Hasta la irrupción de las versiones locales âalgunas clonesâ de los musicals de Broadway, la revista fue el espectáculo favorito del mundo gay y no solamente del porteño. Lógica, pero también extraña, elección. Acariciantes plumas que dotan de alas a mujeres-aves. Destellantes strass que cubren vaginas que, como la cueva de Alà Babá, esconden preciados tesoros. Luminosas pasarelas. Infinitas escaleras que conducen a inciertos parnasos para deidades. Elementos todos que son parte fundamental de la parafernalia iconográfica de varias generaciones. Liviandad y brillo, lujo y glamour, esplendor y evanescencia. Pero también sexofobia en dosis masivas. La mujer como mero objeto y el homosexual invariablemente puesto en ridÃculo tanto en sketches como en coreografÃas que les imponÃan a los boys âaun a los más masculinos, que los habÃaâ movimientos afeminados para que el público festejara sádicamente tanto alarde de poca hombrÃa. 194f2t
En 1973, luego de un placentero año de residencia en Madrid, recibà una oferta âmuy buena en lo económicoâ para trabajar en una agencia de publicidad de Barcelona. Aunque las costumbres estaban un poco más distendidas aún era la censora España del GeneralÃsimo. Los catalanes pensaban que El Molino, un café-concierto arrevistado que habÃa servido para filmar los triunfos de Sara Montiel en El último cuplé, era un sitio trasgresor.
Tal como lo conocà habÃa sido inaugurado en 1910 como Petit Moulin Rouge, intentando emular al templo del cancán francés. Situado en lo que se conoce como el Paralelo âzona de teatros que a su vez imitaba al Montmartre de la Belle Epoque parisinaâ, en su escueto escenario habÃan exhibido sus talentos mitos del music-hall como Bella Dorita, Escamillo, Gardenia Pulido, Pipper, Mary Mistral, Lila Claver (La Maña) y Merche Mar.
En su centenaria vida el teatro, de encanto novecentista, no siempre estuvo dedicado a la levedad. En 1926, por esos vaivenes de la economÃa, sirvió de sede al efÃmero partido Unión Patriótica Española, fundado por Miguel Primo de Rivera. En 1929 las aspas del molino giraban en la fachada con cartelera renovada, no de polÃticos sino de artistas. Diez años después el franquismo âen su afán de castellanizar todoâ habÃa exigido que Petit Moulin Rouge se tradujese al castellano como Pequeño Molino Rojo. Lo de rojo âque podÃa aludir al ¡comunismo!â tuvo que ser suprimido. De paso también se eliminó lo de pequeño â¡no era cuestión de ser menos que nadie, tÃo!â quedando hasta hoy, El Molino.
A principios de los â70 las incipientes siliconas aún no amenazaban con su masivo ataque a vÃrgenes cuerpos de estrellitas revisteriles. Por fortuna estaban los engañadores âpanchitosâ que, colocados bajo los senos, los agrandaban y elevaban hasta el justo lugar. Las bikinis â¡qué palabra tan antigua!â cumplÃan la púdica misión de ocultar lo mismo que los prácticos y funcionales concheros actuales. Ni el más lúcido de los cientÃficos pensaba todavÃa en el milagroso botox. Los labios se convertÃan en tentadores e insinuantes dibujados con lápiz negro y sangrante lipstick. No habÃa extensiones capilares, pero sà ¡el kanekalón! de Corea capaz de edificar una catedral de pelo en la cabeza más hueca.
Dos buenos mozos madrileños y un sexy andaluz me llevaron a El Molino, donde era atracción principal el Gran Johnson y tenÃa destacada actuación una argentina, la para mà desconocida Alicia de Alzaga. Alzaga, un apellido que en la Argentina sugerÃa âtirar manteca al techo en ParÃsâ, para España decÃa poco, y para Cataluña, nada. La A del seudónimo era sinónimo de aristocracia agrÃcola-ganadera y ocultaba las sillas en la vereda en la noche calurosa, el potrero con los muchachones jugando a la pelota, los sifones que habÃa que cargar desde el almacén del gallego, la avenida que se inundaba. En la marquesina de El Molino su nombre estaba en cartel francés y con un color de neón distinto del de los otros artistas.
