Si las historias reales, el testimonio y la experiencia son algunas de las grandes obsesiones del arte contemporáneo, el trabajo de Lola Arias muestra cómo el material que anima las vidas privadas puede emerger como inquietante pantalla donde una sociedad se descubre a sà misma. Luego de cuatro años y 22 festivales internacionales, Mi vida después se despide hoy en el Centro Cultural San MartÃn. AllÃ, seis jóvenes nacidos durante la dictadura actuarán una vez más de sà mismos para proponer una extraña remake de las vidas de sus padres y revisar asà su propia herencia. El artefacto teatral, que inspira aplausos de pie, papers académicos y alguna crÃtica desairada, quedará como una de las grandes postales de la postâdictadura argentina; el manifiesto de una generación que adquiere credenciales adultas frente a los estertores de un drama público. El experimento deja descendientes transnacionales. A fin de mes, su contraparte chilena, El año en que nacÃ, se verá en el Teatro Sarmiento. La nueva creación colectiva de Arias muestra a once jóvenes chilenos lidiando con las huellas del régimen de Augusto Pinochet. A pesar de las diferencias, una convicción enlaza ambas puestas: el humor puede funcionar como forma de reparación afectiva para reinscribir todas las tragedias. 1a683f
Una catarata de ropa cae sobre el escenario. Liza Casullo, hija de intelectuales exiliados en México, elige unos jeans de los â70: âMe pongo el pantalón de mi madre y empiezo a viajar hacia el pasadoâ. Mientras regala al público un eléctrico solo de guitarra, el resto del grupo libra una lucha frenética con la pila de ropa, buscando abrirse paso entre las vestiduras del pasado. La puesta argentina parte de un principio fantástico: una inmensa montaña vintage como puerta de ingreso a una alucinada máquina del tiempo. Descendientes de guerrilleros, activistas, exiliados, empleados bancarios y policÃas harán de dobles de riesgo de sus padres para diseccionar secretos largamente contenidos en fotos, cartas, juguetes y cintas heredados de la infancia. AsÃ, esa colección de souvenirs del pasado se transforma en un archivo vivo, plural y compartido. Una emergente producción académica aglutinada bajo el término de la pos-memoria ha subrayado las vetas proyectivas y hasta fastuosas con las que los herederos de episodios traumáticos envisten los relatos transmitidos por lÃnea familiar. También ha advertido sobre el riesgo que pesa sobre ellos: que sus propias vivencias sean desplazadas y hasta evacuadas por el peso abrumador de las generaciones anteriores. El trabajo de Arias parece dedicado a conjurar este peligro. Y hasta podrÃa ser leÃdo como un intento de travestir figuras paternas para mostrar las filiaciones más amplias que se tejen a la sombra del duelo.
En escena, los actores no sólo ponen en acto sus propias vidas y la de sus padres, sino las de todo el equipo. AsÃ, la posibilidad de âdar cuenta de sà mismoâ, emerge como un fabuloso trabajo de cross-dressing donde los roles se intercambian y las versiones posibles de la muerte de un padre o un majestuoso beso previo al exilio pueden ser ensayadas, re-ensambladas y finalmente cruzadas más allá del linaje familiar. La poderosa y acaso impÃa coreografÃa de cuerpos y voces que irrumpe en escena construye una nueva tecnologÃa de la memoria que, al desdibujar fronteras entre afectados directos y no afectados, rechaza narrativas victimizantes y multiplica las posibilidades de encuentro dentro y fuera del escenario.
Desde que Mi vida después se estrenó, en 2009, la obra adquirió vida propia: comenzó a reescribirse y a mutar junto a los allà involucrados. Frente a una fosa de tiza dibujada sobre el escenario, Carla Crespo se preguntaba si su padre, guerrillero del ERP, caÃdo en Monte Chingolo y con las manos cortadas, estarÃa enterrado en esa tumba común en el cementerio de Avellaneda. Hace dos años, los resultados de un test de ADN pudieron confirmarlo. Hoy, espera un hijo con Pablo Lugones, el gaucho de estirpe melancólica del elenco.
