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Se habla de piletas techadas, fiestas clandestinas, buques que se hunden, bunkers desde los cuales esperar la salida de un bote hacia una isla escondida, conventos de monjas, razzias, sótanos. En los relatos de los habitués, la información acerca de los bares gay lésbicos que frecuentaban en la Argentina de los años â70 es florida y por momentos bizarra. Esta historia, que carece de documentación, de imágenes, de publicidad gráfica, está hecha de la memoria del encuentro en un contexto de ocultamiento y persecución. âEn esos años habÃa fiestas clandestinas, que iban rotando. No sé si recordarás la famosa fiesta del sombrero en la que cayeron todos y era en el Privado Bar que se habÃa mudado desde avenida Coronel DÃaz a la provincia, a causa de las excesivas visitas de la policÃa. También habÃa un sótano del que no recuerdo su nombre, sobre Avenida Las Heras; otro en un boliche que era una casa de gente gay y uno más en San Telmo. HabÃa otro en San Miguel, frente a un convento de monjasâ, cuenta Luis, gran conocedor del ambiente de aquella década. Luis es un señor gay que se muestra más que entusiasmado en recomponer para Soy la historia de una logÃstica nocturna prohibida. Las anécdotas con las que se refiere a los años de la dictadura, derraman agua por todos lados: âEl San Francisco era ese buque que amarraba en la Vuelta de Rocha. Otro de los boliches era el de Tigre, ahà Ãbamos a la medianoche a encontrarnos y escondernos. Después nos chiflaban y nos Ãbamos a un muelle. SubÃamos a un bote con motorcito fuera de borda donde entrábamos 15 o 20 tapados por una lona y nos llevaba al arroyo Abravieja. Ahà bajábamos en el muelle de MarÃa, que era un barcito, cruzábamos y estaba el boliche, no me acuerdo cómo se llamaba, y la pista era una pileta de natación tapada con madera. Yo estuve cuando se hundió y cayó la Prefectura y tuvimos que huir en botes clandestinamente. Dicen que después lo incendiaronâ.
El escritor argentino Rubén Mettini Vilas vive en Barcelona desde 1976. Viajó becado en el â74 y a raÃz del golpe militar decidió no regresar al paÃs. Durante los años anteriores a su partida, como la mayor parte de la población GLTB, solÃa frecuentar boliches nocturnos que eran los únicos lugares posibles para el encuentro y la socialización. Era un entretenimiento adrenalÃnico, además de una necesidad vincular, dentro de un clima nacional que iba a contrapelo del destape español que pronto Mettini Vilas conocerÃa. âDanielâs no estoy seguro de que sobreviviera a la dictadura âcuentaâ. De todos modos, ya estaba abierto en el â68 o sea que era realmente histórico en lugares lésbicos. La casa, en La Boca, de esa mujer que cantaba tangos âel escritor se refiere a Marikena Monti, presente también en los relatos de Luisâ probablemente quedaba protegida porque no era un lugar exclusivo para gays. Con la discoteca Chelovekos tengo algunas dudas. Mi amigo Jorge Luis estuvo en febrero o marzo del â76 con un chico danés, pero no tiene la certeza de si sobrevivió después. Respecto de Oráculo, los tres amigos recordábamos a dos travestis que actuaban allÃ: Graciela Scott y Theo. Por suerte vi que está Graciela Scott en Facebook. Por las fotos sigue siendo travesti y también por las fotos imagino que en los â70 debÃa ser una chica muy joven.â
El único respiro de libertad que Mettini Vilas recuerda de sus visitas a la Argentina se daba en las vacaciones de verano, cuando la costa argentina quedaba mágicamente eximida de la persecución a la comunidad LGBT (persecución que, aunque en menor medida, continuó existiendo en democracia a través de las razzias a los boliches y otras yerbas). âMar del Plata siguió teniendo mucha vida gay durante la dictadura, habÃa varios locales abarrotados de gente âcuentaâ. Recuerdo haber estado en dos o tres en el año â80. La gente aprovechaba las vacaciones para hacer allà lo que no podÃa hacer en Buenos Aires.â Por su parte, la escritora Susana Guzner también recuerda haber disfrutado de la noche gay lésbica frente al mar durante aquellos durÃsimos años. âMe viene a la memoria un boliche de Villa Gesell que se llamaba Cachavacha âdiceâ. Era de copas y bailongo para todas y todos, pero me consta que las Les solÃan reunirse en él. Yo soy de La Plata y ni siquiera hoy hay en La Plata boliches para nosotras.â