Según la urbana leyenda el Gran Johnson, Frank Johnson o simplemente Johnson también ¡era argentino! pero habÃa adoptado a Barcelona ây Barcelona a élâ aún antes de la guerra civil. Su imagen escénica no era convencionalmente masculina, tampoco la de travesti. ¡Travesti! La España de Franco lxs tenÃa absolutamente prohibidxs y ni el supuestamente trasgresor Molino de la progre Cataluña se los podÃa permitir. Tampoco podÃa definÃrselo a Johnson como drag-queen. Era especial. Según la terminologÃa del music-hall, un fantasista. Según mi juvenil impresión, un mariconazo veterano de muchas guerras escénicas, y de las otras, que habÃa capitalizado su amaneramiento natural para satisfacer el sadismo del público que âse metÃa con él, pero sin maldadâ, según historiadores recientes. A su apergaminada cara âuna másâ él la habÃa convertido en única con su sello personal: pestañas postizas de un espesor y largo fuera de toda escala. CubrÃa su casi segura calvicie con una peluquita cortona de lÃnea feminoide. La imposibilidad de usar falda la suplÃa con un largo deshabillé femenino de delicado encaje y mangas mariposa que volatizaban sus evoluciones escénicas. Bajo este transparente manto lucÃa pantalones pata de elefante âya fuera de modaâ y una camisa de mangas abullonadas.
En un cuadro musical rodeado de chicas se limitaba a canturrear âno sin encanto decadenteâ su caballito de batalla âEl rey del Molinoâ, una marchita de melodÃa machacona y absurda letra. Con precaria rima intentaba dejar claro que Johnson era bien hombre y que representaba un personaje: âaunque me dicen sin razón / que soy... (pausa para que el corito preguntara ¿qué? y el público pensase ¡maricón!)... ¡un gran bribón! / las chicas guapas, de verdad / siempre me han hecho ilusión / Me gusta Lili por sus ojos / besando me gusta Ninón / FruFru tiene cuerpo de diosa / y Lina es igual que un bombón...â.
Una Alzaga y un Johnson sumaban distinción en un vulgar sketch. A él le tocaba âarrastrando encaje y pestañotasâ ser el amante de una infiel dama que, ante la llegada imprevista del legÃtimo marido, era escondido en el placard. Situación más que trillada pero âdada la estética y el acting del objeto del deseo de la frustrada adúlteraâ invitaba a complejos niveles de interpretación invalidando la ligereza del género.
A nuestro amigo andaluz no le costó mucho trabajo que, entre una función y otra, pasáramos a los camarines para saludar a Alicia, a quien conocÃa. Penetramos a un hacinamiento saturado de texturas: plumas, lentejuelas, lamés, encajes, cartón pintado. Más saturado aún de efluvios: tabaco y otras yerbas, perfumes vulgares y exquisitos, sudores surtidos y adrenalina. La vedette no se conmovió demasiado con que le presentaran a un compatriota, más bien trató de obviar el detalle y su acento fue más forzadamente castizo. Luego de analizarnos de arriba abajo, fue suya la iniciativa de presentarnos a Johnson, lo que nos entusiasmó. HabÃa tiempo para charlar un rato con él. AprovecharÃamos la primera parte del espectáculo que âmientras el desconcentrado público consumÃa copasâ ofrecÃa un desfile de cantantes buenos, mediocres y malos cultores de todas las variantes del género español. En El Molino tenÃan su oportunidad, lo que querÃa decir que eran muy mal pagos o no pagos.
Tras sus descomunales pestañas, Johnson nos lanzaba miradas lujuriosas, buscando cada tanto la complicidad de Alicia. Luego nos dijo muy serio y casi preocupado: âHum, jovencitos y guapetones, pero yo con todos a la vez no puedoâ. No supimos si era una broma, pero de implÃcito común acuerdo los cuatro nos apresuramos a huir del camarÃn aterrados.
Mi espÃritu detectivesco âque a veces logra imposiblesâ fracasó en el intento de indagar los misteriosos orÃgenes del fantasista. Sus rastros y los de la Alzaga se pierden luego del apogeo y caÃda del destape español. Ambos ya eran parte del pasado cuando en 1997 el mÃtico lugar cerró sus puertas para reinaugurar en 2010 totalmente modernizado â¡qué miedo!â, ofreciendo espectáculos al estilo Bob Fosse con tÃtulos en inglés. Oh, God!
© 2000-2022 pagina12-ar.informativomineiro.com|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.