Esta carta es la voz de una madre que pide la palabra por su hija, para que esto nunca le vuelva a pasar ni a su hija, ni a la hija de ninguna madre, ni a ninguna mujer. Este hecho es solamente una muestra más de violencia de género. Que como sociedad todos deberÃamos tener el deber de no ser indiferentes. Porque el agravante de esta situación fue que esta vez fue dirigida desde dos mujeres a una mujer. Lo que lo hace más triste aún. El hecho ocurrió un martes por la noche, en el Hospital Fernández. Transfigurada por el dolor, Lourdes, acompañada por sus amigas, fue a la guardia de dicho hospital. Una ginecóloga la atendió con premura, solicitud, ternura y eficacia, haciendo honor a su vocación: la medicina y con un respeto único hacia el ser humano, en ese momento paciente, que era mi amiga. La médica en todo momento estuvo atenta al dolor, teniendo en cuenta que éste se alojaba en una de las zonas más sensibles de una mujer. Allà desde donde se alimenta la vida. Desde la axila hasta el pezón. Como la cuestión se ponÃa brava derivó a la paciente al servicio de rayos para una ecografÃa de urgencia. Ahà el maltrato fue evidente y de entrada nomás. Las dos técnicas, indiferentes al dolor, con apuro la urgieron a recostarse en la camilla. Obviando el traspié de que a Lourdes se le habÃan caÃdo los lentes. Ella tiene visión reducida. En ningún momento hicieron ademán de procurárselos nuevamente. Protestando en voz alta, delante de ella, y mencionando internas hospitalarias, como por ejemplo âseguro que esta médica es residenteâ, âque no sabe que la eco no se hacÃa de urgenciaâ (qué mal que estaremos para no considerar el dolor una urgencia), a pesar de tener en la mano la orden médica que determinaba como inaplazable la ecografÃa. De mala gana empezaron el estudio, manifestándose en voz más alta y ofuscadamente: âPero acá no hay nadaâ. Hasta que un edema y dos nódulos se hicieron evidentes. Tal y como lo habÃamos visto todos, profesionales y no profesionales. Una tercera técnica abrió la puerta en plena realización del estudio instando a las otras dos al son de âapúrense che, dale, que está en el Faceâ... Las que realizaban el estudio no tuvieron empacho en replicar, con voz lo suficientemente audible hasta para los que estábamos detrás de la puerta, esperando a nuestra amiga: âEsperá che, que me mandaron a ésta, que encima es portadoraâ. En el colmo de la desesperación por el dolor, la humillación, el pudor, la exasperación y la discriminación, mi amiga alcanzó a contestar: âYo avisé, porque mi deber como portadora es avisar, como el de ustedes es atenderme y tratarme bienâ. El tratarnos bien nos cambia la vida. Pero en un lugar donde se atiende a seres humanos dolientes, en los que la vida y la muerte se juegan una pulseada constante, serÃa un requisito fundamental y excluyente que se exigiera el buen trato. El libro de quejas a veces está inmutable o mudo, porque muchas veces la gente piensa que no vale la pena. Sin embargo, somos muchos los que exigimos lo que damos: un buen trato. Ojalá se nos oiga. 5bc
Mónica Beatriz Gervasoni
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