Abandonó Roma el mismo dÃa que la OVRA asesinó al diputado socialista Giacomo Matteotti. El ametrallamiento fue a plana luz del dÃa, un cinco de mayo de 1924. Ese acontecimiento selló la impunidad de la PolicÃa secreta del Duce e indicó que el fascismo venÃa para quedarse. 18184c
Alberto Demiddi no era miembro del Partido Comunista pero la simpatÃa por ese agrupamiento de rostros furiosos lo llevó a prestar su modesta red de relaciones cuando el Partido consideró conveniente tomar o con figuras de la cultura o del deporte por fuera de Roma. Alberto Demiddi era campeón italiano y serÃa más tarde campeón europeo de aguas abiertas. TenÃa veintiséis años y un estilo consagrado a hacer historia.
Su pecho expansivo y circular fue copiado por generaciones enteras en el viejo continente. SucederÃa lo mismo en las urbes del RÃo de la Plata. La condición de atleta facilitaba su desplazamiento hacia el interior y el exterior de la PenÃnsula. Por ello el PCI lo utilizó como correa de trasmisión, al menos, a lo largo de unos años.
Demiddi, perceptivo, rápidamente capto la simpatÃa que los romanos dispensaban a los oficiales de la infanterÃa apostados sobre las calles luego de 1922. Benito Andrea Mussolini estaba bendecido por la legitimidad sin retorno de las mayorÃas. Acicateado en la conciencia de esa irreversibilidad tomó o con colegas de la América nueva.
Embarco rumbo a Argentina porque en aquellas conversaciones en ciernes se prometÃa trabajo, mucho trabajo. Se inició como maestro de nado amateur en la pileta Balcarce de Buenos Aires. Los chicos-bien sin disposición al esfuerzo lo aburrÃan y además, lo ahorrado en temporada no era todo lo que se prometÃa. Ni tan siquiera bastó para regresar a Campo Marzio para mirar por última vez a su madre. Asà que cuando le ofrecieron el contrato para entrenar a nadaderos federados en Newell's Old Boys, no dudo en venirse para Rosario.
En Argentina la natación era, es, un deporte de elite reducido. Se invento a sà mismo Maestro Mayor de Obras. Con los ahorros de los meses del verano construyó casitas en los meses de invierno (las piletas todavÃa sin la innovación de la climatización cerraban de abril a noviembre). Alguna casa vendió, otra dejo en alquiler y finalmente, se quedó viviendo con Sarah en la de White y Ecuador, Mendoza al 6800.
Desde Rosario saco campeones argentinos, sudamericanos y mundiales. El más grande fue Albertito. Comenzó nadando y era bueno. Tanto que su padre lo ignoró para que en el Club nadie pudiera insinuar que priorizaba a su hijo por sobre el resto de los nadadores. Un padre con un atroz sentido del deber ser, sin embargo, terminó beneficiándolo. Albertito se piró a jugar waterpolo y como suele ser en estos casos, también era excelente. Un amigo psiquiatra me dijo una vez que de acuerdo con su experiencia clÃnica los tipos lúcidos son eficientes en cualquier cosa que aborden, basta una cuota de disciplina. Alberto Demiddi (h) catapultó esta presunción cuando se decidió por el remo. Menos de seis meses de entrenamiento le alcanzaron para que en su banco del quinto año del Dante Alighieri grabara con un cortaplumas y una confianza inaudita: "Voy a ser campeón del mundo".
La tarde del 6 de septiembre de 1970 su padre, el entrenador de natación, regresaba como todos los dÃas en el trolebús. Bien agarrado del apoya manos pegoteado con las humedades de los cuerpos porque estaba viejo. El que habÃa vivido de esas humedades no se resistÃa y al contrario, las refrendaba exudando la propia con aroma a ajo. Todas las mañanas en ayunas el viejo ingerÃa dos dientes para mantener a raya la presión arterial.
Tal vez recuerden que la regata del mundo fue relatada por el gordo José MarÃa Muñoz emocionado, con una voz maleable de diuca. En el momento mismo en que el gordo sentenció Alberto Demiddi campeón del mundo, su padre apretó aún mas fuerte el apoya-manos del trole y un sopor perenne le obligó a cerrar los ojos. Los pasajeros que venÃan escuchando por radio del chofer gritaron el triunfo argentino pero el viejo siguió allÃ, aferrado sin emitir sonido. Testigo de esa frugalidad para procesar lo extraordinario en lo ordinario fue el enfermero del barrio. CompartÃa de casualidad el Trole y quiso abrazarlo. No se atrevió. Sintió irrespetuoso inmiscuirse en la intimidad insondable que une la cabeza y el alma de un padre con su primer hijo varón. Lo observó detenidamente hasta su descenso en Mendoza al 6800. No presenció ningún otro gesto, ninguna efusividad. En esa misma esquina de calle White veinte años más tarde, cuando la adolescencia dolÃa y una era oruga invisible, el enfermero añoso se detuvo para mirarme, para contarme la anécdota de mi abuelo, su hijo, y el campeonato del mundo en el viaje de trolebús hacia barrio Belgrano.
Algunos nichos de la prensa seducidos por el canto de la sirena militar eligirÃa machacar sobre su segundo lugar en las OlimpÃadas de 1972, sobre su sentimiento de frustración, sobre su "carácter irascible", sobre su excentricismo.
A pocos dÃas del aniversario de su muerte permÃtaseme correr el foco de ese periodismo adicto al régimen de turno y reforzar al tipo que sin estridencias denunció el gobierno de facto argentino en cada paÃs que le dio la posibilidad. Demiddi, un tipo singular que un dÃa además de hacerse el mas grande remero de la historia de la primera mitad del siglo XX, se atrevió a dejarle la mano colgada al decadente Teniente General Lanusse cuando quiso usufructuar la foto en la victoria.
*Alberto Demiddi murió el 25 de octubre de 2000.
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