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¿Es ésta la escogida para la Anunciación?
¡Dios mÃo, qué risa!
Sylvia Plath
Mi padre no querÃa morir sin verme casada y se lamentaba por mi suerte. âNos buscábamos una niña normal... y me cago en la puñetera madre que te parióâ, decÃa. Violentábase él y yo misma percibÃa que mi vida no le caÃa en gracia. Lo enfrentaba entonces con desconocida vehemencia que brotaba de mà como un demonio. Y él... ¡si, vierais con qué furia reaccionaba! Con deciros que una mañana agarró por las orejas un cabrito y revoleolo en los aires del enojo.
Os voy a contar mi historia. TenÃa yo una amante: Magdalena, la esbelta y fogosa Magdalena que nació con pelo rojo y no tiñose en toda la eternidad. Soltábalo al viento levantando nubes de polvo a su paso, sus labios gruesos y pómulos altos conferÃanle aspecto de actriz de cine, mas no existÃa cine alguno ni pelÃcula que proyectar en esos tiempos. Mi otra amante, Sara nombráronla sus padres y las generaciones, carecÃa de dotes artÃsticos o cualquier menester que a esto relaciónese. Pálida y menuda como un Cristo, pero enloquecÃan todas las gentes de amor al conocerla. Tan bella era. âNo te alcanza con una, tortillera de mierdaâ, reprendÃame mi padre.
En una oscura habitación de la casa de piedra familiar, dormÃa yo, envuelta en edredones. Tanto frÃo hacÃa. Pero el calor llegábame si por las noches recordábalas a ellas e incurrÃa en silenciosas masturbaciones que a nadie molestábanle. He sido cuidadosa siempre con ellos. No gemÃa yo, ni hacÃa el menor ruido y recibÃa agresiones, sin embargo. Por eso, más que nada, valoraba la soledad de mi cuarto y enojome la aparición de un ángel que, con buenos argumentos, querÃame convencer de cosas que no eran.
HabÃa logrado conciliar el sueño aquella noche cuando llegó hasta mà la esfumación. Colose por las rejas de las ventanas este ángel, forma de púber en rayos de luz divina que dañome la vista. Apreté mis párpados entonces y, encandecida, rogué bajara la intensidad para abrir mis ojos. Pero tan lejos de la experiencia humana hallábase él que hÃzose el sonso como si hablárale yo o pasara un tren que no habÃa alguno, ni vÃas en Jerusalén para que transitara. Irritome y le exigà que se fuera. Más, mostrábase imperturbable y alzando brazos cantome un salmo que titulole El ángelus. âDetesto los salmos a esta horaâ, grité, pero no respondiome. ¿Cómo habrÃame de escuchar él a mà en medio de tanta orquesta? Por mi parte, sospeché que todo el pueblo estarÃa ya despierto dado el volumen. Tan grande era. De pronto hablome con eco el querubÃn. Erase una voz metálica y espantosa como todo en él. Mas el horror completo llegó cuando acercose a mà tendiéndome tres dedos suyos. Abrà un ojo mÃo y vilo sonriente al invasor.
â¡No! âadvertileâ. ¡Vais a electrocutarme! ¡Salid de mi cuarto!
âNo debéis temer, MarÃa, soy un enviado de Dios.
âAngel mÃo ârespondà amablemente, porque tampoco querÃame yo ganar el infierno.
âArcángel âcorrigiome el pedante.
âPerdón, Arcángel mÃo, vos no creéis que tanto carezco yo de imaginación como para no figurarme que sois un enviado de Dios, ¿verdad? Mas, ¿para qué quiéreme El a mà que está tan bien solo? Y, os suplico, no me toquéis que me impresiona.
Antes que una respuesta saliera de sus labios, retornose la cantata a la tierra. Sostuvo el coro una nota musical por largo tiempo, prologando la Anunciación de la que vosotros ya habéis tenido noticias por medio de Pablo y Mateo. Que en paz descansen, con lo buenos que eran.
âUn hijo âdÃjome el Arcángelâ. El Señor Dios quiere un hijo tuyo.
â¿Un hijo? ¿¿Un hijo de Dios?? ¡Ni loca! Hacedme un favor, Arcángel mÃo âdije y tomeme el pecho que reventábame de disgustoâ, en mi nombre vais a decirle que no. Que asà estoy bien.
â¿Y por qué? No os entiendo, serÃais una privilegiada.
âAunque vos lo pongais en tela de juicio y tu creencia condéneme injustamente al pecado de la mentira y éste al infierno, más terrible es la verdad, que lo que no tiene es remedio como dijo el cantante, pero debo deciros que lo soy.
