âEl sol caÃa a plomo cuando las primeras columnas de obreros comenzaron a llegar. VenÃan con su traje de fajina, porque acudÃan directamente de sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábito de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en la impetración de un solo nombre: Perón... El descendiente de meridionales europeos iba junto al rubio de trazos nórdicos y el trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivÃa aún. Un pujante palpitar sacudÃa la entraña de la ciudad... Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor mecánico de automóviles (...) y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevadoâ. 2v4q5f
La crónica del 17 de octubre de 1945 escrita por el ferviente nacionalista popular Raúl Scalabrini Ortiz da cuenta de unos nuevos rostros que entran en la escena pública y la polÃtica argentina: los de los obreros de las provincias que habÃan migrado hacia la periferia de la Capital Federal en el marco del proceso de industrialización por sustitución de importaciones. Junto con viejos militantes de la guardia sindical, algunos inmigrantes o hijos de inmigrantes piden ese dÃa la libertad del coronel que desde la SecretarÃa de Trabajo y Previsión habÃa accionado un conjunto de medidas âaumento de salarios, decretos que echaban las bases de una legislación social de fondo para brindar a los trabajadores una justicia rápida y barata a través de los tribunales del trabajo, medidas de previsión social sectoriales que prefiguraban un régimen de jubilaciones para los trabajadoresâ que mejoraron las condiciones de vida de los obreros a mediados de los años cuarenta del siglo XX.
El incipiente homoerotismo del texto que hace hincapié en los âbrazos membrudosâ, âlos torsos fornidosâ, los cuerpos cubiertos de breas, grasas y aceites que remiten a algún almanaque o pelÃcula erótica da cuenta quizá sin querer de una nueva tradición y de nuevas fantasÃas que van a instalarse en el imaginario de los gays de Buenos Aires y que desde entonces van a encontrar su manifestación literaria en un arco que va desde Witold Gombrowicz (1904-1969) hasta Ricardo Piglia y Guillermo Saccomanno y su ideal estético en afiches, folletos, carteles de propaganda oficial, libros de lectura y filmes de la época.
En el principio está Gombrowicz. Es imposible no visualizar al escritor polaco radicado en Argentina como un actor que da cuenta del peronismo al iluminar literariamente a los jóvenes de cabellera negra, piel aceite-ladrillo, boca color tomate y dentadura deslumbrante. En gran parte de su obra, entre la que destacan su Diario argentino o Trasatlántico, sus personajes se desplazan en vagabundeo homosexual por la estación de trenes de Retiro y sus inmediaciones, el puerto y el barrio que están colmados en ese entonces por representantes de la Argentina del âinteriorâ, los âcabecitas negrasâ sobre los cuales el peronismo arbitrara su discurso redentor. Gombrowicz compara a estos jóvenes obreros con las melodÃas de Mozart, a los mozos de los bares porteños con Rodolfo Valentino, alaba la belleza indÃgena de los muchachos santiagueños y se queja extasiado de que las espaldas desnudas, la cabeza rizada, negra, la mirada y la sonrisa de los efebos argentinos son el veneno que lo intoxican. En sus caminatas nocturnas por esos caminos, Gombrowicz o sus personajes vagan para hallar a la juventud masculina, lumpen, baja y bella en la cual Jorge Luis Borges o Adolfo Bioy Casares no encuentran ningún encanto y en la que para el escritor polaco se cifra el destino de la Argentina. Y asÃ, evocando el 17 de Octubre Borges y Bioy Casares escriben el canto del gorilaje âLa fiesta del Monstruoâ, con sus multitudes de seres abyectos, pies planos, basura genética a la que se recoge en un camión y se la arroja a Plaza de Mayo. Gombrowicz: una galerÃa de varones hermosos, trabajadores o lúmpenes, caldo de cultivo de una revolución si no son captados por el fascismo.
Hasta tal punto los sucesos del â45 son cruciales para el imaginario cultural homoerótico que el que es considerado el primer cuento gay argentino, âLa narración de la historiaâ (1959), de Carlos Correas, relata el encuentro de un joven burgués y estudiante de derecho con un lumpen, morochito, santafesino de 17 años, con quien tiene relaciones sexuales en un baldÃo después de conocerlo en la calle. Más tarde, a pesar del éxtasis que supuso la relación amorosa, el burgués deja plantado al morochito motivado por un prejuicio de clase. Desde entonces, estudiantes o burgueses y cabecitas negras se acoplarán eróticamente con invariable suerte en la novelÃstica gay argentina: en La boca de la ballena (1973), de Héctor Lastra un joven aristócrata se enamora y fantasea con un villero peronista pero no concreta sus fantasÃas y finalmente se hace violar por un linyera; en La invasión (1967), de Ricardo Piglia, el macizo y grandote Celaya somete sexualmente a un âmorochitoâ débil consumido en una prisión, quizá como metáfora polÃtica de la represión ejercida contra el peronismo en los años que siguieron a la autodenominada Revolución Libertadora o como metáfora de la sumisión al jefe paternalista y demagógico. También, en cierta forma, en nombre del peronismo y de las consignas peronistas se acoplan sindicalistas, las bases, la JP en esa orgÃa de sexo, violencia y muerte que se relata en âEl fiordâ (1973), de Osvaldo Lamborghini. Se define como puto y peronista el Nene Brignone, que junto con su amante el Gaucho Dorda realizan el acto épico-heroico de quemar la plata en Plata quemada (1997), de Ricardo Piglia.