El futuro ya llegó. En una sesión de espiritismo mesiánica, Mariano Speratti, hijo de un militante de la JP y corredor de autos, escucha una vieja cinta en la que su padre lo llama desde algún rincón del pasado. Ahora la cinta tiene nuevas escuchas. No sólo está Moreno, su hijo mayor, sino también Ismael, de tres años: la misma edad que tenÃa Mariano cuando su padre fue secuestrado. A la hora de imaginar su propia muerte, Blas Arrese Igor, hijo de un cura que dejó los hábitos y heredero de una tortuga profética, decÃa que morirÃa ahogado con sus animales. Desde la sanción de la ley del matrimonio igualitario, asegura que morirá ahogado con sus animales y también con su marido.
Experimental y multifacética, la producción de Arias también cuestiona derechos adquiridos. A diferencia de escritores, cineastas, poetas y activistas que cada vez más con más desparpajo revisan su legado desde su condición de âhijosâ (o âhuachosâ, como provocó una muestra del colectivo artÃstico de H.I.J.O.S.), Arias carece de pedigree dentro del linaje de los descendientes. Si cuando se estrenó la obra esta condición de âoutsiderâ despertaba suspicacias entre locales y extranjeros, cuatro años más tarde no son sólo los descendientes los que se sienten parte de los legados del terror. âPuede que no haya habido ninguna historia trágica en mi familia, pero nacà en 1976, y toda mi infancia estuvo marcada por la dictaduraâ, dijo al estreno. Asà también Mi vida después inventó un nuevo tono para hablar de un duelo extendido. âNo debÃa ser una obra oscura, ni melancólica, ni panfletaria. TenÃa que poder mostrar la fortaleza, el humor y la inteligencia de los actores que la representan.â
Como era de prever, algún crÃtico acusó a la obra de trivializar el pasado. A poco del reestreno, directora y equipo se enteraron de que un ex detenido, que además habÃa perdido a su mujer y a un hijo, estaba sentado en una de las butacas del teatro. âEsa noche estaba en pánico. TenÃa miedo de que pudiera sentir que la obra era irreverente y que pudiera salir heridoâ, dice Arias. Al término de la función, el hombre se acercó a la directora y le dijo que por primera vez se habÃa podido reÃr de lo que le habÃa pasado: âPude ver la historia a través de tus ojosâ. Lejos de toda frivolidad, el académico inglés Joe Kelleher asegura que en teatro entretener significa extrañamiento: ofrecer hospitalidad, dar la bienvenida en otra visión del mundo. Aquella noche, el ex detenido fue albergado y bienvenido en un relato que incluye a quienes aparentemente no tendrÃan nada que hacer o decir frente al dolor y la pérdida. AsÃ, la obra ofreció a aquel sobreviviente la posibilidad de relacionarse con su historia como si fuera por âprimera vezâ.
La creación de Arias también logró reescribir la historia. En escena, Vanina Falco no dejó de cuestionar que la ley le impidiera declarar en el juicio contra su padre, policÃa encubierto y agente de inteligencia, que en 1976 se llevó a su casa un bebé robado de una joven pareja asesinada en la ESMA. Aquel bebé es Juan Cabandié, ahora devenido lÃder de La Cámpora, y a quien, contra toda filiación tradicional, Vanina sigue considerando su hermano. En diciembre de 2009, un juez consideró que su intervención en la obra era precedente suficiente. El testimonio de Vanina fue crucial para el encarcelamiento de Luis Falco, condenado a 18 años de cárcel, la mayor pena recibida por un apropiador. La producción de Arias no sólo trajo vidas reales a escena. También intervino en la construcción de otro futuro. Más aún: la puesta ya tiene nuevos descendientes, afortunadamente impuros.
En paralelo a la presentación de su obra dentro del festival Santiago a Mil en 2011, Arias dirigió un taller de investigación dirigido a nacidos entre 1973 y 1990, los años pinochetistas. A la convocatoria abierta se presentaron más de cincuenta personas. âNo pensaba en hacer una obra, pero aparecieron historias increÃbles. Todos querÃan hablar de sus vidas y las de sus padres durante la dictaduraâ, cuenta Arias.
