Tema ineludible en las cumbres internacionales, motivo de tratados y acuerdos diversos, el fantasma que más anima las posibles guerras del futuro y sección fija en los diarios y canales más importantes del mundo: sin dudas, la ecologÃa vivió más que un ascenso en los últimos años. Pero si bien quedan muy pocos que no se toman esos asuntos en serio, para volverla primero interés público cotidiano y después asunto de Estado todavÃa hace falta descubrir por completo la relación directa que hay entre los problemas ambientales y la realidad social. ¿Cuál es la conexión entre la crisis ecológica y el aumento mundial de la pobreza? ¿Por qué en las naciones más desarrolladas hay una proporción directa entre el daño ecológico que generan y la desigualdad que promueven? O incluso, ¿por qué el aumento del PBI lleva inevitablemente a un aumento de la brecha social, y a la vez disminuye las posibilidades de vida sobre el planeta? 57336l
Esa es la lÃnea de investigación que sigue el periodista del Le Monde Diplomatique, Hervé Kempf, desde hace más de 20 años: poner en evidencia la conexión directa entre sociedad y ecologÃa tapada con bastante éxito desde el destape industrial. Asà ha ido denunciando, en sus diversos libros y artÃculos, desde los transgénicos hasta la energÃa radiactiva. Pero en los últimos años ha logrado ampliar el espectro y globalizarlo con el lanzamiento de una trilogÃa editorial: Cómo los ricos destruyen el planeta, Para salvar al planeta, salir del capitalismo y Basta de oligarquÃa, viva la democracia (éste todavÃa sin traducción en la Argentina). Con cierta fama mundial luego de que Hugo Chávez le recomendara públicamente la lectura del primer libro a George Bush, Kempf se propuso reconstruir el relato de un sistema económico, polÃtico y social inspirado en la oligarquÃa y el consumo ilimitado que llevó al mundo a un callejón que parece sin salida.
Con claridad y sobriedad sa, el relato de Kempf empieza abordando el universo de los megarricos: 8,7 millones de personas que ganan más de un millón de veces más que âel resto de sus hermanos humanos juntosâ. Empresarios, celebrities, polÃticos con sus fortunas bien resguardadas en paraÃsos fiscales. Oligarcas, autoritarios y bastante miedosos. Excéntricos, la mayorÃa incluso bastante bizarros, mueven sus gustos entre las armas de colección, los tapados de piel de animales en peligro de extinción, las membresÃas para clubes selectos, el sexo con mujeres u hombres exóticos, las obras de arte más cotizadas o los yates con capacidad para contener canchas de tenis y fútbol. No pisan la calle sino que la compran y la cierran para mirarla de arriba: desde sus helicópteros o aviones privados. Asà llegan a sus casas que ahora son edificios enteros, mansiones o reservas ecológicas hechas a medida. Que existan no es una novedad, ni un problema. El problema, plantea Kempf, es que la celebración de esa ostentación allanó el espacio para un histérico juego social de imitación y rivalidad que se practica desde hace demasiados años. Gastos sin lÃmite por un lado y, por el otro, un consumo masivo con precios baratos que esconden las pérdidas que ese sistema de producción tiene para el planeta.
âSobreexplotación pesquera, degradación de los mares (3 kilos de residuos cada 500 gramos de plancton), contaminación de las aguas subterráneas, emisiones de gas de efecto invernadero (y un calentamiento global ya irreversible), producción de residuos domésticos, difusión de productos quÃmicos, contaminación atmosférica causada por partÃculas finas, erosión de las tierras y producción de residuos radiactivos en constante aumento desde 1980â, son algunos de los saldos ambientales del capitalismo que enumera Kempf. Y quienes más los sufren son los pobres. Tan es asà que âuna forma de concebir la pobreza en términos que no fueran monetarios consistirÃa en hacer una descripción de sus condiciones medioambientales de existenciaâ. A su vez, la desigualdad entre paÃses del primer mundo y de los otros también se mide en el uso de recursos que pueden hacer unos y otros (por ejemplo, Estados Unidos utiliza más recursos que todo el planeta unido y fue pionero en eso de expulsar a los campesinos y pequeños productores a fin de abrirles paso a las grandes corporaciones agroindustriales).