Asà como el 17 de Octubre se resignifica en nuevas luchas polÃticas (hay un 17 de Octubre distinto para cada espectro del peronismo), la literatura contemporánea sigue construyendo imágenes que enlazan homosexualidad, peronismo y concentraciones obreras. En novelas como La lengua del malón (2003) o 77 (2008), el escritor Guillermo Saccomanno insiste en un personaje de su creación: el profesor Gómez, cabecita negra, peronista y homosexual, que se deleita mirando los bultos y las axilas transpiradas de los obreros que se concentran en Plaza de Mayo para ver a su lÃder (âQuien no haya estado en una manifestación no sabe de qué hablo, no puede comprender esa calentura que desbordaâ). El profesor encuentra alegres revolcones entre otros cabecitas negras como él, en los machitos a los que arrebata de las multitudes peronistas y, más tarde, en los obreros de los frigorÃficos, paradigma de la Resistencia Peronista 1955-1959.
En Un mundo feliz. Imágenes de los trabajadores en el primer peronismo Marcela Gené recupera la propaganda gráfica, los afiches, folletos y decoraciones efÃmeras elaboradas para las celebraciones en la ciudad y que contribuyeron a consolidar la imagen del obrero peronista. Si bien la representación de la virilidad obrera, la imagen del cuerpo obrero poderoso, dispuesto al trabajo y a la lucha se impuso en el imaginario polÃtico de la primera parte del siglo XX ligada en parte a los combates revolucionarios, el peronismo, como toda disrupción en la historia que precisa de su galerÃa de héroes, la resignifica y le da nuevos sentidos. La monumental silueta del descamisado será el sÃmbolo de la revolución que el naciente movimiento encarna, y cada 17 de octubre, desde los muros de la ciudad y las páginas de la prensa, mantenÃa vivo el recuerdo de la epopeya fundacional de 1945. Trazado sobre el aporte involuntario de los enemigos polÃticos, aquel obrero del suburbio grosero y mal vestido devino icono del triunfo popular no sólo desde los carteles oficiales sino también desde los libros de lectura de la tierna infancia.
En esa construcción simbólica del obrero con cuerpo sano y saludable éste era identificado frecuentemente con el deportista (no parece casual en este sentido la producción de pelÃculas sobre deportistas de la época rescatadas valiosamente por Omar Acha en un artÃculo y entre las que destaca la homoerótica Pelota de trapo (1948) con el sensual Armando Bo) y Perón como el primer trabajador no dejó de exhibir una serie de fotografÃas bastante voluptuosas en donde modela practicando esgrima, boxeo y atletismo o unas viñetas de humor en donde representado en un ring, como boxeador musculoso, noqueaba a la débil y femenina Unión Democrática.
Entre tantos ejemplos, Forjando la Patria, de MarÃa AÃda de Silveira, un libro de lectura para tercer grado, exhibÃa en su tapa el dibujo de unas espaldas hipermusculosas de un trabajador argentino que modelaba con sus manos el paÃs. De esta y de otras maneras el discurso oficial peronista aunaba etnicidad con virilidad y contraponÃa al pueblo viril constructor de la Patria con la oligarquÃa femenina.
El paroxismo de este ideal estaba encarnado en el proyecto del Monumento al Descamisado realizado por el escultor León Tomassi en 1947, más tarde destinado a convertirse en el mausoleo de Eva Perón y nunca concretado. Las fotografÃas de las maquetas y de las esculturas dan cuenta de figuras masculinas que exhiben en sus musculosos cuerpos desnudos los ideales de juventud, belleza y fortaleza, la combinación exacta de fuerza fÃsica y energÃa para combatir a los enemigos del peronismo y la poderosa mano cerrada sobre el corazón, sÃmbolo de la lealtad a Perón.
El peronismo, siguiendo a Néstor Perlongher, organizó junto a la Iglesia Católica un régimen contravencional restrictivo del deambular erótico (âde la casa al trabajo y del trabajo a la casaâ), pero ha significado, en razón de su impronta popular, cierto encuentro y carácter alegre y carnavalesco. En un artÃculo no terminado señala que, con el peronismo, los obreros ganaron el centro y se encontraron allà con los homosexuales y que el erotismo que nace de ese encuentro entre clases es potente.
Tal como señala Pablo Gasparini en El exilio procaz: Gombrowicz por la Argentina, âlos testimonios respecto al peronismo son ambiguos. Por un lado, lo real es que el peronismo aliado de la Iglesia Católica organizó en 1946 el régimen contravencional. Pero, por otro lado, el peronismo parece significar cierto relajo en las costumbres. Algunas fabulaciones paranoicas de la clase media de la Libertadora (respecto de la seducción de adolescentes por parte del propio Perón en la UES, quien también serÃa tratado de âhomosexualâ por un diputado radical, creo que Sabatini)â.
Sin embargo, el peronismo parece tener, con todo, algo de fiesta. El erotismo que nace de ese encuentro de clases tiene algo de subversivo. La relación de la marica de clase media con el chongo villero no sólo llenó lamentaciones sino también saunas. Testimonios personales dan cuenta de saunas gays en Buenos Aires en la década del 50, cuando no los habÃa en Nueva York. No parece casual que una joya de la literatura erótica y de la celebración de la carne, La brasa en la mano (1983), de Oscar Hermes Villordo, transcurra en la década del cincuenta, âcuando no habÃa libertad pero se podÃa conversar y los homosexuales se mezclaban en la corriente como podÃanâ, y describa una sensual Buenos Aires con la plaza San MartÃn como lugar privilegiado de yire que posibilita el encuentro entre las maricas y los lúmpenes, las locas y los soldados, los marineros, los lavaplatos, los borrachos y los choferes y otros machos hijos del 17 de Octubre peronista.
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