Aun cuando los ecos de la versión primogénita resuenan en la obra chilena, las historias en escena muestran hasta qué punto ambos paÃses recorrieron caminos dispares en la elaboración de sus traumas públicos. La puesta final, que llega a las dos horas, tiene once protagonistas. Hay hijos de militares, policÃas, carabineros, periodistas, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), del partido nacionalista Patria y Libertad, de pinochetistas cesanteados, comerciantes y de exiliados en Estados Unidos para los que hablar de polÃtica era âde mal gustoâ. A diferencia del caso argentino, en el elenco no hay casi actores y sÃ, en cambio, un rockero, una futbolista y un dibujante de identikits para la policÃa. El efecto es expansivo y por momentos caótico. âMe gustó que fuera un relato más coral. No sólo los hijos de guerrilleros y de represores, sino todos los que están en el medioâ, dice Arias. En el âmedioâ, hay momentos pop como la visita del Papa, la coronación de Cecilia Bolocco como Miss Universo y una coreografÃa de todo el elenco de Música Libre, el programa favorito de los padres de Nicole Senerman que, a decir de su hija, vivieron el pinochetismo de fiesta en fiesta (en ambulancia alquilada para no despertar sospechas).
El âmétodo Ariasâ corrompe álbumes familiares y los somete a debate público. Alexandra Venado muestra una foto de su madre con sus compañeras del Liceo 1: âMi madre es la que está a la izquierda de Bachelet, bien a la izquierdaâ. Cuando Michelle todavÃa no soñaba con la presidencia, la madre de Alexandra conocÃa a su marido planeando la revolución en el MIR y ambos partÃan a Suecia como parte del Operativo Retorno, donde nacerÃa su hija. Luego de recibir instrucción militar en Cuba, los padres de Alexandra ingresaron clandestinamente en Chile, dejándola al cuidado de su abuela. El padre fue preso y la madre, ejecutada en el enfrentamiento de Fuenteovejuna. La joven muestra la última foto que tiene de ella: desnuda y exhibida en la calle como trofeo de guerra. âYo tengo dos mellizos con mi compañera y creo que no podrÃa dejarlosâ, dirá en algún momento.
Ante la ausencia de proceso judicial y un debate público todavÃa atorado, muchas de las historias parecen abrirse paso por primera vez. Algo habla en la obra. Y no son sólo relatos individuales, ni los âcojonesâ de sus protagonistas. Más bien, la producción parece seguir el pulso de un relato gutural que emerge sin pulidos y actualiza las contradicciones que sacuden a la sociedad post-pinochetista. El resultado no es reconciliatorio. Por el contrario, exacerba diferencias. Emulando obsesiones paternas por el orden, el hijo un marino insta al elenco a alinearse sucesivamente por ideologÃa paterna, ideologÃa materna, clase social y hasta por color de piel. Las consignas despiertan conciliábulos imposibles entre los que tienen nanas y fueron al Saint George, los que su ecografÃa se pagó con un asalto y los que saben qué es vivir en piso de tierra. Hay momentos oscuros e hilarantes: â¿Por qué no se corren un poco más allá? Estamos como apiñados acá en la izquierdaâ. O: âNo entiendo, ¿porque la mataron es más de izquierda?â. Y también: âMi papá me mata si lo pongo más pobre que un frentistaâ. Según la directora, entre los del grupo no hubo acuerdo sobre lo que pasó o cómo contarlo. âDecidà transcribir esas discusiones para dar cuenta de ese conflicto. Eso no habÃa pasado en Mi vida despuésâ, cuenta.
