Una leyenda oriental cuenta que, después de años de insistencia, un veterano maestro zen aceptó a un muchacho como discÃpulo; en el primer encuentro, a modo de saludo de bienvenida, el maestro golpeó una pesada vara de madera sobre la espalda del discÃpulo y le dijo: âRegresa mañanaâ. Al dÃa siguiente el recibimiento fue idéntico: un palazo en la espalda. Asà dos dÃas más. Al quinto dÃa, el muchacho âjoven, fuerteâ se anticipó al golpe, arrebató la vara al viejo y la partió en dos. El maestro sonrió con beneplácito: âLa rebeldÃa es imprescindible. Ahora sà puedes ser mi discÃpuloâ. 3p5r3h
¿Qué tiene que ver esta leyenda zen con Hugo Lobo, el trompetista más inquieto del mundo, el hombre de mil vidas cuyo aspecto âropas deportivas, gorra, chiva, piercingâ responde más al estereotipo del cumbiero suburbano que al del laborioso director del combo vintage que conduce con mano de hierro? Un tipo clase 79 que mete miedo desde su metro noventa, pero que al cabo de un rato deja relucir la ternura dura de los callejeros. Un músico, en fin, que se quemó las pestañas en conservatorios y clases particulares y que hoy es capaz de escribir arreglos sinfónicos para Dancing Mood en una extraña mélange expansiva donde conviven los 50 años de ska jamaiquino y sus derivados con Henry Mancini, Duke Ellington, Charlie Parker, Mimi Maura, Viejas Locas, The Carpenters y mucho más.
¿Y la historia zen? Hugo Lobo tomó clases con el prestigioso Américo Belloto durante tres años, y las clases consistÃan en tocar alternativamente una misma nota. âAmérico daba sus clases en un negocio, en una galerÃa... Me decÃa: âTocá un solâ y se iba. Yo de pronto lo veÃa por un espejo, que conversaba con un amigo. El escuchaba lo que yo tocaba, pero parecÃa que no me daba bola. Regresaba y me decÃa: âSeguà con la misma nota, pero con esta boquillaâ. Y desaparecÃa de nuevo. Al rato volvÃa y me decÃa: âTerminó la clase, es tanta plata, hasta la próximaâ. Estuve seis meses asÃ, sentÃa que me estaba robando el dinero. Un dÃa me planté y le dije que estaba harto, que querÃa tocar algo. âAh, ¿querés tocar algo? VenÃâ. Agarró su trompeta, buscó unas partituras de un dueto barroco que eran un quilombo, imposibles de leer... Al tercer compás me perdÃ. â¿Ves? No sabés tocar... Seguà con la notita ésaâ. En el momento lo odié, pero fue una gran enseñanza. Belloto no estaba loco, es todo un concepto de aprendizaje de la trompeta, que es un instrumento muy especial, muy complejo. El conservatorio me dio disciplina y técnica, pero también aprendà mucho con mis clases particulares. La idea es: no vas a clavarla nunca en el ángulo si primero no le das a la pelota contra la pared con la derecha, con la izquierda, con tres dedos...â
La historia la cuenta en el buffet de su amado Club Atlanta. El buffet âun ping pong, fotos del Atlanta campeón, una biblioteca de libros cascados, ocho mesas, caballetes plegados, el mostrador y más allá, debajo de la tribuna que da sobre Humboldt, un salón contiguo más amplioâ se llama Centro Cultural Los Bohemios y un rincón con volantes pegados con chinches que anuncian âclases de portuguésâ, âvendo teclado Yamahaâ, âentrenamiento de hándbolâ tiene un cartel que dice: Espacio Cultural Osvaldo Miranda. Es el sitio azul y amarillo donde atiende Lobo: aquà da clases de trompeta para socios y no socios y hace boxeo bajo las órdenes del ex campeón mundial crucero Marcelo DomÃnguez. Se nota: âEstaba en 112, ahora peso 88. Y dejé el puchoâ. Extiende sus brazos y señala en cÃrculos: âEsto era un baldÃo. Atlanta estaba en quiebra, habÃa desaparecido. Bueno, lentamente lo fuimos recuperando entre todos. Yo traje la música: además de la trompeta, hay gente que enseña piano y guitarra; también funciona un gimnasio para la tercera edad y un centro de jubilados de PAMIâ.
âClaro. Estoy con la hinchada tocando la trompeta. Yo, y otros pibes más que son contratados. Es que ahora está de moda: casi todas las hinchadas, sobre todo las del interior, tienen trompetas.