El sistema tiene un modo de ser, una personalidad individualista, competitiva, ambiciosa y perversa que no se limita a individuos sino que se extiende al comportamiento de naciones enteras. Y lo peor de esa lógica de consumo eterno es que ya no hay modo de seguir abasteciéndolo sin severas consecuencias: no se puede seguir exprimiendo el planeta, estimulando el desarrollo y garantizar a la vez la supervivencia de la raza humana a corto plazo.
En sus libros, Kempf toma estudios que indican, entre otras cosas, que en 1960 la Humanidad utilizaba el 50 por ciento de la capacidad biológica de la Tierra; en 2002 ya habÃa llegado a utilizar 1,2 veces más; es decir que desde entonces consume más recursos que los que puede producir el planeta. Y eso va en paralelo con otros números que también aumentan. Uno de ellos, la emisión de gases de efecto invernadero: el crecimiento de China e India, por ejemplo (âembelesados con el progreso propuesto por el primer mundoâ), los han llevado a emitir una cantidad de gas de efecto invernadero: sólo en 2003 lanzaron 3760 millones de toneladas el primero y 1050 millones el segundo; mientras que la Comunidad Europea no se quedó atrás con 3447 millones y el podio lo conservó Estados Unidos con 5841. Otro Ãndice en aumento es el hambre: según la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura), han alertado que âla cantidad de hambrientos ha comenzado a aumentar nuevamente: 800 millones de habitantes de los paÃses subdesarrollados ya no comen a voluntad, mientras que 2 mil millones de personas sufren de carencias alimentariasâ. En ese sentido, los dos sÃmbolos del crecimiento, India y China, también están retrocediendo en el terreno ganado en su primer impulso: â221 millones es el número de subalimentados en India, y China está fracasando en sus intentos por reducir la cantidad de 142 millonesâ. Conclusión: el desarrollo, lejos de mejorar las condiciones de vida sobre la Tierra, las empeora tanto para las sociedades que lo viven como para el resto.
Asà las cosas, la Humanidad en su economÃa expansiva camina hacia su propia destrucción. Para evitar el colapso, según Kempf, lo que hace falta es que las personas retomen âel control creativo de sus vidas. Que se den cuenta de que hay que salir del individualismo. Que el futuro no está en la industria, ni en la tecnologÃa, sino en la agricultura campesina, en un nuevo sistema económico de responsabilidad social. Y que el cambio debe ser colectivo: exigiéndoles a los polÃticos para que legislen en esa direcciónâ. ¿Un pedido demasiado idealista? Todo lo contrario, asegura Kempf: âEl adversario está desgastado. En el apogeo de su florecimiento, el capitalismo va a desvanecerseâ.
Entonces, en el fondo, ¿cree que vamos bien?
âCreo que están pasando muchas cosas extraordinarias. Hay cada vez más interés mundial por la ecologÃa, porque ésa es la cuestión más importante del tercer milenio. Hace 20 años, la ecologÃa parecÃa muy teórica, pero ahora se ha vuelto algo cotidiano porque todos los dÃas tenemos un signo nuevo de que algo está cambiando. Hace 20 años uno podÃa prestar menos atención a las cuestiones de desigualdad, pero hoy son muy visibles en todos los paÃses del mundo. Hace 20 años uno podÃa no darse cuenta del poder de los bancos y del sistema financiero, pero hoy en dÃa está muy claro que tienen un comportamiento antisocial. Eso hace que haya más gente intentando cambiarlas. Los periodistas, los intelectuales, los que relatan el mundo, tenemos que presentar las perspectivas de una manera muy clara para que la gente entienda qué es lo que está pasando.
En sus libros expone cómo la ecologÃa ha puesto en jaque al sistema capitalista por ser un lÃmite a la posibilidad de explotación expansiva. ¿Eso finalmente ha generado movimientos sociales?
