En el colmo del uno a uno como moneda corriente para la clase media, la cultura gay de esa misma clase y valor, a mitad de los noventa, creyó haber encontrado un oasis tras tanto acoso y marginación. Fue, en realidad, un espejismo algo siniestro. AparecÃa en el horizonte la figura del gay recto, clon del modelo positivo del personaje ficcional que el activismo reaccionario edificaba como ciudadano asimilado a esa maqueta de estilo de vida donde recostarse a sentir el confort de la urbe moderna. Un poco la NX y, especialmente, La Otra GuÃa (revistas oficiales de la pequeña burguesÃa capitalina de aquellos años) se basaban en marcar el mapa autorizado para el consumo y la deriva pacata, y si bien podÃan servir también como manual de supervivencia y forma de crear comunidad, hay que reconocerlo, eran una demarcación de la moda friendly como pose que tapa la dimensión crÃtica que puede tener la diversidad. Entre esas páginas se perfiló un tipo de gay, mayormente de clase media, que podÃa pagar la consumición obligatoria para acceder al beneficio de una legalidad homosexual. En tiempos de esplendor del country la comunidad gay creaba su propio confinamiento chic en boliches, pubs y restaurantes autorizados (y se habla solo de gay, porque lesbianas y travestis, las otras actrices polÃticas más invisibilizadas de esas épocas, eran mayormente excluidas del circuito principal de esta mercadotecnia). Entre tanto espectáculo de corrección y buenos modales, la década fue fracturada por la creación de la Aldea Gay, un asentamiento en Núñez, que hacÃa visible el inconsciente de una década que reprimÃa su soberbia capacidad de generar exclusión y pobreza. 3n112h
El contra country:
la Aldea Gay
Si alguien se acercaba a algún fogón de la Aldea Gay, se podÃa comprobar esa âpoética del sobrenombreâ que describe tan bien Pedro Lemebel en âLos mil nombres de MarÃa Camaleónâ en su Loco afán. Costaba reconocer quién era quién en el juego de reinvenciones de sus habitantes. Como estampida, como verborrea complicada por un slang de loca, las palabras que las nombraban eran lenguaje de la reinvención constante, de lúmpenes que fraguan nombres de pluma para la guerra. El alias extravagante, aunque podÃan tener más de uno, âexcede la identificación, desfigura el nombre, desborda los rasgos anotados por el registro civil. No abarca una sola forma de ser, más bien simula un parecer que incluye momentáneamente a muchos, a cientos que pasan alguna vez por el mismo apodoâ. AsÃ, La Robocop, La Chaplin, La Rompecoches, La Cinco Pesos, La Taco Partido eran personajes que poblaban esa villa eminentemente marica que se extendÃa en un descampado junto al RÃo de la Plata, a la sombra de Ciudad Universitaria. Como un ritual de redefinición constante, en la fuga de identidades fijas, como lo tuvo el lugar que inventaron para habitar: la Aldea Gay, también bautizada como Aldea Rosa, fue un asentamiento espontáneo creado en 1995, que reunÃa principalmente a gays y a travestis, expulsadxs o automarginadxs de bienestares de la ciudad moderna. Aldea Gay fue la forma lavada, eufemÃstica, de nombrar una villa miseria, pero también un modo de destacar una diferencia con otros grupos marginales. Una versión, que corrobora la pelÃcula MÃa, sostiene que ese espacio era una respuesta a esa isla a la que un Quarraccino pedÃa expulsar a la diversidad sexual, polÃtica vaticana que con distintos matices se sostiene hasta hoy. Pero también habÃa una forma de salir de la ciudad, de sus centros ideológicos y edilicios, como hicieron Diógenes y los cÃnicos como modo de protesta. Primero pocas personas sabÃan de la existencia de esta comunidad villera, pero lxs activistas gltb de aquellos años pronto comenzaron a relacionarse con la Aldea. Fueron el pastor Roberto González y luego otrxs activistas de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), pioneros en visitar frecuentemente a lxs habitantes, conocer sus ideas, sus luchas, sus necesidades. HabÃa principalmente gente expulsada de sus familias, pero también emigrantes e indigentes, travestis en situación de prostitución. La mayorÃa se costeaba lo básico cartoneando, era época donde las latas de aluminio importadas llenaban los tachos de basura y se pagaban precios altos por ese metal. Como todavÃa no eran épocas de cartoneo compulsivo, los barrios aledaños de clase media les brindaban a lxs aldeanxs la oportunidad de acceder a objetos para construir sus âranchos por fuera, pero casas de muñecas por dentro; en el cirujeo por Núñez, de repente podÃan caer con una alfombra persa o con una alacena sólidaâ. Más aún, cartoneaban electrodomésticos en perfecto funcionamiento o zapatillas caras apenas desgastadas y demás desechos de una sociedad opulenta que podÃa pasar al último modelo antes que el anterior dejase de ser útil. VivÃan entre la vegetación, sin luz, ni gas, ni gastos de ningún tipo, pero al menos habÃan construido ranchos regios con materiales encontrados.
