Lo conocà en los aciagos años de los saqueos en Rosario, en 1989. Era el secretario de Gobierno de VÃctor Reviglio. En los pasillos interminables y amplios de la Delegación Rosario de la Casa de Gobierno, cuando la Jefatura de PolicÃa era dueña de ese espacio, de los silencios, las miradas. El se detenÃa, amable, ante el grupo de periodistas y el sol se filtraba por los inmensos ventanales y detallaba el estado de situación con una precisión de orfebre y actitud zen. 5q4n50
Cuando este año se cumplieron 25 años de los saqueos en Rosario, le imploré que me diera una entrevista. No quiso. InsistÃ. Su respuesta fue un no terminante. "Tengo que volver a leer los diarios de esa época y no quiero", fue su argumento.
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-A mà me dicen, Nene, como a vos-, se presentó después de que aceptara darme una entrevista sobre un hecho del que también la ciudad estaba conmocionada: el crimen de las abuelas de Fito Páez. Desde su lugar de funcionario tenÃa una mirada particular sobre el caso pero más allá de la crónica policial, resultó ser un irador de Fito y Spinetta.
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Lo encontré, mucho tiempo después, sentado alrededor de una mesa del bar de la estación YPF de Funes, un verano, leyendo Rosario/12. Hablamos de polÃtica, de su desencanto del peronismo menemista, de música. Hablamos de Funes cuando Funes no era lo que es hoy. Y de su alegrÃa por el libro de poemas que iba a publicar.
-¿Te puedo mandar el libro al diario para que hagan una reseña? preguntó como pidiendo disculpas sobre "Memorias de Funes" (1998), y después hubo más libros, más poemas, que llegaban envueltos en sobres color marrón para mà y para Beatriz Vignoli, la crÃtica del diario que vio en sus poemas la luz que nadie vio.
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El tiempo pasa y ahora estoy sentado frente a él, en su oficina de la compañÃa de seguros de San Cristóbal, donde entró como cadete, un pibe de la zona sur, de calle Uruguay (ex Ayolas), hijo de padres peronistas, que terminó ocupando el cargo de asesor jurÃdico de una de las compañÃas de seguros más fuertes del paÃs. Y allà están los diarios desparramados sobre su escritorio, está el Rosario y está el Página y ofrece café e invita a almorzar un dÃa de estos.
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¿Qué puedo decir entonces
de un overol inmóvil
sostenido por el hilo invisible
que el óxido lentamente roba?
En el aire de la terraza
de rojas baldosas
que arden todavÃa
el espesor del agua impide
su movimiento.
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Hola, confirmame si tomamos un café mañana escribo desde mi celular. No puedo, gracias contesta un rato después.
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En su último libro, Lo que sé del fuego, aparece, al final, este poema dedicado a su mujer Alicia Inés:
A pesar de todos los pronósticos
el leño sigue ardiendo
Y acá estamos otra vez
asombrados de esta proximidad
indestructible, separados tan sólo
por la lÃnea de un resplandor
que no se extingue
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Y entonces entro ayer a Facebook, a la tardecita, y Marcelo Scalona escribe en su muro lo que no querÃa leer de su amigo y de mi amigo: murió Edgardo Zotto, un gran tipo. Vamos a extrañar -muchos su generosidad, su amabilidad, su escucha atenta.
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