criterio que el agrupamiento de lo más conocido habÃa significado hasta el momento, sencillamente, el escamoteo de una parte fundamental de la historia. El único error de la edición, en este aspecto, es no haber incluido como bonus tracks los temas publicados en singles y Eps y nunca incluidos en discos de larga duración, como âCanción de lejosâ, âCorazónâ, âTe recuerdo, Amandaâ o âSan Vicenteâ.
Las canciones pueden escucharse de muchas maneras y, como habrÃa dicho Borges, una vez publicadas dejan de pertenecer a quienes las hicieron. Pero el efecto inaugural de la carbonilla de Alonso y de un disco bautizado Yo no canto por cantar sólo es posible con la restitución de ese disco, entendido como unidad estética (nuevamente los manifiestos). Porque ese dibujo y ese tÃtulo preceden a esa extraña letra que Lima Quintana escribió en âZamba para no morirâ (âRomperá la tarde mi voz/ hasta el eco de ayer./ Voy quedándome solo al final,/ muerto de sed, harto de andar./ Pero sigo creciendo en el sol,/ vivoâ) y, antes, a su introducción en la guitarra (tocada por Tito Francia), con esos giros melódicos que la sitúan claramente en esa época en que, por la vÃa del Modern Jazz Quartet, de Piazzolla y de Los Beatles, Bach fue un signo de modernidad. Y porque en ese disco, tan programático, aparecen temas como las hermosas âZamba azulâ, de Francia y Tejada Gómez, y âMi canto es distanciaâ, de Paeta y Matus, con arreglos de cuerdas que van mucho más allá de lo decorativo o del mero sostén armónico. Porque entre los autores están Daniel Viglietti (âCanción para mi Américaâ) y Pablo Neruda, como letrista de âTonada de Manuel RodrÃguezâ, una canción que, de paso, fue protagonista de uno de los tantos entuertos donde metió la cola la otra historia, la de las dictaduras militares argentinas. Y es que este disco, apenas editado, fue retirado de los comercios y reemplazado por otro, exactamente igual pero con la canción âKi Chororoâ en lugar de la âTonadaâ. La nueva edición, afortunadamente, restituye el repertorio original.
Hermano, publicado también en 1966, incluye algunas canciones notables, como âTristezaâ, de los hermanos Núñez, y muestra, como todos estos primeros discos, a una cantante dueña de una gran paleta de matices, con una voz cristalina, capaz tanto del susurro como de la explosión. Pero, además, con el uso de la cámara de reverberación en las grabaciones, va perfilando un sonido que acabarÃa siendo, para siempre el âsonido Mercedes Sosaâ. Para cantarle a mi gente, de 1967, es, sin duda, un disco de tesis, con un tema como âLa oncenaâ de Lagos y Goñi, con la incorporación del oboe en âJuanito Laguna remonta un barrileteâ, con la âCanción para un niño en la calleâ en cuyas imágenes (âcorazón de barcoâ, âaventura de pan y chocolateâ, âestrella en el sitio del hambreâ) no cuesta presentir a âChiquilÃn de BachÃnâ de Ferrer y Piazzolla, y âPlegaria para un niño dormidoâ, de Luis Alberto Spinetta, compuestas un año después. Eventualmente, en la introducción de guitarra del comienzo de esa canción aparece la única falla de la cuidadosa remasterización de Jorge Da Silva y Osvel Costa: un pequeño salto de la púa que revela que la única fuente disponible fue un vinilo (y que no detectaron la falla o no se tomaron el trabajo de buscar otro LP mejor preservado). En todo caso el hecho confirma la veracidad de una leyenda negra: la de la destrucción de los masters por parte de los ejecutivos de la compañÃa, durante la última dictadura militar.
Con sabor a Mercedes Sosa, publicado en 1968, funciona como una buena metáfora del lugar ocupado por Sosa en el folklore. Allà transita un repertorio más tradicional (es posible que se haya tratado de una idea del sello discográfico) y, según las notas de la contratapa, escritas por Eduardo Lagos, al principio se mostraba reacia a hacerlo. Esas canciones (âLuna tucumanaâ, âLa añeraâ, âAl jardÃn de la repúblicaâ, âCriollita santiagueñaâ), caracterÃsticas de un movimiento que tardó en aceptarla, serÃan, en el futuro, inseparables de sus versiones y encontrarÃan en ella la voz que las canonizarÃa definitivamente. Algo que volverÃa a suceder con su Homenaje a Violeta Parra, de 1971. Tres de los discos reeditados, Mujeres argentinas, de 1969, Güemes, de 1971 (banda de sonido de una pelÃcula de Torre Nilson en la que, además, Sosa actuaba), y Cantata sudamericana, de 1972, marcan la relación de la cantante con la dupla compositiva de Ariel RamÃrez y Félix Luna. Un cuerpo dañado por la excesiva frecuentación y la bastardización por un lado y, por otro, por las efusiones bombásticas y su costado âManual del Alumno Bonaerenseâ. Lo que no deberÃa ocultar la belleza de algunas grandes canciones (conviene el esfuerzo de tratar de escuchar âAlfonsina y el marâ como si fuera la primera vez), verdaderas rarezas como âSudamericano en Nueva Yorkâ y originalidades como la de haber incluido el clave como instrumento de un grupo folklórico. Otro disco sumamente curioso es Navidad con Mercedes Sosa, de 1970, donde lo navideño se centra, sobre todo, en la idea de la niñez pobre sintetizada en âNavidad de Juanito Lagunaâ, del Cuchi Leguizamón y Manuel Castilla. Las otras tres ediciones incluidas en esta primera entrega son fundamentales. Una es El grito de la tierra, de 1970, con arreglos sumamente elaborados y piezas como âCanción del centauroâ, âBalada de marzoâ, âDuerme, negritoâ, âLa pomeñaâ y âCanción con todosâ. Otro de los discos es el extraordinario Hasta la victoria, donde brillan âJuancito caminadorâ, sobre un poema de González Tuñón, âCampana de paloâ, de MarÃa Elena Walsh, âBalderramaâ, de Leguizamón y Castilla, âCruzando la ciudadâ, de Castillo y Salamanca, âPlegaria para un labradorâ, de VÃctor Jara, âLa pobrecitaâ y âLos hermanosâ de Yupanqui y âEl violÃn de Bechoâ de Zitarrosa. Y el tercero es Traigo un pueblo en mi voz, de 1973, que incluÃa un atÃpico âTerceto autóctonoâ, con texto de César Vallejo y música de Gallegos Guevara. Ellos marcan el apogeo de una carrera y la cristalización de un perfil. El hallazgo y la consolidación de un sonido único, de una manera de elegir el repertorio y de pensar a la canción como territorio de lucha, muchas veces polÃtica pero, sobre todo, de esa especie de guerra que el manifiesto del Nuevo Cancionero habÃa explicitado y que Mercedes Sosa mantuvo hasta el verdadero final, hasta ese dúo extraordinario con Calle 13 grabado poco antes de morir (nuevamente la âCanción para un niño en la calleâ, esta vez superpuesta con un texto lacerante: âTodo lo tóxico de mi paÃs, a mà me entra por la nariz, lavo auto..., limpio zapato..., huelo pega y también huelo paco, robo billetera... pero soy buena gente, soy una sonrisa sin diente..., lluvia sin techo, uña con tierra, soy lo que sobró de la guerraâ). Mercedes Sosa dio cuerpo, a lo largo de toda su carrera, a ese principio del Nuevo Cancionero (y de la rama artÃstica del viejo PC argentino) que buscaba âdepurar de convencionalismos y tabúes a ultranzaâ a la música popular argentina.
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