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El telón está abierto y lo primero que se presenta es la oscuridad. Apenas empieza, El bello indiferente ya carga con toda una noche encima, son las 2 de la mañana en un cuarto de hotel de muy mala muerte y está por llegar esa hora de las rabietas en la que los desvelados se convencen de que no habrá chance de pasar al otro dÃa sin que alguno reviente. Jean Cocteau escribió esta obra bajo la impotencia de los tiempos de guerra (1940), y encima la hizo a medida para Edith Piaf, âuna de esas cantantes realistas que nos llenan la cabeza de negro en lugar de llenarnos el corazón de sueñosâ habÃa declarado el atolondrado de Yves Montand antes de convertirse en aprendiz de cantor y amante de esa misma mujer. La más absoluta oscuridad, si nos dejamos guiar por la definición del mismo Cocteau en La voz humana (1930), es cuando del otro lado te cuelgan el teléfono o cuando itÃs que no existe una acción que te una al otro más que la de cortarle ya mismo. En El bello indiferente, que puede catalogarse como la hermana menor o en desgracia de esa pieza más famosa, ni siquiera se sabe cuándo hay que cortar, porque el interlocutor está presente. EMILIO, el hombre que no contesta, llega tarde pero llega. Asà es que la interferencia, la conversación ligada, la espera por el llamado que taladraba en La voz humana, aquà se dan también... pero cara a cara. Dos personajes âLA MUJER que habla y EMILIO, el otro perfecto, la carne fresca que no se entrega pero se deja mientras mezquina nada menos que su punto de vista y sus Ãntimas razonesâ representan la torre de Babel de la incomunicación humana, puesta en escena de la expresión âhablarle a una paredâ. Claro que como la escribió el padre terrible del homoerotismo âtanto del sublimado como del alevosoâ la pared es bella, es indiferente y se paseará desnuda por el escenario. ¿Más negrura? LA MUJER viste de negro. No sólo por esa célebre inclinación de la diva a los tonos sufridos sino por el acertado diseño marketinero de Louis Leplée, el descubridor que le habÃa puesto el apodo de âgorriónâ y la acompañó como bruja madrina (era empresario y dueño del cabaret Le Gernyâs) en su transformación identitaria, de callejera trágica a trágica profesional.
âLa actriz que se meta en esto, a más de 70 años de distancia, va a tener que ajustarse al cuerpito estrecho de la Piaf o destrozar el molde.â Soy yo ahora la que se pone a reflexionar â¡y en voz alta!â con este acertijo o este lugar común. Es que por culpa de Internet, antes de llegar al teatro, no sólo sé cómo suena la misma Edith Piaf diciendo su monólogo en ParÃs, sino que espié la obra que está traducida al castellano: son apenas seis páginas de celos, muy breve pero también muy largo si se la lee como lo que también es: mil maneras de decirle, inútilmente, a un infiel ¿Dónde estuviste? Me responde otro espectador con otra pregunta: â¿Pero vos viste alguna vez a Camila haciendo Carnes tolendas?â Hace unos cuantos años, en Córdoba, Camila se iniciaba en el teatro como la madre travesti de Hitler, fue una de Las criadas, de Genet, en una versión llamada Mugrientas y en 2009 el hallazgo de su propia vida en Carnes tolendas. Retrato escénico de un travesti la puso en la mira del cine y la televisión: Camila, desde entonces, protagonizó la pelÃcula Mia y la serie La viuda de Rafael. Mi informante recita de memoria: âCamila ha leÃdo todos los libros del mundo para poder contar historias a sus amantes. Camila eligió su nombre por Camille Claudel... amante de Rodin. Una mujer muy talentosa y bonitaâ. Con un cambio de registro, de pose y sobre todo de la voz, la actriz recorrÃa su biografÃa haciendo de su propio padre (âVaya pasando a la pieza asà le corto las pelotas y se me va a convertir en una mujercita del todo, carajo. Y se me va a mandar a mudar de acá. Porque en esta casa yo no quiero travestis, ¿me está escuchando?â), de Bernarda Alba, de su mamá Graciela, de una entrevistadora bien intencionada (âComo presidenta de la Liga de Madres de Familia Madrileña quisiera hacerte aquà un par de preguntas puesto que es la primera vez que tengo sentada frente mà un travesti y no quisiera dejar pasar la oportunidad de poder saciar todas las dudas siendo que ustedes han invadido todos estos años la pantalla, la televisión y todas las cuestiones que tienen que ver con el travestismo público por ejemplo yo quisiera saber tú cuando vas al baño ¿vas al baño de hombres o de mujeres? ¿Haces pis de parado o de sentada? ¿A qué edad te echó tu padre de tu casa? La gente por la calle te debe decir cosas horribles, ¿verdad?â). El espectador, que puede ser un fan pero también puede ser un crÃtico menos improvisado que yo, resumiendo, me dice que sÃ, que le tiene mucha fe.