No hubo quejas ni denuncias de ningún tipo contra las personas que vivÃan allÃ, pero desde su asunción como jefe de Gobierno de la Ciudad, De la Rúa comenzó a amenazar con desalojar la Aldea como parte de su polÃtica de âlimpiezaâ urbana, que también incluÃa sacar a las travestis de un Palermo que ya se estaba convirtiendo en barrio boutique. Durante 1998, el delarruismo se puso más duro y la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) tuvo reuniones con la SecretarÃa de Derechos Humanos del Gobierno porteño para exigir que frente a cualquier tipo de medida de desalojo se tenÃa que garantizar un hogar a cada habitante de la Aldea. Los funcionarios no tardaron en traicionar sus promesas de buscar soluciones pacÃficas a escala humana. El lunes 16 de junio de 1998, con la orden del juez Adolfo Bagnasco, los policÃas y otras fuerzas de la comisarÃa 51ª irrumpieron para destruir las casas y desposeer de casi todos sus bienes personales a cada habitante. Ese lunes era feriado, lo que implicaba un plan maquiavélico: no habÃa autoridades del gobierno que pudiesen responder a reclamos, además de garantizarse poca exposición en los medios.
Más allá de la estrategia oficial de invisibilizar el atropello brutal, se hizo mucho ruido, tanto que casi ningún medio pudo ser indiferente en los dÃas que siguieron al desalojo. El Gobierno de la Ciudad habÃa ofrecido hoteles y albergues temporarios, pero eso implicaba separar al grupo. La Alexis y su marido, La Chilena, y otras maricas no querÃan negociar la ruptura de esa pequeña comunidad de resistencia. Además, a los hoteles no podÃan ir con sus mascotas, y menos hubiesen abandonado a los perros que tanto amaban. No querÃan separarse de cierta forma de vida al aire libre de control. Un mes más tarde se pudo conseguir un caserón en San Telmo, tramitado por la CHA, para que pudiese habitar la docena de personas que soportaron la experiencia bajo el puente.
No hubo planes sociales ni una mÃsera forma de ayuda oficial en ningún momento. No se acomodaron, acostumbraron al centro porteño, las locas volvieron a la Aldea un tiempo después, cruzaron alambrados y todo tipo de impedimentos en la zona perimetrada y se volvieron a instalar allÃ. Nadie, ninguna brutalidad institucional, iba a impedir su destino marginal. Fue una de las gestas más crÃticas del activismo gay de los â90, y fue reconocida hasta por la revista NX, que le dio un premio Nexo a la Aldea gay en las ceremonias que organizaban en la disco Oxen. Algún responsable de la revista se sorprendió de que ningunx de lxs aldenxs haya ido a recibir la estatuilla, sin darse cuenta de que era lógico que no quisieran entrar a un espacio donde históricamente eran rechazadxs por crotxs, por pobres. Algunas personas tuvieron destino incierto, otras terrible. Alexis, una de las locas más enérgicas, que habÃa sido pastor, fue encontrado muerto de sida en la Aldea; no hay forma más elegante de decirlo. Pero eso no fue su última humillación: el enfermero que acompañaba la ambulancia que recogerÃa el cadáver no quiso entrar a la Aldea ni levantar el cuerpo por la posibilidad de contagio. MarÃa Laura, activista lesbiana de la CHA, terminó cargando a Alexis en el carrito de supermercado que usaba para cartonear y lo llevó hasta la ambulancia. El rechazo oficial a las mariconas de la Aldea fue, incluso, post mortem.
