La historia del Grupo KM29 es larga como una ruta argentina. Se inició en un taller de entrenamiento fÃsico para varones que el coreógrafo Juan Onofri Barbato armó en el Centro de DÃa Casa Joven La Salle, de González Catán. Ese chico que venÃa del sur, que se habÃa destacado en la escuela de danza del Teatro San MartÃn y habÃa hecho obras elogiadas y prometedoras en el circuito de la danza independiente siendo muy joven, de pronto habÃa escapado de la senda de lo predecible, yéndose a buscar otros compañeros de ruta. Asà fue que empezó a entrenar a adolescentes del más golpeado conurbano bonaerense, sin ninguna experiencia en danza contemporánea. Y rápidamente, las energÃas que ahà se jugaban, la posibilidad para unos y otros de abrirse a una experiencia transformadora, hizo que ese espacio se consolidara y convirtiera en un caldo de cultivo singular y poderoso para la creación. Asà nació Los posibles, la inmensa primera obra del grupo, que se estrenó en el Teatro Argentino de La Plata y fue un acontecimiento. Todos tuvieron algo para decir de esta pieza, donde los cuerpos que aparecÃan sobre el escenario eran radicalmente otros: chicos morochos, rapaditos, tatuados, haciendo temblar el espacio helado, con movimientos hipnóticos, lentÃsimos o muy acelerados, con aires de breakdance y hip-hop, una danza que los hacÃa más visibles que nunca. 3c3k4t
Como es sabido, además del nombre de este particular grupo, Km 29 es un lugar â¿o no lugar?â, un álgido punto geográfico en el tercer cordón del conurbano. Onofri Barbato cuenta sobre ese enclave y sus connotaciones sobre la danza del grupo: âEs un punto crucial de la Ruta 3, donde se cruza con muchas otras. El Km 29 es como Constitución, pero en provincia. Hay de todo: laburantes, dealers, travestis, colectivos, autos. Mucho caos, ruido, tránsito. Es una terminal desprotegida, precaria y caótica, la conexión obligada de miles de personas de dÃa y una zona liberada de noche. Para los integrantes de este grupo también es un punto inevitable de encuentro, partida y divergencia, porque vincula dos extremos culturales que a priori son incompatibles, González Catán y la Capital, que es donde nosotros nos repartimos. Esto constituye al punto Km 29, como un espacio entre. Ahà caben las experiencias, prejuicios, vulnerabilidades y expectativas del grupoâ. Toda esta idea de diversidad puesta a convivir, a multiplicar y sintetizar, tiene mucho que ver con la nueva pieza que estrenan. Después de algunas funciones en el Centro Cultural San MartÃn, Duramadre se podrá ver en el teatro Portón de Sánchez, una de las salas del circuito alternativo que se especializa en danza contemporánea.
Cuatro años pasaron de Los posibles, que llegó incluso a convertirse en videofilme de la mano de Santiago Mitre. Por eso, esta obra no sólo es una nueva entrega del Grupo KM29, sino la confirmación de que el proyecto era algo más que un capricho de un director altruista, o el berretÃn ocasional de un grupo de adolescentes del conurbano. âHa habido cambios, obviamente, generalmente ligados a las madurez individual que cada uno de nosotros fue desarrollando dentro y fuera del grupo. Claro que en los adolescentes, hoy ya adultos, estas transformaciones han sido gigantes, por ejemplo tienen barba, y yo comencé a quedarme peladoâ, bromea Juan Onofri Barbato. âAlgunos comenzaron a trabajar en cine como actores, a dar clases de danza en zonas periféricas de la ciudad. En esta sintonÃa, los pibes se volvieron profesionales y en los procesos de trabajo en Duramadre se emparejaron mucho entre los que a priori tenÃan más experiencia y los que no. Eso ha potenciado la calidad y capacidad de nuestro trabajo juntos.â
¿Qué quisieron investigar con el grupo en esta nueva obra? ¿De dónde partieron?
âCuando iniciamos conscientemente el proceso de búsqueda de materiales para esta pieza, estábamos en el pleno invierno del 2012, que en nuestro estudio de González Catán sin ningún sistema de calefacción y a las primeras horas de la mañana, se volvÃa muy áspero. Esta condición climática innegociable determinó nuestro proceso de ensayos y en las planificaciones que me tocaban elaborar tenÃa que tener en cuenta esta realidad. Por eso comencé a diseñar trabajos fÃsicos intensos, aeróbicos, de potencia y resistencia, para lograr que el cuerpo entrara en calor lo antes posible. El tema era que no podÃamos bajar demasiado de este punto porque nos enfriábamos durante la actividad, a riesgo de enfermarnos o lesionarnos o simplemente distanciarnos del trabajo. Entonces, fui notando la necesidad de armar un trabajo de concentración, acumulación, resistencia y la resultante generación de estados fÃsicos de este proceso, que en la repetición comenzaron a ser como pequeños rituales mágicos en las mañanas del conurbano.
