âMe ocurrÃa a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedÃa terreno, aceptando sin resistencia que se pudiera ir asà de una cosa a otra.â Asà empieza âEl otro cieloâ, de Cortázar, pero también podrÃa empezar asà Medianoche en ParÃs, en los labios o la mente del joven escritor y guionista Gil Pender (Owen Wilson) cuando viaja a idealizar ParÃs, pero aún no advierte el error o la paradoja de su engañosa utopÃa: no añora un lugar sino una época. Y asà podrÃa haber empezado ParÃs era una fiesta si no empezara diciendo âPara colmo el mal tiempoâ. ¿Lo recuerdan? La bohemia era feroz entonces, aunque los años la hayan vuelto encantadora. HabÃa sentimiento y ajenjo. Eramos pobres pero honrados. Eramos artistas. Volver a la bohemia es un gran deseo imaginario de todos los artistas de todos los tiempos. Pero pocos bancan de verdad la tristeza, la garúa, la resaca. Woody Allen lo entendió y transformó el viaje en una caricia suave, alegre y reparadora. 166o
Quizá todo el arte âpor lo menos la literatura y el cineâ no sean otra cosa que una experiencia de pasaje; un cruce, estar aquà y querer estar allá. Vivir entre. Algunos podrÃan reducirlo a âevasiónâ, y sin embargo, puede pensarse que también la literatura âsocialâ es âde parte de la gran mayorÃa de los escritoresâ un viaje hacia âabajoâ, vertical, donde espera el otro, los otros (¿el prójimo?). Escribir, experimentar, filmar, son siempre una forma del exilio. El problema será: volver o no.
La inclinación de Cortázar por las historias de pasaje es célebre y habitual para sus lectores. En la época más opresiva, cuando era el burguesito a quien los bombos peronistas no le dejaban escuchar su música dilecta, a esa inclinación se la identificó con una definición polÃtica: âCasa tomadaâ; âLas puertas del cieloâ; quizá âLejanaâ. El planteo se sofistica en âLa noche boca abajoâ y se depura en âEl otro cieloâ. AquÃ, el narrador escapa de un presente de patio y matrimonio (la Irma) para encallar en ParÃs, pero no se trata de una ciudad glamorosa o intelectual sino de un ParÃs laberÃntico y prostibulario, donde un asesino aterroriza a las prostitutas y él es desdichado, pero feliz. Es, finalmente, otro. Son los años â40 en Buenos Aires y lo que más parece perturbarlo no es el incipiente peronismo sino la asfixia de la clase media.
Se sabe que para la época de publicación de Rayuela y Todos los fuegos el fuego, Cortázar ya está haciendo su aprendizaje de un exilio productivo y voluntario, no sobredeterminado por la historia sino condicionado por la cultura. Es un mandato de la cultura argentina el que lo lleva a ParÃs y desde allá no se hará âuniversalâ como Borges sino rioplatense y latinoamericano. Pero ésa es otra historia.
Gil Pender no parece pensar en Cortázar y su exilio parisino cuando llega a ParÃs poco antes de âcontraerâ matrimonio, como si contrajera una enfermedad crónica y abúlica. Pero sà ama la idea de ParÃs en abril con aguacero, y aunque tampoco piense en César Vallejo, lo deslumbra el imaginario de una ciudad abierta a la cultura y la sensibilidad y la solterÃa, todo lo que al parecer no se consigue en los duros tiempos del presente norteamericano. Entonces, como es escritor en ciernes y está en ParÃs, no puede sino pensar obsesiva e idÃlicamente en el âgrupeteâ de ParÃs era una fiesta. Su experiencia de pasaje es mediante un automóvil que lo recoge a medianoche en el Barrio Latino y lo deposita en la âfiesta móvilâ de los años â20, donde están Scott y Zelda Fitzgerald poco antes de enloquecer, Cole Porter, Gertrude Stein tajante, Picasso, Dalà y, por supuesto, Hemingway, brusco y vital como él mismo se encargó de pintarse. Es Hemingway precisamente quien lo desengaña un poco. Allen-Owen-Pender creen haber llegado al ParÃs-ParaÃso, pero pronto va a entender que todo paraÃso es un paraÃso perdido. Nuestra edad gloriosa siempre está atrás. Y más atrás y más atrás. Nadie está conforme con el presente, su presente. En el corazón de esa bohemia en permanente fiesta, hasta Picasso añora el ParÃs de Toulouse-Lautrec y los Años Locos sueñan con la pinta de la Belle Epoque. Necesitamos fabricarnos una edad dorada en la que habrÃamos sido... lo que no somos. Nuevamente, acecha la aventura del exilio, la gran disyuntiva: irse o quedarse. Irse: fugar hacia atrás, contesta Medianoche en ParÃs. Ahà donde la intensidad vive. Siempre atrás.
Si bien la respuesta es demoledora, en la pelÃcula de Woody Allen está atemperada por una ligereza de comedia que sólo es un gesto de buena voluntad y generosidad hacia el público, sobre todo pensando que entre ellos puede haber unos cuantos jóvenes.
Victor Hugo. Balzac. Hemingway. Fitzgerald. Vallejo. Cortázar. Sartre. El Castor. Woody Allen. ParÃs es la mejor ciudad del mundo, pero ¿en qué mundo? ¿En que época? ¿En qué siglo? ParÃs es la mejor ciudad del mundo porque siempre reside en el pasado, espera atrás para confirmar nuestras peores nostalgias. Por eso, ay, nunca tendremos ParÃs, la ciudad perdida. Hay que volver del exilio. Y para colmo el mal tiempo.
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