Theo Jansen habla de sus criaturas con la misma pasión que ilumina la cara de un fabricante de robots japonés a la hora de describir a sus androides. Es una expresión fugaz y casi indistinguible que media entre la ilusión y el orgullo y que también puede rastrearse en los ojos de un biólogo luego de presentar en sociedad sus más nuevos organismos genéticamente desarrollados. Sin que nadie se lo pida, este artista holandés que vive en la ciudad de Delft, a orillas del Mar del Norte, desenvaina un iPhone de uno de sus bolsillos y, como un padre baboso, invita a ver la última hazaña de su más reciente Strandbeest o âanimal de playaâ, una de las muchas criaturas de movimiento familiar pero apariencia alienÃgena que secuestraron su imaginación hace unos 20 años. âMirá cómo mueve la colaâ, dice, aplaudiendo para sus adentros. 605e5f
Ni animatronics, ni marionetas: las criaturas de Theo Jansen, definidas por los taxonomistas del arte como âesculturas cinéticasâ, recuerdan, como un eco lejano, al esqueleto de un animal prehistórico, si bien están hechas con tubos de plástico flexible amarillos y cinta adhesiva. Con la misma gracia con la que se mueven insectos y cangrejos, se desplazan por las playas holandesas, intuyendo o buscando algo. AllÃ, no hay carpas ni sombrillas ni montañas de basura dejadas por turistas. Se trata, más bien, de un laboratorio sin paredes, donde lo que llamamos âvidaâ cobra un nuevo sentido.
A diferencia de los bioingenieros que se inspiran en alacranes, arañas, cucarachas, pájaros o trompas de elefantes para diseñar nuevos gadgets o robots más audaces, Jansen no busca copiar la naturaleza. El, en cambio, la recrea.
âCreo nuevas formas de vida, fabrico una nueva naturaleza âconfÃa con una cuota importante de provocaciónâ. Quizás al hacerlo me vuelvo más sabio para comprender la esencia de nuestra existencia. Intento olvidarme de lo que sé sobre la naturaleza. No busco hacer dinosaurios. Mis animales son una nueva forma de vida que, por ejemplo, no precisan comer. Y eso es una ventaja: muchos animales gastan mucho tiempo alimentándose. Mis bestias sólo precisan de la energÃa del viento para existir. Al crearlas, soy un nuevo dios.â
Mezcla de ingeniero, biólogo y escultor, este holandés alto y afable de 63 años rechaza cualquier categorización. Hijo de granjeros, alguna vez pensó en ser fÃsico, aunque un par de años después de ingresar a la Universidad de Delft, en los â60, se dio cuenta de que el rigor académico no era lo suyo. De ahà en más, trabajó en un laboratorio médico y, como un Johannes Vermeer del siglo XX, se atrevió a pintar y vender cuadros de paisajes. También creó un platillo volador de plástico que sobrevoló Delft impulsado por el viento y escribió en el diario De Volkskrant. AllÃ, en 1990, una idea le cambió la vida.
Preocupado por el aumento del nivel del mar y por una posible inundación, Jansen imaginó manadas de criaturas autopropulsadas capaces de transportar arena y formar dunas que funcionasen de contención. âAsà comencé a investigar el funcionamiento de tubos de PVC, muy comunes en Holanda ârecuerda mientras inclina la cabezaâ. Le dediqué al proyecto un año. Mis amigos ya sabÃan que estaba algo loco, asà que no se sorprendieron. Me inspiré mucho en las máquinas de Gerrit van Bakel que se mueven al cambiar la temperatura. La primera bestia nació después de doce meses de prueba y error. La llamé Animaris Vulgaris. No podÃa caminar. Entonces, empecé a usar computadoras y desarrollé lo que se llama un algoritmo genético para mejorar los diseños de sus piernas.â
Y asà pasaron los años y las Strandbeest evolucionaron, con nuevos órganos y adaptaciones: colas, un sistema de impulsión basado en aire comprimido almacenado en botellas y hasta lo que Jensen llama âcélulas nerviosasâ, que les permiten detectar cuando pisan agua.
