Siempre tuve cierta resistencia a la palabra âmelancolÃaâ desde que un profesor de LatÃn explicó en clase su etimologÃa: quiere decir âbilis negraâ. Pero no encuentro otra manera de definir mi estado de estos dÃas. Me reconcilio con la palabra (y con mi sentimiento), escuchando la canción de Silvio RodrÃguez: âHoy la voluble señorita es amistad / y acaricia finalmente el corazón / con su más delgado pétalo de hieloâ. 5c4u4p
A veces tengo la certeza de que ya no me voy a enamorar, e incluso dudo de haber estado enamorado alguna vez. Trato de no hacer caso a las patrañas de la numerologÃa, según la cual mi número es el 9, âel Eremitaâ, pero no puedo evitar la idea de que si el arquetipo existe, alguien lo tiene que encarnar. ¿No seré yo un ermitaño no asumido? Ayer leà âLa solitude des gaysâ (La soledad de los gays *), un artÃculo del escritor francés Didier Lestrade. A pesar de lo triste del tema, tras leerlo sentà cierto alivio, me llevó a pensar que mi soledad no es sino un mal de los tiempos que corren. Lestrade cuenta que mientras se dedicaba a hacer tareas de jardinerÃa en su casa, se quebró una pierna. Como vive solo, se arrastró por el jardÃn hasta que sus gritos para pedir auxilio pudieron llegar hasta la casa de un vecino. A raÃz de este episodio, reflexiona que los gays estamos cada vez más solos, que ya no existe el levante callejero, que cuanto más medios tenemos para relacionarnos gracias a las redes sociales de Internet, menos nos encontramos. Y menciona a los que tienen 30 o 35 años y se preguntan: âSi no soy capaz de tener una historia de amor ahora, ¿cómo voy a hacer para tener una cuando tenga 40 o 45?â. Yo ya tengo 46. Sin embargo, muy en el fondo, no pierdo las esperanzas. âPienso âsigue Lestradeâ que todo lo que uno hace en la vida es, por supuesto, para sÃ, pero sobre todo para mostrárselo a la persona que uno ama. Una casa, un departamento, un jardÃn, un traje, una cadena de oro, unos músculos, es lo que uno prepara antes que el enamorado llegue, para mostrarle los pequeños detalles de lo que a uno le gusta y para descubrir los pequeños detalles de lo que le gusta al otro. Edificás una carrera, creás una obra de arte o incluso hacés una riquÃsima tarta de ciruelas; si no tenés a quién ofrecérselo, no es más que un mensaje en una botella que se pierde en el mar.â Me sentà identificado: el departamento que alquilo y me queda un poco grande, me esfuerzo para mejorar mi vida y mi trabajo, voy al gimnasio para mantenerme lo más saludable posible... Según Victor Hugo, la melancolÃa es âla dicha de estar tristeâ. Y Silvio sigue cantando: âOh, melancolÃa, rosa del aliento, dime quién me puede amarâ.
© 2000-2022 pagina12-ar.informativomineiro.com|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.