Apunta Wikipedia que en la Segunda Guerra Mundial, la fuerza aérea estadounidense habÃa diseñado un chaleco salvavidas al que se bautizó Mae West, en parte porque al usarlo cualquier soldado pasaba a tener pechos inflables e iguales a los de la sex symbol nacida en Nueva York. Ese es el efecto West: cualquiera es una drag queen, porque su estilo embiste, traviste, envuelve para regalo el cuerpo y lo hace indestructible, irreductible. Esos chalecos eran la supervivencia de un mito pansexual: de alguna manera, los corpiños-paracaÃdas eran artilugios bélicos que hacÃan volar las certezas fijas de los géneros. Porque lo evidente es que en la batalla de los sexos, la West fue la que más le puso el pecho a las balas. Y la fuerza aérea de sus pestañas kilométricas y el revoleo de sus ojos, marcas de fuego de su estilo ultracamp hicieron de su visión la mira de un fuselaje que encañonaba a fuerza de frases disparatadas como esquirlas de doble o triple impacto. Se la llamó repetidamente âbomba sexualâ, y es que las metáforas guerrilleras son difÃciles de eludir porque Mae West fue una de las que más combatió al capital simbólico del espectáculo patriarcal con su presencia arquetÃpica, caricatural de mujer bien armada. 373p72
Estaba (y era) lista desde adolescente, fue una neoyorquina perfecta, chica de gran ciudad e igual tamaño de independencia. A los 17 años, en abril de 1911, se casó en secreto con un compañero de vaudeville Frank Wallace. Pero lo que no pasó inadvertido a fin de ese mismo año fue su talento exuberante para la performance teatral, porque aunque todavÃa tenÃa un rol menor en la obra de Broadway en la que trabajaba, las crÃticas la destacaron como una revelación. Mae West ya daba la nota, y los carteles de los teatros empezaron a pronunciar su nombre con las mismas letras luminosas con que se imprimirÃa su leyenda erótica. Porque pronto comenzó a ser dueña de su destino artÃstico, como pocas mujeres pudieron serlo en el show business antes de la Gran Depresión. No fue sólo actriz, tÃtere manejada por palabras ajenas, también fue su propia libretista, productora, creadora integral de espectáculos, porque lo que querÃa no era recitar, repetir más de lo mismo, sino desafiar el status quo que dominaba la escena. El estreno de su obra Sex, comedia dramática de lujuria explÃcita que en 1926 fue su máxima afrenta a una década que se conocÃa como âlos años locosâ, pero que no soportaba la locura puesta en escena por la West: hubo un raid policial en el teatro de Broadway donde representaba la obra, y ella fue condenada a diez dÃas de prisión por corromper a la juventud. Nada la amedrentó, se podrÃa decir que, incluso, duplicó la apuesta: volvió en 1927 con The Drag, otra obra explÃcita centrada en la homosexualidad, que culminaba con una docena de drag queens exhibicionistas, que en la época significó un alto nivel de escándalo, con decir que fue estrenada en Connecticut y otras ciudades, pero no llegó a Broadway por amenazas de clausura y prisión. La persecución puritana a las creaciones West no tuvieron que ver principalmente con la temática, sino con la sensualidad celebratoria, espectacular, impúdica con que ella revestÃa todo su cuerpo, su andar y sus shows: la pasión carnal era explÃcita no tanto por el desnudismo fÃsico o verbal implicado sino en la vibración con que se ejecutaba. La West habÃa tomado su bamboleante forma de caminar de las drag queens, quienes terminaron imitándola, en un juego de correspondencias que siguió por décadas. Y que continúa hasta hoy, incluso de manera inconsciente porque ya se perdieron las raÃces históricas de esa manera de construirse como supermujer, esa teatralidad exacerbada de un ârococó explosivoâ (Terenci Moix dixit) con que la West irrumpÃa para hacer hasta que âuna canción de cuna sea sexo puroâ, como señaló alguna crÃtica de la época.