âQue lo sois, ¿qué? Eres muy complicada
âQue soy una privilegiada, mi Arcángel... y por un motivo que no os va a agradar... âdije yo pensando en los fogosos besos de Magdalena y en los de Saraâ perdón... ¿cómo os llamáis?
âGabriel.
âGabriel: un gustazo. MarÃa.
â¡Por supuesto que sé su nombre! Pero sigamos con el asunto de la Anunciación. ¿Cuál es el privilegio de decir que No? ¡Tantas mujeres hubieran aceptado esta magnÃfica propuesta!
âSÃ, muchas, por eso no entiendo por qué Dios me eligió justo a mÃ...
âPorque sois un ser muy especial.
â¿Y qué me hace tan especial, querido Arcángel?
âQue vos sois virgen.
Al decir âvirgenâ el coro celestial que lo acompañaba entonó: âVirgeeeeeeeeenâ.
âMas, todos vosotros estáis equivocados âasegurele yo al Arcángel.
â¿Cómo?
âComo os digo. Y hay más para contaros, aunque prefiero mantenerlo en secreto. No os enojéis, pero éste es un pueblo chico y quiero evitar que se sigan echando a rodar chismes sobre mi persona.
âY, ¿Dios...?
âDios, ¿qué?
â¿Cómo Dios no lo sabe?
âBueno, suponÃame yo que Dios conocÃame mejor que nadie. Que estábame habitada por su espÃritu y que yo habitaba el suyo y los dos en la casa de mi padre, con quien discuto seguido, pero que también tiene a Dios adentro. Y creÃale yo que Dios peleábase con Dios cuando mi padre y yo discutÃamos. Que cuando una vez mi padre voló un cabrito por los aires, también vololo a Dios, que en el cabrito habÃa. Que en paz descanse, pero de todos modos nos lo Ãbamos a comer otra noche si no era esa.
â¿A Dios?
âNo, al cabrito.
âMe estáis mareando. No estoy preparado para tanto. Además yo solo he venido a anunciaros lo que Dios me ordenó hoy por la tarde: âVe y dile a MarÃa que tendrá un hijo mÃo. Nunca ha estado con un hombre, mas en su vientre engendrará un niñoâ.
â¡Dios me libre! âgrité desesperadaâ. Para destino mÃo suena un poco extraño. Por otra parte, debo explicaros que el Señor ha caÃdo en un error al pensar que soy virgen... es cierto, no he estado con un hombre, pero la virginidad puede perderse de muchas maneras.
Luego de estas palabras sobrevino el silencio. No escuchábale yo sino el piar de los pájaros a lo lejos o el lento andar de una carreta romana perdida en la oscuridad con un gladiador arriba. Todo parecÃame vuelto a la normalidad cuando de pronto la voz del Arcángel retornome a los oÃdos:
â¡Oh! ¡Qué ridÃculo me siento! âlo escuché, mas yo seguÃa sin mirarlo porque dañábame la luz que de él salÃa. Tan grande eraâ. ¿Puedo sentarme? Casi cáigome redondo al piso de un infarto.
âSà âdijeâ, sentaros. Y ya que estáis ¿no os cubrirÃais con esta manta negra, asà puedo abrir mis ojos?
El Arcángel se tapó por fin. Su luz destruÃa mi vista. Al levantar los párpados vi que las alas suyas se curvaban y bajo la manta opacábase el intenso brillo, imaginé que por desilusión. De súbito, espetó:
â¿Sabes MarÃa? No tengo ganas de pasarme la eternidad comprendiendo. Ya estoy cansado. ¡Que ve para allà y que digas esto! ¡Que no nacà para profeta, que yo sÃ! ¡Que anúnciale tal cosa y aparécete en tal lugar! ¡Que no soy virgen! Llevo años componiendo músicas para diferentes ocasiones y si hago esto es para poder cantar con mi coro, y nada más. Porque lo que gústame es cantar, ¿entendeis? Amo la música, más que a Dios, más que a nada, de modo que me voy y arreglaros directamente con El. Conmigo se acabó.
Asà nomás disipose el Arcángel loco y a diferencia de cómo habÃa llegado se fue de mi lado sin hacer aspavientos. Entonces vi la luz extinguirse en la ventana, apagarse la estrella de ese sueño fugaz que tuvo Dios en la inmensidad de la noche. l
El libro se presenta este viernes a las 20 en Casa Brandon (Drago 236). Acompañarán a la autora Mayra Leciñana y Laura A. Arnés. Toca: Paula MaffÃa.
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