Como si pertenecieran a eras geológicas, las generaciones de estos animales se dividen en perÃodos, según el material predominante en su construcción. Por ejemplo, está el perÃodo Gluton (cinta adhesiva, 1990-1991), perÃodo Chorda (sogas, 1991-1993), perÃodo Caliente (fundición), perÃodo Lignatum (madera, 1997-2001, en el que ideó al Animaris Rhinoceros Vulgaris, de cuatro metros de altura y fabricado con palés de segunda mano).
Hasta entonces desiertas, estas playas holandesas comenzaron a ser invadidas por un ejército de criaturas amarillas de varias piernas y nombres latinos como Animaris Rectus, Rhinoceros Transport (de acero y poliéster), Geneticus, Animaris Sabulosa, Animaris rhinozeros o Animaris Gubernare. Un dÃa un curioso las descubrió en el horizonte y, luego de grabarlas con su cámara, las subió a YouTube. Jensen, entonces, se volvió viral.
Un tiempo después, en 1995, apareció en una publicidad de BMW donde pronunció una de sus frases de cabecera: âLas barreras entre el arte y la ingenierÃa sólo existen en nuestras mentesâ. Le siguieron documentales (www.strandbeestmovie.com), los reportajes, las charlas TED, los apodos (âel Leonardo holandésâ), miles de mails de estudiantes que rogaban conocerlo, un libro-DVD titulado The Great Pretender y varias exposiciones itinerantes por los museos y festivales del mundo (como ArtFutura en Tecnópolis en estos momentos), si bien Jensen reconoce que su hogar, donde pertenecen, es la playa, ahà donde para él el mundo entra en pausa, deja de existir por un momento.
âEl tiempo es mi gran enemigo. Por eso estoy siempre apurado âcuenta en un inglés muy holandésâ. La vida como la conocemos tardó millones de años en desarrollarse. Yo sólo llevo en esto un poco más de 20 años.â
Luego de pensarlas, Jansen corre en su taller simulaciones en computadora. âEn el software que desarrollé, cada generación dura tres segundos âexplica con una curiosa satisfacciónâ. Un mes es como un millón de años.â A las criaturas artificiales vencedoras las reconstruye tridimensionalmente con alrededor de 375 tubos flexibles y ligeros, hilos de nylon y cinta adhesiva.
Y luego Jansen las suelta en la playa y las deja que hagan su propio camino. Aquellas que se desplazan más eficazmente âtransmitenâ su ADN (el largo de los tubos, su disposición en su esqueleto) a las siguientes generaciones. âQuizá deberÃa desarrollar un meteorito informático para incentivar aún más su evolución âbromeaâ. Por ahora, mis Strandbeests son sordas y ciegas e intento enseñarles cómo navegar, alejarse de la orilla. Quizás algún dÃa podrÃan volver más sofisticadas. Tal vez desarrollen músculos, un sistema nervioso. En el futuro podrÃan desarrollar conciencia, un cerebro con el que tomar decisiones complejas, y reproducirse por sà mismas.â
Como si fueran organismos biológicos, las Strandbeests se adaptan a su ambiente. Necesitan tener cierto tamaño para sobrevivir. Si fueran más pequeñas, volarÃan por los aires. Si fuesen más grandes, les costarÃa mucho moverse.
Usualmente, viven un año. âHasta que mueren y las entierro âdice Jensenâ. Entonces, se convierten en fósiles. Seguramente sorprenderá a más de un paleontólogo del futuro cuando las encuentren.â
Con la publicación de El gen egoÃsta en 1976, Richard Dawkins disparó la polémica con una idea incómoda. Los verdaderos protagonistas de la evolución, decÃa este biólogo inglés, no somos nosotros los individuos sino los genes que nos controlan no de manera directa, con sus dedos en las cuerdas de los tÃteres, sino indirectamente, al igual que el programador maneja una computadora.