Hoy vuelve la Aldea gay porque el actor Javier Van de Couter, uno de los protagonistas de la adaptación cinematográfica de Un año sin amor, se inspiró en ese territorio para construir su melodrama travesti: âYo habÃa escrito Tumberos para Ideas del Sur. Y entonces el grupo creativo buscaba un universo para otra serie. Y empecé a buscar información sobre la Aldea, encontré muchos materiales, entre ellos un pequeño documental de diez minutos. Y escribà un primer capÃtulo de una serie que se llamaba Agria, que transcurrÃa toda dentro de la Aldea, empecé a imaginar esos personajes en la costa de ese rÃo, y el por qué habÃan ido ahÃ. El capÃtulo ése no llegó a nada pero luego de un tiempo apareció de nuevo el tema de la Aldea. Me encontré con algunas chicas que habÃan militado, con una que habÃa vivido, con el cura que los habÃa evangelizado. Me encontré con Lohana Berkins y con Marlene Wayarâ. Es lógico que en la televisión no tuviese lugar una serie basada en un matriarcado lumpen, marica y travesti, suerte de cofradÃa de resistencia a las formas en que la modernidad cincela a las personas. Van de Couter habÃa sentido hablar de la Aldea cuando cursó en Ciudad Universitaria, a mediados de los â90, cuando vino a estudiar a Buenos Aires desde Carmen de Patagones, pero supo más del tema, como casi todo el mundo, a través de los medios, que multiplicaron los conflictos tras el desalojo de 1998. En su investigación, además de los testimonios, se cruzó con dos materiales fundamentales, âuna monografÃa del CELS muy interesante, que en realidad era una estadÃstica que tenÃa que ver con los asentamientos y que pusieron como modelo la Aldea Rosaâ, y el video Entre no-sotros, documental realizado por Sebastián Molina Merajver. El hallazgo del documental, realizado por alumnos de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA, con sede en Ciudad Universitaria, es que logró registrar en VHS el antes y después del desalojo, imágenes hoy gastadas, de baja definición, que dan cuenta de toda la textura de ese mundo. La pelÃcula apenas toma la Aldea como punto de partida de una lÃnea del conflicto, pero logra la gran virtud de ser la primera pelÃcula en representar a una comunidad principalmente travesti como ciudadanas polÃticas, combativas, fuera de la mayorÃa de los estereotipos y mostrando diversidad ideológica dentro de esa misma comunidad. Nada de reducciones en la concepción del deseo, nada de obviedad de la denuncia, pero sà exponer el conflicto en una dimensión que alcance para poner en crisis lo propio y lo ajeno. âMuchas de ellas no querÃan dejar ese lugar, más allá de las condiciones en las que vivÃan y me parecÃa que eso era interesante de plantear. Muchas vivÃan esa situación con felicidad, porque estaban en la calle, viviendo en los subtes, y fueron a parar a la Aldea y encontraron un espacio de pertenencia. Pero a muchos les costaba bastante asumir esta vida porque tal vez habÃan sido echados del trabajo por puto y caÃan en la Aldea desde otra realidad, distinta de la que ya vivÃan en la calle.â
Ese conflicto está bien expresado en la pelÃcula, cuando la travesti protagonista, Ale (Camila Sosa Villada), se queja de vivir entre los yuyos. âDonde vos ves yuyos, yo veo un bosqueâ, le responde Naty Menstrual que interpreta a Antigua, fundadora de la Aldea, que defiende la vida en los márgenes como fuga de cierta modernidad asfixiante, como un bosque dionisÃaco o con la sensualidad rural que describe Reynaldo Arenas en su autobiografÃa Antes que anochezca. Por eso no está mal que la pelÃcula se convierta en un melodrama, casi de conflicto decimonónico, de la relación tormentosa y sentimental entre la chica del campo y el hombre de la ciudad: la Ale se deslumbra un poco por las luces de la ciudad, se enamora de alguna manera de la posibilidad de pertenecer a un confort que la rechaza pero le ofrece espejismos placenteros, esos neones, esas dicroicas tan â90 que son el glamour urbano, el brillo que engalana de strass la postal ciudadana. Pero el compañero de La Ale, Pedro, peluquero lumpen con sida y sarcomas a flor de piel, agoniza y debe ser hospitalizado, y una ambulancia lo viene a buscar, remedando la crónica real de la muerte de La Alexis. Van de Couter cuenta que, por desgracia, todo el martirio de esa escena no entró en el corte final, pero las imágenes que se ven en MÃa bastan para denunciar los lÃmites de la asistencia del Estado en otras épocas: âY la ambulancia no entraba si no era acompañada por la policÃa. Un poco porque no podÃa y otro porque no querÃan, porque les daba miedo. Y ese lÃmite que marca la ambulancia existÃa, llegaba a las puertas de Ciudad Universitaria y tenÃan que andar cargando a la gente desde