Justo en el momento en que la censista tocaba el timbre, nos enterábamos de la muerte de Néstor Kirchner a través de un llamado telefónico. Me apuré a abrirle sin haber digerido la noticia y todavÃa con la esperanza de que fuera una mentira mediática, una presunción irresponsable. Hice pasar a la chica que sólo por abrir la puerta me agradeció, por primera vez, la buena predisposición. Cuando la invité a subir el agradecimiento se repitió de modo más efusivo. Entendà que no habÃa sido recibida de ese modo en todos los hogares. Creo que al entrar al departamento agradeció una vez más. Cada paso que dio y cada pregunta que hizo estuvieron acompañados de un vacilar, un pedido de autorización reiterado. Sin embargo, no parecÃa una persona tÃmida, ese titubeo no se percibÃa en ella como un reflejo natural. Claramente, se prevenÃa de un posible maltrato. Me llenó de tristeza y de vergüenza ajena. TendrÃa unos veintitrés o veinticuatro años y era maestra jardinera, nos contó después de que nuestra hija le acercara varias de sus muñecas para ser censadas como parte de la familia. Al terminar con nosotros, debÃa continuar con el resto del edificio, siguiendo por la puerta contigua a la nuestra, de la cual nos separan unos dos metros de distancia. No obstante, me pidió que la acompañase hasta abajo y le abriera de manera de poder repetir el protocolo: anunciarse desde la vereda, mediante el portero eléctrico, y aguardar hasta que cada uno de los vecinos bajara, a su turno, a recibirla. Me dio las gracias una vez más. Perdà la cuenta de cuántas habÃan sido durante esos cinco o diez minutos que demoramos en subir, completar el cuestionario y volver a bajar. Mientras regresaba, en el ascensor, me preguntaba cuántos de mis vecinos la invitarÃan a pasar y le ofrecerÃan asiento, un café, un vaso de agua, y cuántos la recibirÃan apurados, en el palier, respondiendo de pie mientras ella apoyarÃa los formularios sobre alguna carpeta o sobre el buzón de la puerta entrada. ¿HabrÃa quienes, directamente, no la atenderÃan? Porque la gente tiene miedo, dicen algunos de formadores de opinión. ¿Quién podrÃa temerle a una joven maestra jardinera con credencial oficial del Censo 2010? ¿Habrá en ese temor irracional e indiscriminado algo de desprecio por el otro? Es difÃcil explicar de otra forma la dinámica por la cual el semejante no identificado se convierte en un potencial chorro hasta que se demuestre lo contrario. La figura del prójimo se devalúa en una sociedad enviciada de individualismo. El otro es percibido, a priori, como un competidor, un enemigo, una amenaza. Sentà un leve alivio cada vez que escuché el ascensor y supuse que se trataba de algún vecino recibiendo a la censista. 6k6a3g
Confirmo luego la noticia del fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner. Encender la televisión. Conectarse a Facebook, Twitter, periódicos online, para que no queden dudas. La catarata de comentarios de la primera hora desahogan el impacto, las reacciones inmediatas en estado puro, sin filtro. Leo con pesar algunos comentarios desafortunados que festejan la terrible noticia de la muerte: opiniones banales, chistes, insultos lanzados con la soltura de quien expresa una mera preferencia. El paralelo me estremece: el desprecio por el otro. Más grosero, polÃticamente incorrecto, pero gozando de cierta legitimación para una parte del sentido común: si el semejante me inspira desconfianza, lo trato de modo indigno, por si acaso, procuro anularlo; si no me gusta o va en contra de mis intereses, le deseo la muerte. Visión acotada, sin perspectiva. La pequeñez del que no ve allá de la suela de sus zapatos.
Dos cosas me entristecieron en el dÃa del Censo: una es parte de la vida, inevitable pero siempre inoportuna. Sobre todo cuando se siente que se ha emprendido un camino, un proyecto que habrá que continuar. La otra es cosa nuestra: la cantidad de veces que me agradeció la censista la buena predisposición me dio pena. Yo no habÃa hecho más que saludarla e invitarla a entrar.
Reconforta saber que, por otra parte, muchos mates fueron convidados, muchos censistas fueron esperados y recibidos con amabilidad como se saluda a un vecino, a un compañero, al chofer del colectivo. MuchÃsimos han sido, a su vez, los mensajes de respeto y acompañamiento ante la fatalidad de la muerte. La fraternidad siempre podrá más que el egoÃsmo y el miedo.
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