Allá por el lago Puelo, bien al sur, anda ahora un personaje. Es un irlandés feliz por el vino tinto, que se confiesa raro por su flojo gusto por la cerveza. Es una estrella totalmente legendaria en varios paÃses que es feliz en el anonimato argentino, dando un par de conciertos para poder venirse y tocando en Bariloche y El Bolsón para quedarse en uno de sus lugares en la tierra, la Patagonia. Andy Irvine se preocupa sólo por saber si el viaje en micro es cómodo, y ahà se va cargando una rara cÃtara. 442s5k
A partir de que parecÃa que se hacÃan ricos, los irlandeses se pusieron de moda, lo que hizo que florecieran pubs por el mundo y que hasta los chinos aprendieran qué es una pinta. Pero la Guinness vino atrás de la verdadera exportación cultural, que fue la música, seductora como pocas y de las que no necesitan traducción. Lo que descubrÃa el mundo no era, en rigor, la música folklórica de Irlanda âque es un gusto adquirido, insular, como todos los folkloresâ sino la suerte de fusión que inventa un paÃs que mira televisión y escucha rock.
Irvine andaba por ahà en esos sesenta y para el Verano del Amor ya tenÃa su primera banda, los Sweeneyâs Men. Irvine y la mayorÃa de los entonces jóvenes nuevos músicos eran skifflemen, tocadores de ritmos nerviosos, bluseados, música campesina norteamericana que habÃa nacido irlandesa y se habÃa contagiado de todo tipo de influencias. Para 1966, Irvine ya habÃa mochileado por toda Europa y habÃa encontrado el raro instrumento de sus amores âel que anda arrastrando por nuestro surâ, que es un laúd griego llamado bouzouki.
Pero el Irvine que uno ama realmente es el de Planxty, la banda que formó en 1971 con Donald Lunny, Christy Moore y Liam OâFlynn, un raro producto que suena exactamente contemporáneo cuarenta años después. Ni siquiera hay que lamentar los arreglos, porque este cuarteto nunca se movió por ninguna moda, lo que explica que Bob Dylan fuera un fan e hiciera sus versiones de algunos temas, y que Ian Anderson los silbara hasta en la ducha. Es difÃcil sobreestimar el poder que fue Planxty, que casi que creó lo que hoy llamamos música irlandesa.
Lo curioso de tener sentado a Irvine en un café de Buenos Aires es la perfecta ausencia de estrellato. El hombre es un profesional, contento de hacer lo suyo, y el momento de orgullo es sólo cuando abre la billetera y saca su credencial de la IWW, la Federación Internacional de Trabajadores Industriales que fundaron los anarquistas en tiempos del bombÃn, que dio los mártires sindicales más conmovedores de Estados Unidos y sigue siendo âuna leyenda romántica, un gesto de desafÃoâ, como la define este afiliado.
Irvine viene siempre que puede a la Argentina y anda agradecido a la Embajada de Irlanda por organizar este tercer viaje y un concierto en el Borges. Para el sur se va con su amigo y violinista Rens Van der Zalm, evidentemente holandés. Allá los espera el productor, editor vÃa Internet, granjero y músico Sergio González, un viejo amigo que es la razón de ir al lago Puelo. Estas redes âde trovadorâ ya crearon largas estadÃas en lugares como Australia o Canadá, y ahora les darán a unos suertudos patagónicos algunos conciertos.
Andy Irvine toca el viernes que viene en Azúcar Pub, Islas Malvinas 2771, El Bolsón.
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