¿Cómo le va, lector, cómo anda? ¡Qué semanita, eh! Bueno, asà es el tiempo cuando estamos en un Mundial. Porque ¿vio que el tiempo no es siempre igual? ¿Vio que hay dÃas que se pasan en una hora y hay horas que duran un siglo? 2l6c5x
¿No me cree? Mire, le voy a dar un ejemplo concreto. El partido contra Suiza se estaba pasando rapidÃsimo, y el gol (nuestro), que no llegaba, no llegaba... ¡No llegaba! Los tres minutos que faltaban para que terminase el partido eran ¡un segundo!
Y de repente, iluminación de Messi y.... ¡gol de Di MarÃa! Y allà los argentinos nos dimos cuenta de que sólo nos quedaba agradecerle a Dios, a Francisco, a la suerte, al psicoanálisis o a lo que cada uno creyese y ¡ya está! ¡Si solamente faltaban tres minutos!
Pero ¡qué tres minutos, lector, qué tres minutos! Mire, yo no sé lo que piensa usted, pero para mà que el referà de pronto se puso un reloj... suizo. Seguro que se lo acababan de regalar nuestros rivales, especialmente preparado para que avance un minuto... cada hora
Porque esos tres minutos no acababan nunca de pasar..., seguÃan, seguÃan. Yo conté hasta 180 una y otra vez, una y otra vez, como buen obsesivo que sabe cuántos segundos son tres minutos, pero el partido no terminaba.
Y los suizos avanzaban, y la pelota pegó en el palo y yyyyyy. Y cuando ya creÃa que el partido seguirÃa por siempre jamás, ¡piiiiiii! Por fin, el pito salvador.
¡Esos últimos tres minutos duraron por lo menos cuatro horas, lector! Ese último tiro libre, esa espera mientras el suizo tomaba carrera, ese silencio, mientras los brasileños, en un extrañÃsimo concepto de hermandad latinoamericana, hinchaban por Suiza, lector, eso no fue un minuto, ¡eso fue una vida!
Pero bueno, pasó. Pasamos. Y hoy jugamos contra Bélgica. Y fÃjese qué cosa, lector: si usted recibe este diario a la mañana, estará pensando ... âfaltan seis horas y siete minutos para el partido, faltan seis horas y seis minutos...â. ¡Pero capaz que usted está leyendo este texto con el partido ya terminado durante el partido, para ponerse menos nervioso! En cualquier caso, el tiempo pasa... pero diferente.
Y no todo es fútbol, lector. Mire si no los fondos buitre, que no solamente quieren cobrar sino además que no les paguemos a los demás acreedores. Porque ése es su lema: âNo nos alcanza con estar bien nosotros, necesitamos que los demás estén malâ. ¿Raro ese concepto de la felicidad, no? ¿Rara esa manera de satisfacerse, no? Rara esa manera de pensar la vida, quizá de justificar medios, pensamientos.
Conductas que no resistirÃan el menor análisis desde el afecto se pueden âjustificarâ desde el â¿Ven lo que les pasa a los que no hacen lo que nosotros les decimos?â. Pero aquà parafraseamos a Pugliese (Juan Carlos, no Osvaldo) y entendemos que âno tiene sentido hablarles con el corazón a los que sienten con el bolsilloâ.
¿Corazón vs. bolsillo? ¿Será ése el próximo âClásico de los clásicosâ? ¡O quizá ya lo es, desde hace siglos, desde que frente a los bancos donde se deposita el dinero están las plazas, con bancos, donde los enamorados depositan sus sentires a plazo âno fijoâ!
¡Uy, lector, estamos hablando de amor! ¡Y en medio del Mundial!
¿Será que éste es âel Mundial del amorâ? No podemos afirmarlo con certeza sin que nos tachen de delirantes, pero... algo hay, algo hay.
No sabemos qué tiene que ver con el amor, pero hay cambios, que son notables, en los jugadores. ¿Ustedes los vieron? ¡Seguro que sÃ! Seguro que habrán notado sus peinados, sus tatuajes, sus botines de diferentes colores, ese look que a más de uno le hizo preguntarse si estaba en un partido o en un desfile.
En este Mundial se transpira la camiseta, pero también el tatuaje. Y más de un gol de cabeza habrá provocado una expresión de júbilo en la tribuna, y un desgarrador grito â¡el pelo, cuidado el pelo!â en el coiffeur del goleador. Y más de un dirigente estará pensando en comprar a un jugador más glamoroso que gambeteador, para hacer grandes negocios vendiendo su muñequito, su perfume, ¡hasta sus zolcilloncas, hay que decirlo!
Y en las canchas escuchamos, escucharemos, que el jugador hizo un âgol de trenzas, gol de jopo, le pegó con la rasta cuando ya parecÃa que la pelota se le escapabaâ.
Y van a empezar a aparecer tatuajes sponsoreados (un corazón, y dentro de él, una marca de gaseosa, de zapatillas, de cerveza, de preservativos) en el pecho, los brazos, las piernas, la rayita, donde sea.
âFashion vs. Vintageâ. ¿Será ése el nuevo clásico de los clásicos?
Y todas y todos van a suspirar.
Este es el tema de esta semana, lector, el Mundial, que está muy metrosexual. Y no faltará el jugador que, parafraseando a Dolina, diga âYo, el 100% de los goles que hice fue para levantar minasâ.
Hasta la semana que viene, lector.
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