la Aldea. En la pelÃcula no quedó toda la escena, que era más larga, con seis o siete chicas con los tacos, que volvÃan de la noche, y que cargan a Pedro. Eso era tremendo, porque la salud pública llegaba hasta un punto, después era todo un vÃa crucis que tenÃan que hacer ellas para llegar hasta la ambulanciaâ. Pedro casi inconsciente, colgando en cruz, cargado por sus hermanas travestis, peinadas por él, y Antigua que grita porque los enfermeros no entran a la Aldea, es una de las imágenes más conmovedoras de la pelÃcula. Esa misma ambulancia no es algo del pasado: todavÃa hoy el a la salud para las personas trans está regulado por la caprichosa transfobia de la o el profesional de turno o por la desidia institucional frente a las necesidades del cuerpo diverso. âY Naty Menstrual querÃa hacer una crónica, porque las chicas travestis que participaron del rodaje, por ejemplo, de golpe decÃan: â¿Sabés cuánto hace que yo no como carne?â. Y no eran chicas de la Aldea, eran las actricesâ, recuerda Van de Couter, porque durante el rodaje siguió aprendiendo sobre la realidad de las travestis, que lejos de anclarse en el pasado de la Aldea, todavÃa continúa en un presente donde ellas esperan junto a los hombre trans por una Ley de Identidad de Género que por lo menos empiece a pensar en un más igualitario a las posibilidades sociales, especialmente al trabajo y a la salud. Por eso, para el actor y guionista devenido cineasta la investigación de los pormenores de la Aldea gay no fue el fin del aprendizaje, sino que todo el proceso de la pelÃcula fue un modo de arrimarse a muchas de las historias de personas que todavÃa son totalmente ignoradas, por la transfobia que repite un solo modelo de representación de la diversidad trans, basado en un glam hueco y en la hipersexualización prostibularia. âCuando empiezo a hacer el casting, primero conecto con algunas chicas de acá, de Buenos Aires. Después me entero de que hay un curso de capacitación que organiza ATTA en Córdoba y les pido ir con ellas al hotel de turismo social en Embalse de RÃo Tercero. Y fue muy fuerte porque hice el primer casting, eran como cincuenta y le habré tomado casting a treinta mÃnimo. Y empiezan a contar sus historias, y eran de Comodoro Rivadavia, de Santiago del Estero, de Formosa. Ahà convivà con ellas, filmé el curso de capacitación, que empezaban enseñándoles cómo tenÃan que manejarse en la vÃa pública cuando viene un policÃa, cómo responder, qué decir, sin recurrir a la violencia. Después empezaban a contar sus historias y eran reuniones catárquicas. En ese viaje a Córdoba fue cuando vi a Camila en el teatro, y fue muy especial. Estaba la que le gusta ser prostituta y la que no puede dejar de serlo, y la que salió de eso y la que nunca le gustó. Después me enteré qué atrás que estamos, incluso de lo que yo estaba escribiendo. Me preguntaban de qué trata mi pelÃcula, y yo decÃa es sobre una travesti que, no sé si por deseo de maternidad, pero se hace amiga de una nena. Y me decÃan las chicas trans: âMi hermana está presa y los chicos se los crÃo yo desde que nacieron y a mà me dicen mamáâ. Y asà aparecieron todas las Marielas Muñoz repartidas por el interior.
Habiendo ganado un premio en el Festival de Cine de La Habana, Cuba, con el guión, Van de Couter logró realizar la pelÃcula y rescatar la memoria de la Aldea gay a través de una ficción. Sin embargo, al final, un cartel avisa sobre los hechos reales. âEn todo el recorrido que estoy haciendo con la pelÃcula, la gente se sorprende mucho, porque cuando ven la pelÃcula piensan que nada existió. Y en esas cosas del destino, la pelÃcula que se iba a estrenar en marzo se pasó a noviembre, justo alrededor de la Marcha del Orgullo y de la posibilidad de la discusión parlamentaria de una Ley de Identidad de Género. Que la pelÃcula termine con una travesti con un bebé en brazos, creo que algo puede aportar en este momento, para que salga la ley.â Uno de los gestos más polÃticos de MÃa es pensar una relación genuina entre una travesti y la maternidad, a partir de Ale, que puede volverse no solo una figura inspiradora para una niña, sino que logra ayudar a reconstituir una familia, a riesgo incluso de que ella misma quede excluida.
Para quienes conocimos a las personas de la Aldea gay, quienes fuimos sus cómplices, quienes resistimos en ese entonces y todavÃa lo hacemos contra la desigualdad y la injusticia, en esta Marcha del Orgullo lgtbiq de nuevo nos vamos a acordar de todas y todos los que nos ayudan a pensar que hay otros mundos posibles donde de un yuyo puede nacer un bosque. Hasta la victoria, diversxs.
© 2000-2022 pagina12-ar.informativomineiro.com|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.