âEl vÃnculo entre la ecologÃa y lo social se ha vuelto cada vez más frecuente y observable, aunque muchos periódicos siguen dejando de lado la cuestión. Por ejemplo, el movimiento que se está desarrollando en Chile desde principios de año se originó como un movimiento en contra de las represas al sur del paÃs. Y después pasó a transformarse en una cuestión social por la educación. Y en ambos casos las problemáticas que se plantean son las mismas: la concentración del poder por parte de las grandes corporaciones, la privatización de los recursos y la ausencia de democracia en la toma de decisiones.
Cuando terminó su libro sobre la necesidad de salir del capitalismo, esos movimientos recién empezaban a asomar. Hoy proliferan en el mundo y tienen a los jóvenes como protagonistas.
âSÃ, hay cada vez más partes de la población que se dan cuenta de que el sistema está bloqueado. PodrÃamos citar también lo que pasa en Grecia o en Francia, donde el año pasado hubo un movimiento social muy importante; en Túnez, en Egipto y en España.
¿Y bajo qué sistema se encuadran esos movimientos?
âEs muy difÃcil encontrar un enlace polÃtico para esa expresión. Por ejemplo, los indignados de Madrid rechazaron a los partidos polÃticos. Porque la izquierda y la derecha están demasiado cerca. Una gran parte de lo que se llama la izquierda, como el Partido Socialista en Francia, Italia o España, los socialdemócratas en Alemania, los laboristas en Inglaterra, la Concertación en Chile, han aceptado la lógica neoliberal, por lo cual ahora tienen una gran dificultad para cuestionar esa lógica. Y lo que el pueblo está pidiendo es justamente salir de ese sistema neoliberal. El problema es que la oligarquÃa hoy en dÃa es tan fuerte que controla tanto el sistema polÃtico como a los medios: las partes que se expresen de manera muy contundente contra ese poder tienen dificultades para encontrar su lugar.
Lo que nos lleva de vuelta a la importancia del rol de los intelectuales, de los comunicadores.
âLos cambios de conciencia colectiva los promueven quienes relatan el mundo. Escribir libros y artÃculos genera cambios. Claro que yo respondo como alguien cuyo trabajo es escribir. Un abogado podrÃa optar por no defender a las grandes empresas sino a la gente de una pequeña población que está siendo amenazada.
¿Y cuál serÃa el rol que deberÃan asumir los cientÃficos? Porque entre la biotecnologÃa y las investigaciones financiadas por las grandes corporaciones, los cientÃficos tienen mucho poder en este momento.
âEn el caso de los cientÃficos es más difÃcil porque su conocimiento es de naturaleza diferente. El conocimiento de los periodistas, los intelectuales o los polÃticos se refiere a la sociedad, y aunque pueden estar basados en datos muy concretos, siempre tienen elementos subjetivos y se prestan a diferentes análisis. El conocimiento cientÃfico avanza poniéndose de acuerdo en conocimientos objetivos, haciendo mediciones: su conocimiento está en la materia, no en la sociedad que lo utiliza. Pero eso no les quita su responsabilidad. En las últimas décadas se ha sometido a los cientÃficos a intereses financieros. Aunque todavÃa puede haber quienes asuman riesgos para hablar y realizar investigaciones en ámbitos que los intereses financieros no quieren abordar. En Francia está Gilles Seralini: un biólogo que trabaja sobre los efectos que los transgénicos y el glifosato tienen sobre la salud (entre sus estudios se destaca el descubrimiento de que el glifosato es letal para los embriones y que contamina los alimentos genéticamente modificados para resistirlo). Seralini tuvo muchas dificultades en su carrera porque los organismos universitarios no querÃan que trabajara en ese ámbito. Es una prueba de que a veces los cientÃficos no privilegian sus intereses o su carrera personal.
Profundizando en ese aspecto, ¿cree en la biotecnologÃa aplicada al desarrollo agroindustrial?
