Insatisfecho con lo inconcluso, tengo una suerte de adhesión irreversible, fáctica y fatal a lo que vivo cotidianamente. No veo asà la vida, la veo como un conjunto de astillas que originan más bien cierta modestia al asignarse los momentos que vivimos. Que no es resignarse. Una adhesión interesada a la vida nos llevarÃa a descartar aquello que dejamos inconcluso. Pero no quisiera frustrar la interrogación inquisitorial sobre lo inconcluso y pensé lo siguiente: âUn dÃa en la vida de alguien...â. En la medida que tengamos cierto impudor para narrarlo es muy recomendable. Incluso cambiarÃa la pregunta por lo inconcluso, por esta otra: â¿Nos gustarÃa vivir la vida de otro?â. Porque la nuestra tiene demasiadas fases inconclusas. Esa pregunta llevó a las grandes filosofÃas del pasado, a la idea de la transmigración de las almas. La llamada âmetempsicosisâ, que es una palabra muy linda. Y que tiene relación con las fantasmagorÃas, las herencias, los desdoblamientos del alma. El deseo de vivir la vida del otro âno por mera envidia, que es un sentimiento muy menorâ, esa imposibilidad serÃa la resolución de aquello inconcluso. No me parece muy digno pensar en lo que no se hizo, me parece más digno preguntarse por la vida de los otros. Es el más grande de los desafÃos. ¿Otro podrÃa vivir mi vida? ¿Yo podré vivir la vida de otro? Esa es una gran encrucijada. No se nos puede prohibir esa pregunta. Si hay una ética, que no es portarse bien âa veces es portarse malâ, se origina de esta pregunta: â¿Por qué no habré pensado que no debÃa ser yo?â. 5bl5b
* escritor y director de la Biblioteca Nacional
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