Madre superlasciva
âTal vez uno deba simplemente decir que el estilo de mujer de Miss West califica ampliamente âcomo lo hizo siempreâ para ser la Madre Superiora de las Maricas. Este tÃtulo no es una invención fácil del periodismo ingenioso, ni mÃa o de cualquiera, sino que es una analogÃa basada en una verdad históricaâ, escribe en 1972 Parker Tyler al inicio de su libro sobre cine y homosexualidad, Screening the sexes, cuando hubo un rescate del impacto queer de la West, que se habÃa hecho magnánimo en la pantalla cuando pasó de las tablas a conquistar Hollywood antes y después de que la censura institucional persiguiera sus pelÃculas. La exacerbación de su feminidad, reforzada por vestidos, sombreros y joyas estrambóticas, tenÃa destino de pantalla grande, donde se pudiese maximizar más cada detalle de su estampa: un primer plano de Mae West era un barroco instantáneo y magnético. Su debut en cine fue Noche tras noche (1932), en cuarto puesto en un cast encabezado por George Raft, estrella masculina que sale casi desnudo pero que no puedo eclipsar el talento estelar de West, que se ârobó toda la pelÃculaâ, en palabras del propio Raft. En el trailer de Noche tras noche está la escena donde West entrega su abrigo y la empleada del guardarropa exclama âDios mÃo, qué hermosos diamantesâ; a lo que ella responde âDios no tiene nada que ver con eso, queriditaâ, primera de sus frases celebérrimas, que serÃa el tÃtulo de su autobiografÃa. Esas lÃneas trazarÃan una vida amplificada por el cine y por el mito, que son casi lo mismo para el siglo XX. En el colmo de su teatralidad sexual, la actriz fue reescribiendo su personaje en sus pelÃculas, creando no sólo una performance fÃsica de alto voltaje, sino una fraseologÃa pirotécnica que la convirtieron en autora del diccionario de remates maricas más usados de la historia del camp. Otras de sus municiones verbales en la pantalla plateada fueron: âNo son los hombres de mi vida lo que cuenta... sino la vida que hay en mis hombresâ; âLa curva es la lÃnea más excitante entre dos puntosâ; âSoy una chica que perdió su reputación, pero que nunca la echó en faltaâ. Comediógrafa radical, tampoco se tomaba sus provocaciones tan en serio, sino que la autoparodia hacÃa que todo, incluso ella misma, quedase devastado con su ironÃa: en su pelÃcula Hollywood te llama (1936), West es una estrella de Hollywood comehombres y cada personaje se burla de sus manierismo, como su sensual modo de caminar y de retocarse el peinado. Llegó hasta donde pudo con su humor, y para no perder su reputación libertina, cuando el Código de Censura comenzó a arrinconarla en 1943 se retiró del cine y el teatro (la crónica de la guerra de las Ligas de Decencia y la derecha religiosa y periodÃstica para callarla está perfectamente narrada por Kenneth Anger en su libro amarillo Hollywood Babilonia).
Durante casi treinta años West desapareció, pero no fue un fantasma porque la encarnaron muchas drag queens, algunas alumnas directas de la actriz, que mantuvieron viva su imagen en el under gay de casi todo el mundo. Y volvió al cine en 1970 para abrir el juego de una década más descontrolada como la Leticia Van Allen de Myra Breckinridge, adaptación de la novela transexual de Gore Vidal. La pelÃcula fue bombardeada como pelÃcula mala por las crÃticas. Luego se volvió de culto, pero a un nivel microscópico. La West no tenÃa el rol central, pero opacaba todo a su paso, como siempre, y ayudaba a que ese carácter malo, artificioso y camp de la pelÃcula la convirtiese en espécimen raro, de-safiante y superlativo. Su sabidurÃa lo habÃa anticipado en un diálogo de No soy un ángel (1933): âCuando soy buena, soy muy buena. Cuando soy mala, soy mejorâ.
Hasta el domingo 27 de noviembre, la sala Leopoldo Lugones dedica un ciclo a Mae West. Más información: www.teatrosanmartin.com.ar/cine
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