La obra se inicia con seis bailarines desperdigados por el espacio que se mueven como si estuvieran atravesados por alguna clase de temblor geológico que en cada uno produce un efecto diferente. Como una deforme estrella de seis puntas, estos chicos van titilando y desplazándose sutilmente por el espacio. Hay algo caleidoscópico en esta primera parte, en la que el movimiento grupal se da lentamente, armando figuras por la distancia que media entre los individuos. Vestidos con ropa de calle, sus movimientos dialogan a su vez con extraños sonidos electroacústicos, ruidismo. Arriba del escenario se ve a Nicolás Varchausky, compositor y responsable de ejecutar en vivo las consolas. Es que asà como este músico, Duramandre aúna otras voluntades artÃsticas igual de claves en la construcción del delicado resultado final: Marina Sarmiento, como coreógrafa asociada; y MatÃas Sendón âel iluminador más requerido del teatro independienteâ armó una puesta de luces abigarrada y cenital que construye una visualidad homogénea, a la que cada tanto atraviesa literalmente un rayo.
¿Quiénes están arriba del escenario en esta segunda pieza? Alfonso Barón, que además de bailarÃn fue rugbier durante años; Pablo Kun Castro, que es tricker, acróbata, artista marcial; Daniel Leguizamón, Jonathan Da Rosa y Lucas Araujo, que vienen de Los posibles, y Amparo González Sola, que como su apellido indica es por el momento la única chica que integra el grupo arriba del escenario.
Hay que saber que Duramadre como tÃtulo âpese a su apariencia poéticaâ nos lleva a unos terrenos particulares: la neurofisiologÃa. Desde ahà nos adentramos en el núcleo conceptual de la obra. La duramadre es la membrana que recubre el sistema nervioso central. Como si en esta nueva obra el grupo se hubiera puesto a pensar y hacerse las preguntas ontológicas de la danza ¿Qué es un cuerpo? ¿Por qué se mueve? âLos primeros conceptos que ingresaron tuvieron que ver con distinguir en el cuerpo los tejidos blandos, de los duros. Los huesos, de la carne. Los músculos, de la fascia. Y la fascia, de la piel. Con estas distinciones buscábamos entender y entrenar al cuerpo como un sistema indivisible de tejidos en conexión y relación, un conductor de todos los rangos de vibraciones imaginables. El cuerpo como un gran resonador, una membrana que vibra para vivir.â
Pasados unos cuantos meses de ensayo y experimentación, empezó a aparecer esa magia indescriptible que generan los cuerpos cuando se relacionan, se pesan, se mueven, se emocionan, se atraviesan desde sus propias vibraciones, desde las emisiones internas de cada cuerpo, y logran afectarse recÃprocamente, en una red de resonancias grupales, tan autoequilibrada como caótica. Eso es algo de lo que se percibe mirando Duramadre.
Promediando la obra, los cuerpos desperdigados empiezan a unirse y generar pequeños circuitos de movimientos compartidos. En ese constante ir y venir en el piso las secuencias empiezan a ganar potencia. Los cuerpos se unen por sus brazos y sus remeras, como eslabones de un collar tironeado, a punto de romperse. Si lo que antes circulaba entre ellos era una energÃa, un temblor atmosférico, ahora eso se vuelve muy material: un tejido hecho entre todos. Complejo, colorido, a la vez frágil y potente. Y de pronto hasta el aire se vuelve sonoro, con la aparición âcon gorrita y anteojos gruesosâ del músico, que como un demiurgo, o como cuando Mickey Mouse dirigÃa el universo en FantasÃa, empieza a hacer sonidos electrónicos con su propio cuerpo.
En la obra se ve mucho la idea de grupo como un tejido, algo que hace pensar en una idea del cuerpo social y la necesidad de que ese intercambio se produzca fuera del escenario.
âEl foco estuvo en comprender y profundizar en las estructuras internas del cuerpo en forma individual y personal. Cuando esta instancia se afianzó, comenzamos a intentar llevar esta concepción a estructuras grupales, arquitecturas compartidas. Entendiendo al cuerpo como una gran membrana, compuesta por redes de relaciones, nos preguntamos si serÃa posible construir un cuerpo entre varios cuerpos, un cuerpo compartido. A través de estos principios también estamos metaforizando sobre las relaciones humanas y los tejidos sociales, a sabiendas de que somos un grupo que en su historia y producción artÃstica estamos fuertemente interpelados por esto.
En ese cÃrculo virtuoso reside la potencia de Duramadre. Un trabajo sobre la realidad, que va hacia la creación de un objeto artÃstico y luego, otra vez retorna al terreno de las cosas. Volvemos a pensar en el modo en que el arte puede afectar la realidad. Después de ver esta obra, donde la dimensión ideológica aflora sin menoscabar la potencia visual, la belleza del tejido que los cuerpos hacen, muchas preguntas encuentran su respuesta.
KM29 presenta Duramadre los viernes a las 21 en el teatro Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034. Entrada: $100.
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