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PodrÃa vivir sin leer. Pero, como dirÃa Bartleby, prefiero no hacerlo. Por eso, cuando algún problema grave me impide concentrarme en un buen libro, acudo al grado cero de la lectura: mi colección de los años â60 de la Selecciones del Readerâs Digest. La Selecciones sigue existiendo, pero hoy su influencia pesa tan poco que ya nadie se toma el trabajo de burlarse de ella. Cuesta creer que alguna vez fue tan importante como para que Ernesto Sabato le dedicara una página âindignada, sarcástica y un poco obviaâ de Sobre héroes y tumbas. En los â60, la época de mi colección, el Readerâs Digest, o sus Selecciones traducidas al español, representaba lo que hoy llamarÃamos el pensamiento hegemónico, la conciencia de la clase media internacional, la ideologÃa oficial de los Estados Unidos. La tapa de mi ejemplar de agosto de 1967 informa que se vendÃan mensualmente más de 28 millones de ejemplares en 14 idiomas. âLo leà en el Seleccionesâ respaldaba entonces cualquier afirmación con una validez que hoy ya no tiene la palabra escrita en ninguna parte.
Retrógrada en lo polÃtico y en lo social, pero progresista en lo tecnológico, el Readerâs Digest que leÃan nuestros padres era todo aquello que los jóvenes esclarecidos querÃamos demoler, el sÃmbolo mismo de esa sociedad hipócrita, injusta, proimperialista que Ãbamos a borrar de la faz de la tierra en nombre de la Libertad, el Arte, la Justicia Social y el Hombre Nuevo, todos con mayúscula. Ahora que esas revistas ya no son peligrosas y sólo dan ternura, ha llegado quizá la hora de reivindicarlas.
Como su nombre lo indica, el Readerâs Digest de los â60 era el producto de una digestión. Adecuadamente digeridos para sus lectores, los resúmenes de artÃculos y libros que publicaba habÃan sido despojados de cualquier rasgo de estilo que pudiera remitir a sus autores, como el aparato digestivo despoja de nutrientes al bolo alimenticio. Estaban escritos en un español neutro, en un estilo uniforme que no deparaba sorpresas. Nadie se fijaba en el nombre de quienes los habÃan escrito, daba lo mismo.
En esa década, la Selecciones habÃa emprendido una ferviente campaña contra el cigarrillo. Casi en cada número se incluÃa un artÃculo que trataba de persuadir a los lectores de los males que causaba el tabaco. Nos reÃamos de notas como âSoy el pulmón de Juanâ o â¿Fumar o no fumar? Esa es la cuestiónâ. Quién hubiera dicho que el viejo Selecciones tenÃa tanta razón.
En cuestiones cientÃficas y tecnológicas, el Readerâs Digest hacÃa una interesante labor de divulgación. A mediados de los â60 publicaba artÃculos sobre las aplicaciones del rayo láser, los aviones supersónicos, el transporte de gas licuado y, sobre todo, los avances de la medicina. Con cierto candor, sus responsables no percibÃan ninguna relación entre las novedades tecnológicas y los cambios sociales. La Selecciones miraba hacia el futuro con orgullo desafiante mientras insistÃa en la necesidad de impedir a toda costa las relaciones prematrimoniales y fomentaba una imagen de la mujer hogareña digna de la posguerra. La mujer ânos decÃaâ debÃa ser feliz haciendo feliz a su marido y a sus hijos, y su educación debÃa orientarse en ese único sentido.
La Selecciones era ferozmente anticomunista y denunciaba los crÃmenes del stalinismo. Nosotros, los jóvenes esclarecidos, no creÃamos una sola palabra. Tardamos años en aceptar la brutal realidad que en su momento nos habÃa parecido pura propaganda imperialista. ¿Cómo que los habitantes de la Unión Soviética no eran felices? ¿A quién iban a hacer creer de que los ciudadanos de Alemania Oriental querÃan volver al capitalismo? RidÃculo, ¿verdad? De todas las maneras posibles, la Selecciones apoyaba la presencia del ejército de Estados Unidos en Vietnam. Después del â75, la Selecciones siguió adelante denunciando los crÃmenes del Khmer Rojo. Para nosotros la Selecciones y la dictadura eran de la misma calaña (y en cierto modo lo eran), pero el Khmer Rojo asesinó a dos millones de personas, casi un tercio de la población camboyana. En ese punto nos estaba diciendo la verdad. Y no la podÃamos aceptar.
A mà me gustaban mucho los chistes mal contados de las secciones âLa risa, remedio infalibleâ, los tests de âEnriquezca su vocabularioâ y los artÃculos sobre accidentes espantosos, un tema fascinante que hoy pasó a la tele. La idea tan yanqui, tan infaltable, del Tú puedes, Johnny nos contaba historias de self-made men y otros ejemplos de vida: cuadripléjicos felices y triunfadores, mutilados a los que no les faltaba nada, alegres y esforzados padres de hijos autistas. El cáncer estaba siempre ahÃ, entre sus páginas, listo para ser superado o aceptado con fe. Después de todo, quizá no fuera tan atroz la ideologÃa de aquel Imperio. Quién dijo que no la vamos a extrañar cuando nuestras escuelas bilingües enseñen español-chino.
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