El ensayo general se retrasa unos minutos. De pronto el director, Javier Van de Couter, aparece reclamando a la producción una pieza aparentemente tan clave como llegó a ser la cruz de oro de Cartier con siete esmeraldas que le regaló una enamorada Marlene Dietrich a una Piaf menos amante que dispuesta a colgarse toda cadena, incluso la de la superstición. â¡Camila dice que tiene que aparecer la tanga!â Siempre sobresale la frase más impresentable en una deliberación o en el fragor de los preparativos. Pero en el afiche tampoco la tiene. Por estos dÃas, en el mundo paralelo o mejor dicho, el mundo superpuesto que es Facebook, la desnudez causó una estúpida polémica. Los desnudos (algunos) resultan ofensivos, se denuncian anónimamente y luego se censuran. Camila contesta en su muro: âDetrás de la promoción de El bello indiferente hay una obra de arte, una idea, un concepto. ¿Molesta la desnudez o la obra de arte, la idea, el concepto? ¿SerÃa mejor que esté vacÃo de todo?â. Dicho lo uno y lo otro casi como una coreografÃa burocrática resta esperar o rezarle al dios de los impedimentos que prospere el escándalo, que los ofendidos insistan y que actúen como caricaturas de sà mismos en lo que se empieza a perfilar como una nueva mano de obra: los mejores agentes de promoción.
Con una peluca corta y frondosa que le da un certero pero ligero aire Piaf, bella y salvaje, a punto caramelo de la decadencia o del estrellato, en tetas, con cara y cuchillito de asesina, su desnudez parece citar ese gesto travesti libertario de Carnes tolendas, gesto que también ha sido muy visitado en los espectáculos de travestismo, donde caÃa el velo y quedaba desnuda. âEntonces querÃa mostrar un cuerpo desvestido, el cuerpo travesti desvestido que no fuera el que se ve en la pornografÃa o en las escenas clásicas, cuerpo travesti que se ofrece para que la gente entienda hasta qué punto, en mi existencia, todo es una gran contradicción, compleja infinitamente.â Pero en el contexto de El bello indiferente, la desnudez ha recorrido otro camino. El desnudo viene guiado por este otro personaje de LA MUJER donde âlo travestiâ ha dejado de ser el nudo de la cuestión. Ni negación ni limitación ni primer plano: un concepto de obra, subrayan director y actriz, donde si LA MUJER es además travesti o no, es un plus que aporta fuego al juego, pero no tiene peso en la trama. El director y la actriz analizan esa decisión ausente en las indicaciones de Cocteau, quien, ya se sabe, estaba más concentrado en el cuerpo de su personaje masculino. âFue algo que surgió en los últimos ensayos, de repente en la desesperación que te da ese hombre que a lo mejor se me va a ir, me dieron ganas de sacarme todo, hacer lo último para retenerlo, calentarlo, y también para perder bien perdida.â Javier agrega: âA nosotros, cuando hizo eso, nos sorprendió, pero viéndolo desde afuera nos pareció que tenÃa su lógica, que dentro de toda esta obra hay una tensión sexual que nunca se resuelve, que se desata asÃ, a los tumbos y de un solo lado. La empezamos a alentar como si fuéramos su conciencia más optimista y medio porno: ¡sÃ, hacele un pete, agarralo! Lo mismo nos pasó con la violencia que también está contenida en el silencio de este hombre tremendo a quien Cocteau le marca una tremenda cachetadaâ. La escena final es desgarradora y soberana. En el mundo superpuesto y en el resto de los mundos posibles, la desnudez ite más codificaciones que las previstas en las cláusulas explÃcitas. Quedarse desnuda y a los gritos puede ser también quedarse hablando sola.
Pero eso sÃ, última.