Con alguna que otra salvedad, es exactamente lo que piensa Jensen de las Strandbeests. âSuelo pensar en ellas como memes, genes culturales, un pensamiento que al igual que un virus invade las mentes de las personas âcuenta este escultor biologicistaâ. Desde que se las conoce, no se puede pensar en otra cosa más que en ellas. No fue que yo tuve la idea de construirlas: su idea me infectó a mÃ. Las Strand beests me obsesionan. En nuestras vidas, usualmente obedecemos las órdenes de los memes. Algunos memes sobreviven mejor que otros, como el meme de la religión. Mis Strandbeests son como una canción pop: una vez que entra, permanece en tu cabeza y no se va más.â
En este sentido, Japón es un paÃs altamente infectado por estas bestias. En la tierra de los robots gigantes (Mazinger Z, Afrodita, Tetsujin), este Gepetto holandés es más que una celebridad y continuamente le solicitan que autografÃe kits para construir Strandbeests en miniatura. A quienes intrigan, sin embargo, es a los oficiales de aduana. âEn los aeropuertos, cuando ven los tubos y planos en mi equipaje, suelen obligarme a abrir las valijas âconfiesaâ. Asà que siempre tengo listo mi celular y les muestro un video. Y entonces, comprenden.â
Jensen sabe que su obra tiene también un flanco filosófico. Como un Don Quijote, lucha para hallar, en la intersección entre naturaleza y tecnologÃa, una nueva definición de qué es la vida en una época en la que esta palabra se utiliza con ligereza y se estima que cobre hasta un sentido polÃtico cuando la vida artificial y la vida sintética abandonen su estado embrionario. âLos animales y las plantas son en algún aspecto máquinas biológicas. Más los estudiamos, más conocemos el mecanismo que en millones de años de evolución los volvió tan ingeniosos âdiceâ. No necesitamos la religión para darnos cuenta de que la vida es un milagro. Incluso me sorprende estar vivo.â
Además de la repercusión que tuvo su obra, a Jansen le sorprende el hecho de nunca haber sufrido un robo ni un acto de vandalismo. Sus bestias de arena, tal vez, repelen a los ladrones, les infunden miedo. La mayorÃa del público que las descubre en Internet o en ferias y museos, en cambio, buscan en ellas un mensaje oculto. âPero no lo encuentran âse rÃe Jensenâ. Con mis bestias no pretendo decir nada sobre la ecologÃa. Aunque veo que tienen un efecto potente: estimulan los pensamientos de las personas y les ayuda a apreciar la vida, nuestro ambiente.â
Las causas del shock perceptivo que arrecia en quienes las aprecian deben buscarse en su dinámica, en su forma particular de desplazamiento. La clave del movimiento de estos animales, reconoce Jensen, radica en la proporción de los tubos. âHay 13 números, a los que llamo 13 números sagrados âdiceâ. Representan las distancias de los tubos que las hacen caminar. El mecanismo funciona igual que el de la rueda.â
Hasta el momento, Jensen tiene en su haber 27 bestias. El hecho de no tener piel, ojos o pelos no las hace, sin embargo, incompletas. âNo intento hacer animales lindos âindicaâ. Su belleza es en realidad su movimiento. Aunque en realidad no sé qué es la belleza. Uno simplemente la reconoce. Si mirás un animal, no sólo ves cómo se mueve sino también los millones de años de desarrollo que hay detrás. Nuestros ojos se adaptaron a este tipo de belleza. Por eso, quizá, mis Strandbeests atraen tanto: apelan a una dimensión que no sabemos ni podemos definir. Pero que, indudablemente, sabemos que existe.â
Una de las criaturas de Theo Jansen, la Animaris Umerus, de 12 metros, se exhibe en ArtFutura dentro de la feria Tecnópolis.
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