El año en que nacà también cambió el destino de sus protagonistas. Viviana Hernández, hija de una enfermera del Hospital Militar, llegó a los ensayos con una única foto de su padre ausente. En escena, daba su teléfono y pedÃa al público información sobre su paradero. Luego de seguir infructuosas pistas que lo daban por muerto o dueño de una fortuna, la joven descubrió que su padre era carabinero y estaba preso en Temuco por el asesinato de dos activistas del MAPU. âMi madre dejó de hablar conmigo por esa obra. Con mi padre tal vez hable en diez años, cuando salga de la cárcelâ, dice en escena. âNo sé si Viviana se hubiera animado a romper ese secreto familiar sin la obra como excusa âdice Ariasâ. No sólo le habilitó un camino, también le dio la fortaleza para hacerlo. Eso pasó un poco con todos. La obra funcionó como soporte, célula o hasta núcleo familiar sustituto, aunque a veces tuvieran que ir en contra de sus propias familias.â
Mientras la prensa local aclamó masivamente el espectáculo, también reconoció con cierto escozor que fuera una dramaturga argentina la que viniera a abrir una discusión poco transitada en Chile. âTenÃa miedo de que me atacaran por extranjera, como si fuera la argentina que viene a contar la historia de su paÃs. Pero no soy yo la que cuenta esa historia, son los chilenos los que hablanâ, dice ella. Al estreno no faltó nadie: polÃticos, pinochetistas, ex guerrilleros y hasta la hermana del presidente Sebastián Piñera se acercaron a los camarines. âFue muy atractiva la operación de apropiación que hicieron todos los sectores. Nadie querÃa quedarse a fueraâ, dice Arias.
Ahora, la directora no deja de recibir ofertas. De Brasil, México, Perú y hasta Grecia llegaron invitaciones para recrear el montaje en tierra local. âDecidà hacerlo en Chile porque tengo una relación muy fuerte con el paÃs. Conozco su historia y siempre me sentà muy cercana. Pero no me alcanzarÃa la vida para hacer Mi vida después en todos esos lugaresâ, dice con una sonrisa. Más que una franquicia con sello local, la creación de Arias sugiere un curioso dispositivo para digerir pasados traumáticos que atraviesa fronteras. AllÃ, el teatro reducido a su mÃnima expresión âo acaso a su máximaâ logra iluminar otro modo de estar juntos. Aunque sea en ese instante mágico donde en una sala oscura los espectadores se descubren a sà mismos como si fuera por primera vez.
Ultima función de Mi vida después hoy a las 21 en la sala Multipropósito del Centro Cultural San MartÃn, Sarmiento 1551.
El año en que nacà se verá el 27 y 28 de octubre a las 21 en el Teatro General Sarmiento. Tras la función, el 28, ambos elencos se encontrarán para una charla-debate con el público.
Desde el viernes próximo, la directora-escritora-cantautora Lola Arias oficiará de curadora de un arriesgado ciclo por el que postergó el estreno local de su última obra, MelancolÃa y manifestaciones, un ensayo sobre la melancolÃa a partir de entrevistas que tuvo con su madre, que ya se vio en Viena, BerlÃn, Hamburgo y Helsinki. En el San MartÃn, artistas de inclinaciones múltiples presentarán una investigación personal acompañada de fotos, filmaciones y grabaciones. El ciclo, bautizado Mis documentos, recurre a un género surgido en los â60, tan sugestivo como de imposible traducción: la lecture-performance, una forma hÃbrida donde conferencia, arte e investigación coinciden en una suerte de puesta mÃnima, intimista y conceptual. Entre los performers estarán Julián DâAngiolillo, SofÃa Medici, Mariano Llinás, Gerardo Naumann, Nele Wohlatz, Lux Lindner y Beatriz Catani. La propuesta de Arias busca combatir el espÃritu endogámico que, según dice, caracteriza al espectro artÃstico local: âCada arte está en su propio nicho, son como islas. Hay islas de artes visuales, de cine experimental, de teatro, de danza. Cada uno tiene sus salas, sus bares, sus fiestas. Hay que ocupar espacios institucionales para romper con esa sensación claustrofóbica y generar formas de encuentro y hasta de contagioâ.
Del 12 de octubre al 3 de noviembre, viernes y sábados a las 21 en el Centro Cultural San MartÃn. Gratis.
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