A tres mesas de distancia hay una ronda de cuatro veteranos que, como la banda de trompetistas, también parecen contratados; como si hubieran armado una puesta en escena para la entrevista. Toman café, fuman, hojean diarios, de pronto se quedan en silencio, escuchan un disco de Goyeneche con Troilo en un equipito de audio lastimoso y en ese hiperrealismo de Alberto Vacarezza mix Eduardo Sacheri se escuchan frases como: âEl técnico perdió el rumboâ, âLa culpa fue de Llinásâ, âHoy tengo que ir a la Anses, las ganas que tengoâ.
A Hugo Lobo le gustan las cosas a lo grande. Para empezar, la banda: 15 músicos entre trompetas, saxos, trombones, vibrafón, guitarras, armónica, teclados, baterÃa. Para seguir, y a modo de ejemplo, en el proyecto De Luxe sumó a Dancing Mood una orquesta sinfónica con arreglos escritos por él mismo: una orgÃa de vientos, cuerdas e invitados especiales (memorable la performance de Skay). O el festejo de los cien recitales en Niceto Club, en 2009, cuando se cortó la calle Niceto Vega desde Fitz Roy y convocaron unas 20.000 personas. O ahora, que se despacha con Non Stop, una caja de tres discos con una producción artÃstica impecable que potencia la independencia y el cooperativismo de Dancing Mood. Los discos (se pueden comprar por separado) son una sÃntesis bastante certera de lo que es el grupo: una big band que juega con un criterio vintage más que retro, que rehace clásicos en clave Barry White o Henry Mancini o Duke Ellington y que no teme pasar de arreglos elegantes y refinados a versiones que se escuchan abismalmente kistch. Un planeta extraño de ska, calipso, reggae de crucero, pop easy listening hotelero, armonÃas jazzÃsticas y un swing irresistible ideal para cocinar y manejar en ruta. Un optimismo sonoro que se escucha, como todo lo que propone Hugo Lobo, honesto y sin afectaciones.
DecÃamos: âproducción artÃstica impecableâ. En el disco tocan y/o cantan referentes de las tres grandes oleadas del ska partiendo de los pioneros de los años â60 como Rico RodrÃguez, Doreen Shaffer (The Skatalites) y Winston Francis hasta llegar a Gazz Mayall (que además tiene un sello discográfico del género y es el hijo de blo John Mayall) y Georgia Ellis (hija del héroe del rocksteady, el jamaiquino Alton Ellis). âEl ska está cumpliendo 50 años e invitar a toda esta gente fue mi modo de celebrarlo. Pensá que el primer registro que existe de ska es de Rico RodrÃguez, de un tema llamado âOh Carolinaâ. Los discos los hicimos con pocos medios: venÃa algún artista, y aprovechábamos. También están Janet Kay y Sandra Cross, que son bien ochentas. Y hay invitados locales como Flavio Cianciarulo, Pablo Lescano, mi viejo Rubén, Deborah Dixonâ.
El arte de las portadas de algún modo reproduce gráficamente cómo encara la música Lobo, con qué actitud. El Volumen 1 es el dibujo de una locomotora atravesando una pared; el Volumen 2 muestra el impacto de un golpe de box en un rostro; el 3, un meteorito en llamas cayendo sobre un planeta. Más que ska de salón, prepotencia de calle. Pero Lobo no está solo. Todas sus ideas âque suelen ser megalómanas, al menos ambiciosas y audaces, que tienden puentes hacia diferentes estilos y generacionesâ tienen un ejecutor con paciencia de araña y curtido en la filosofÃa autogestionaria: el productor artÃstico Gerardo Rojas. Su alter ego operativo. Cuenta Rojas: âConozco a Hugo desde hace más de once años, yo en esa época trabajaba con Mimi Maura. Desde el primer dÃa me mostró una claridad de conceptos increÃble. Me trajo su primer disco, el único que no hicimos juntos, y quedé fascinado con el sonido y la idea. Compartimos cosas esenciales, como el espÃritu de cooperativa. En el 2001 hicimos un pacto de caballeros: la onda era generar música, llevarla a cabo con un equipo de gente que se involucrara con el proyecto y que todos ganáramos igual en todos los shows. La excepción son las grandes presentaciones porque, por lógica, Hugo y yo ponemos mucho tiempo y cuerpo. Entre los dos hacemos todo. El, para que te des una idea, es el que se encarga solito de escribir todas las partiturasâ. âEscribo las partes, sÃ, y además tengo alma de productor âdice ahora Lobo y Goyeneche canta âPaâ que bailen los muchachosââ. Soy obsesivo. Para esta caja de tres discos estuve tres meses durmiendo tres horas por dÃa.â