La obra abre con una herejÃa involuntaria: un locutor anuncia que hay que apagar los celulares y que en el Centro Cultural San MartÃn no se fuma. Justo las dos acciones elementales sobre las que Cocteau y toda una época apoyan el resto de sus actos salvajes, de espaldas a la Organización Mundial de la Salud y a conceptos como âcalidad de vidaâ. Una mano que puede manipular cigarrillo y lapicera a la vez es uno de los autorretratos más fieles que se hizo el escritor. La humareda del fumando espero y el teléfono con horquilla son las dos señales que evocan el tiempo en que fue escrito. El resto de la escena diseñada por la realizadora Oria Puppo juega en cierta atemporalidad y hace foco en una pieza desordenada donde la cama, el frigobar, la ropa colgada funcionan como testigos de una intimidad temporaria. Bien en el margen del escenario titila una luz y se mueve una silueta que canta en francés. La canción no figura entre las indicaciones originales, es âLas hojas muertasâ. La eligió Camila porque se trata de una canción que tuvo un éxito increÃble e inédito: se la traducen para que la cante en inglés y la Piaf descubre que puede transmitir la misma pasión también en otro idioma, casi se dirÃa, en la lengua opuesta, de los eternos rivales, una invasión de territorios que funciona en esta puesta como bandera simbólica. La luz tampoco estaba prevista. ¿Es de esperanza? Ni soñarlo. Es un pucho de los tantos que fumará como un escuerzo LA MUJER interpretada como las diosas por Camila Sosa Villada. La voz es muchas voces: la de aquellas viejas actrices de buena dicción, la vecina del grotesco, la vampiresa y la sargenta, la que se la banca porque tiene calle, la que tiene una mamúa tan padre que jamás arrastra una sola sÃlaba, la cordobesa de origen que saluda en las sÃlabas finales cuando reprocha o está a punto de llorar. Trabajada cada oración como una coreografÃa, la puesta consigue convertir a cada espectador en un voyeur.
Le habÃa pedido a Cocteau que le escribiera una canción ârecuerda Piaf en una entrevista también disponible en YouTubeâ y al poco tiempo, el escritor la citaba en su casa para proponerle esta letanÃa de un amor no correspondido. O mejor dicho, por la no correspondencia entre esas dos funciones del amante y el amado. O entre la posesión y la poseÃda. Cocteau, además, llevaba al extremo más morboso ese respeto absoluto al ejercicio autobiográfico que tienen todas las canciones del repertorio Piaf. Aquà LA MUJER es cantante y desafortunada en el amor. Siempre abandonada (aunque sea ella la que se agote de callejeros y rufianes o celebridades como Marlon Brando, Yves Montand, Charles Aznavour, Georges Moustaki), el actor elegido para hacer de amante fue Paul Meurisse, que ¡oh casualidad! era también partenaire de Piaf en la vida real. La pareja, en una versión muy de lo que hoy conocemos como el show de los yoes, iba a mostrar o al menos representar ante ParÃs el desbarranco de la relación.
âLa noche de estreno se aprende a hablar, se pone una de pieâ, escribe Camila en su muro anunciando el estreno. En otras declaraciones impone sin perder el humor el giro autobiográfico: âMe encanta hacer personajes de minas sufridas por amor, porque yo he sufrido mucho por amor. Entonces aprovecho y no pago terapiaâ. Lo cierto es que su prontuario artÃstico, que comienza con Camille Claudel, sigue con Tita Merello y Billie Holliday (en la obra Llorame un rÃo) y promete continuar con Frida Kalho, la señalan como una cazadora serial de grandes mujeres. Devoradora de vidas espectaculares y confesa fanática de Edith Piaf (âpara mÃ, leer, escuchar un disco o escribir es lo que para otras travestis las siliconasâ, bromea) descubrió la existencia de El bello indiferente al verla citada al pasar en una biografÃa. Allà buscó a Javier van de Couter, su director fetiche, y ambos fueron al hallazgo del bello. En las biografÃas que se han escrito sobre Cocteau, la Piaf aparece fugazmente a raÃz de esta obra, para ser rescatada de un bajón de popularidad en los años â50 gracias a un artÃculo elogioso y para morirse primero, provocándole al escritor un infarto y unas últimas palabras tan estridentes como conjeturales: âEl barco se acaba de hundir...â Si hubo amistad, amor extraño o bella indiferencia, no ha sido registrado. Esta versión argentina de la pieza que los unió consigue resucitar voces y silencios, y constuir arbitrariamente diálogos imaginarios. âPor un momento tan solo, entiendo el sentido de mi vida./ Escribir el drama que me honra, con la delicada monstruosidad de mi existenciaâ, dice Camila en su poema. Y entonces, Cocteau, desde la oscuridad del año 1947 (mucho más densa que la de estos dÃas), se siente impelido a responderle: âA fin de cuentas, todo se arregla, salvo la dificultad de ser, que no se arreglaâ. Después de todo, él no era bello y tampoco indiferente.
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