Silvia O. nació en Paysandú, Uruguay, donde vivió hasta el año 1974, cuando su grupo de compañeras de magisterio la siguieran por la calle y la vieron entrar en la casa de una âlesbiana conocida del puebloâ. Como corresponde, las muy chusmas desparramaron la información maliciosamente y el escándalo la obligó a exiliarse. Tres años después, Silvia O. pisó por primera vez un boliche gay lésbico y Buenos Aires se convirtió para ella en la ciudad más parecida al paraÃso. âUna noche fui a Privado Bar, ahà nos dieron la dirección de un boliche que quedaba en la calle Gaona, en Ciudadela. Yo estaba fascinada. Ibamos en el tren y volvÃamos en el 166. Para mà fue muy impactante porque se bailaba junto. Esas tortas eran re-tops. La mayorÃa, profesionales pero no intelectuales. HabÃa mucha médica, mucha ginecóloga, mucha azafata.â No sin dificultades, el ambiente lésbico recién empezaba a cohesionarse por aquellos años en los que los hombres, más prestos a la visibilidad, como siempre, eran mayorÃa. âEn Nosotros, un boliche de Ciudadela, serÃan un setenta por ciento de gays contra el treinta que éramos nosotras. Una cosa que habÃa exclusiva para chicas era un campito donde nos juntábamos las tortas a jugar al vóley y después a la noche party, habÃa mucha fiesta privada. Tiempo después conocà Contramano, que al principio era mixto, con más varones también. Pero una noche se armó una pelea entre mujeres, una rompió una botella y no nos dejaron entrar más. Hay de todo en la vida. En Caseros también hubo uno que duró muy poco, dos, tres meses. En los boliches de la época de la represión venÃa la cana con un micro y se llevaban a todos. Pero igual los lugares se llenaban. A la gente gay no la vas a someter nunca.â
En la historia de Ana Rubiolo, psicóloga y activista lesbofeminista de la primera hora, los primeros pasos en la noche del ambiente coincidieron con su coming out durante los años â78 y â79. Pero en los sitios donde ella iba las mujeres prácticamente brillaban por su ausencia o estaban opacadas por la seguridad de su closet. âEl 99 por ciento del público eran varones y el 1 por ciento chicas âcuentaâ. La mayorÃa decÃa ser amiga de chicos gays y aclaraban que no eran lesbianas. Yo generalmente bailaba con mi amigo Gabriel. El fue teniendo un arrastre impresionante y asà conseguà muchos amigos gays. Pocas veces pude bailar con chicas. Lo que sà recuerdo es que era buenÃsima la música. A la previa la hacÃamos en un bar de Libertador cerca de la barrera de Barrancas. Ahà tenÃamos que identificar al chico que daba las tarjetas y la dirección. El anotaba nuestro nombre en la tarjeta. Los lugares donde se montaba el boliche eran direcciones de casas privadas. Tocabas el timbre y dos o tres patovicas te daban o no la aprobación para entrar. A veces te revisaban como los canas, palpándote por si tenÃas armas.â
La peligrosidad, la marginalidad, las actividades ilegales, todo estaba puesto en la misma bolsa de gatos que era la noche y en esa bolsa maullaba con desesperación la población GLBT de los años â70 buscando amor, amigxs, diversión. Y a esa noche mixturada y caÃda de los bordes de lo tolerable para las buenas costumbres, arribaban, mucho más que a la obtusa normalidad de los dÃas, noticias de un futuro en el que ciertas libertades ânunca todasâ serÃan posibles. âYo frecuentaba un pool en Riobamba entre Santa Fe y Marcelo T. de Alvear donde iban muchos gays y prostitutas que a su vez eran lesbianas y curtÃan entre ellas âdice Anaâ. Era un pool a donde iban a distenderse después del trabajo. Ahà conocà también a algunas travestis. De ahÃ, si les caÃas bien, te invitaban a fiestas privadas donde circulaba gente muy under, extranjeros, lesbianas que habÃan vivido en EE.UU. y que me informaban de las maravillas de los boliches del primer mundo y las modas butch y femme, sado y todo lo demás que fue llegando de a poco acá y que se hizo visible a partir de la vuelta a la democracia. Pero ésa es otra historia.â
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