Hugo es el hijo de Rubén Lobo, baterista y percusionista que colaboró con medio mundo y que tocó, por ejemplo, diez años en la banda de León Gieco. Por acción o reacción, como suele ocurrir en cualquier casa de hijo de vecino pero aquà más, la relación con su padre fue conflictiva y determinante. âA pesar de ser folklorista, mi casa estaba llena de vinilos de Earth, Wind & Fire, Barry White, Barry Malinow, Chicago, Los Carpenters. Los escuché todos. Yo a los 5 años estudiaba baterÃa, era una bestia. A los 8 leÃa música... En cuarto grado me metà en el conservatorio. TenÃa permiso para entrar más tarde a la escuela, iba al Manuel de Falla. A los 14 intenté salir del influjo de mi viejo y me puse a estudiar piano... pero me cagó. Porque âyo no sabÃaâ él también tocaba el piano. Fue heavy para mÃ, como tener un profesor adentro de tu casa que, además, es tu viejo. Me tomaba lección todos los dÃas. Lo detestaba; después lo adoré. Me llevaba a todas las grabaciones y conciertos, estuve en la casa de Sandro, fuimos a BadÃa y CÃa, a Si lo sabe cante... Yo le hacÃa de plomo: le armaba la baterÃa en cinco minutos.â
De esa mélange, de esa argamasa de ritmos y estéticas, está recubierto el núcleo duro de Dancing Mood. Parece fácil, pero no lo es. Uno de los logros menos visible de Lobo es la claridad conceptual de la banda: cómo capturar lo popular, volverlo sofisticado y no temer a la incorrección polÃtica que desafÃa tendencias que parten del mercado, criterios en cuanto a qué es grasa, qué es rock, qué es viejo. âA mà me gusta casi todo. Que alguien se emocione con un cover de Billie Joel o The Carpenters está bárbaro... si las canciones son buenÃsimas. Ahora para mi próximo disco quiero invitar a cantantes del rock argentino de antes. Quiero llamar a Gieco, a Nito Mestre, a Patricia Sosa, a Alejandro Lerner... Que me perdonen los que hacen rock ahora... pero me parece que entre Lerner y el tipo que canta en La 25 hay una diferencia, ¿no? No sé qué es grasa, lo que sé es que a Lerner le puedo pedir un tema de Coltrane y lo tocaâ.
Habla de Atlanta, de la función social de los clubes y dice que todavÃa la gente no está preparada para el regreso del público visitante en el ascenso. Y cuenta anécdotas. Hugo Lobo, el hombre de las mil vidas, es un notable contador de anécdotas. Pueden ir desde su paso por las orquestas juveniles del Bernasconi y del Mariano Acosta a su promisoria carrera como basquetbolista y su abrupto final. âEntre los 6 y los 19 años jugué al básquet. Llegué hasta juveniles y hasta hice banco en Primera. Jugué en Pueyrredón, en San Andrés, en Villa Adelina, en CÃrculo de Urquiza... Ya al final no me interesaba, estaba atrapado por la música. Me acuerdo que en el â98 estaba tocando con Todos Tus Muertos. Los conciertos terminaban tardÃsimo... un show de viernes a la noche terminó a las siete de la mañana, y yo ese sábado jugaba a las nueve y cuarto para CÃrculo de Urquiza. Fidel Nadal me dejaba en el barrio porque mi casa le quedaba de paso; me cambiaba e iba a jugar... Yo ya habÃa arrancado mal, porque CÃrculo de Urquiza habÃa comprado mi pase y yo me esquincé a los dos dÃas por ir a bailar a La Negra. Bueno, la cosa es que en ese partido yo estaba sin dormir y la veÃa pasar: me sacaban la pelota todo el tiempo. De la impotencia le pegué una patada a un jugador rival, el referà me cobró técnico; lo insulté y me cobró otro técnico... Le di una piña. Se armó una batahola bárbara. Me citaron del Tribunal de Disciplina ¡y me suspendieron por 99 años...! Me deben quedar 86, 87 años de suspensión.â
Ahà están las tapas de los tres discos de la caja: una trompada, una locomotora, un meteorito. Hugo Lobo no anda con vueltas con las metáforas. Es el discÃpulo zen que vive rompiendo varas. Se rÃe con franqueza, invita un café con leche y, mientras los viejos conspiran, cuenta la última anécdota: la temeraria historia de una noche en Pacheco, que remata con una frase que uno no sabe si encerrar entre signos de iración o de pregunta. Mejor el atajo: la combinación: â¡¿No vas a publicar eso, ¿no?!â.
Dancing Mood presenta Non Stop el 7, 8 y 9 de octubre en Groove, Santa Fe 4389, con Orquesta De Luxe y varios de los invitados que participaron en los discos: Dennis Bovell, Winston Francis y Gazz Mayall, entre otros.
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