Cuando decidieron arbolar las ciudades, los ministros, hijos de estancieros o estancieros ellos mismos, supuestos conocedores de la fauna y flora compraron en ParÃs ejemplares de plátanos, para que las aldeas se parecieran a la Ciudad Luz. Lo que nunca dieron a conocer fue que fueron timados como idiotas: Les vendieron al mayoreo y a precios exorbitantes ejemplares de plátanos hembra, de los que largan esas bolitas que tanto mal hacen y producen alergias varias. Estos son los campeones de nuestra Argentina campera y colonial.
En todos los pueblos existe el refranero, el tipo que encarna los dichos como ninguno. Robles era ese. Cuando detectaba a un mezquino soltaba. "Es más agarrado que puerta de submarino y que vieja en moto". Ante las supuestas virtudes santificadas de una dama local soltaba: "Más manoseada que molinete de tren". "Es más desagradable que la vidriera de una ortopedia", ante un tipo fiero. "Es más desubicado que pickle en pan dulce y que torta frita en fiesta de quince", ante un torpe. "Es más difÃcil que depilar al hombre lobo o que embarazar a una Barbie o que hacer gárgaras con talco o que limpiarse el culo con papel picado o pellizcar un vidrio", ante una contrariedad. Cuando la salud se le fue y la muerte se lo llevó, sus amigos compungidos pusieron un cartelito a los pies del ataúd como preciado homenaje: "Morirse es más feo que Lanata en portaligas".
Arroyo de la Nutria Mansa, del Chancho, de las Garzas, de Los Patos, del Pescado. El pibe veÃa pasar las señales del camino y se ensoñaba como Alicia en al PaÃs de las Maravillas. Cuando detectó el anuncio que proclamaba Arroyo Seco y alcanzó a entrever un borbollón pujante de agua que atravesaba casi rozando la panza del puente dedujo que la geografÃa era una materia elástica y que alguien en ese cartografÃa mutante estaba mintiendo. Se maravilló porque de ahà en más todo serÃa relativo, como la felicidad, las órdenes, el amor y las obligaciones. Empezaba a entender lo resbaloso del mundo y eso lo tranquilizaba.
Lejos de lo relatos borgianos de cuchillos y duelos criollos ella se preguntó cómo serÃa la muerte bajo esta estrellas de la cruz del sur, sola ante el Fin, sin más arma que el coraje, el hierro entrando en la carne propia o ajena. Se metió bajo las cobijas de su cama en aquella Reserva Forestal dispuesta a soñar con con indiadas y peones malevos antes que con cruzados reyes y caballeros. Esta era su tierra y sobre los huesos de sus muertos ella estaba empezando a dormirse. Rezó un padre nuestro por todos ellos y cerró lo ojos. Cerca chilló una lechuza.