âYo trabajé mucho sobre ese asunto. Incluso escribà un libro donde cuento la historia de los transgénicos. A priori no estoy en contra de los transgénicos, pero si uno mira la historia de su desarrollo se ve que antes de aprobarlos en Estados Unidos no se realizaron muchos estudios previos sobre sus efectos en la salud, ni de los efectos sobre la vida de los agricultores y los pequeños campesinos. En general se aprobaron de manera muy rápida para beneficio de las grandes empresas. Y por supuesto no se puede decir que los transgénicos aporten un beneficio en materia de alimentación. Entonces, yo estoy bastante de acuerdo con el movimiento ecologista europeo que impidió el desarrollo de transgénicos en ese continente, a diferencia del norteamericano que lo promueve en el mundo. Porque finalmente detrás de las cuestiones de la biotecnologÃa vegetal está la discusión en torno del tipo de agricultura que se quiere en un paÃs, y la agricultura remite a un sistema social siempre.
Usted asegura que el crecimiento del PBI va de la mano con la desigualdad social. ¿PodrÃa desarrollar ese concepto?
âMe parece que la obsesión de los gobiernos por el crecimiento también apunta a invisibilizar el crecimiento de las desigualdades. Y el ejemplo es sencillo: si hay un crecimiento global del PBI, los que están en la parte más baja de la pirámide van a ver un aumento proporcional de su nivel en un 1 por ciento, van a creer que su realidad va mejor y nadie se va a dar cuenta de que las condiciones de los que están en la parte de arriba de la pirámide aumentan en un 4 por ciento. Muchas veces el crecimiento es una manera de volver invisible la desigualdad en la distribución de la riqueza.
¿Qué sucede con la parte media de la pirámide, con esa clase que está adormecida en el consumo y sin ninguna ideologÃa?
âLas clases medias están atrapadas en una contradicción. Ven que el mundo cambia, que la cuestión ecológica se vuelve cada vez más apremiante, que el sistema capitalista no busca mejorar su situación. Al mismo tiempo se han acostumbrado a un alto nivel de confort y tienen dificultades en aceptar que serÃa necesario perder algo de ese confort, como dejar de cambiar el televisor o el celular a cada rato. En los paÃses del Norte, las clases medias ya están tensionadas por esa contradicción. Eso explica que no encuentren una representación polÃtica: esas dos tendencias de la clase media no permiten definir de manera clara cuáles son sus objetivos. Tienen que entrar en una lógica de reducción del consumo material y a su vez entrar en el desafÃo de reconquistar bienes comunes âcomo la educación, la salud y el medio ambiente en generalâ que garanticen una mejor vida social y que en este momento están siendo destruidos por el capitalismo.
En sus libros expone que una de las decisiones más urgentes serÃa limitar la capacidad de ganancia de los ricos, establecer una Renta Máxima Obtenible. ¿Es un deseo personal o su propuesta ha tenido alguna precisión concreta?
âEstá avanzando. En Francia hay un debate actualmente sobre las ganancias máximas. La idea fue tomada por los partidos ecologistas y los partidos de izquierda, que representan cada uno el 8 por ciento del electorado. El Partido Socialista francés ha incorporado la idea de un salario máximo dentro de las empresas públicas. Y cada vez salen más proyectos de reforma fiscal para que los ricos paguen.
¿En ese sentido va el pedido de aumento de los impuestos que hicieron los ricos en Francia un par de semanas atrás?
âNo fueron todos los ricos sino algunos de ellos. Pero sin dudas los ricos están sintiendo que viene mucha presión de abajo. Entonces hacen gestos de caridad: âEste año les dejo mil millonesâ. Pero no hay que tomar esos gestos. Lo que se necesita es una reforma fiscal. Que la sociedad, que es la que elige a los representantes del pueblo, que a su vez votan los impuestos, exija que se modifique esa situación. Y en todos estos temas es igual: el nodo de la democracia es la representación del pueblo para que decidan acerca de las representaciones en común. Eso que era central en la Revolución sa vuelve a estar en el centro del debate.
Cómo los ricos destruyen el planeta
Hervé Kempf
Capital Intelectual, 2011
176 páginas
Para salvar al planeta, salir del capitalismo
Hervé Kempf
Capital Intelectual, 2010
176 páginas
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