Más que la visibilidad de la identidad disidente, ahora el documental queer se concentra en el cuerpo expuesto tanto a la tensión polÃtica como al deseo más Ãntimo. La directora Sylvie Ballyot, por ejemplo, viaja a Yemen para filmar el testimonio de una mujer que desafÃa preceptos islámicos al descubrir su rostro como afrenta al uso obligatorio del velo para las mujeres musulmanas. Durante el rodaje, Ballyot es detenida y sus videos son destruidos, pero la directora no se amedrenta y filma Love and Words, un diario poético-polÃtico de su fracaso y, al mismo tiempo, una pelÃcula de amor a su mujer, desnudando su deseo en una habitación de un hotel de Yemen, donde el lesbianismo está condenado con la pena de muerte. Las tensiones entre el Islam y la diversidad sexual también son el eje de A Jihad for Love de Parvez Sharma, documental que compitió por el Teddy, el premio a la mejor pelÃcula LGTB del Festival de Cine de BerlÃn. Sin reduccionismos, Sharma retrata distintas experiencias de un grupo de gays y lesbianas cuya fe es idéntica a la del más fanático musulmán, pero la orientación sexual obliga al exilio para huir de la muerte. âLos musulmanes no diferimos en lo que pensamos sobre los homosexuales, sino que las diferencias surgen sobre cómo matarlosâ, le dice un jerarca religioso a un joven creyente gay, que igual no se resigna a perder su dogma sino que busca la cláusula sagrada que lo habilita a compartir el mismo dios que su compatriota heterosexual. En A Jihad for Love, una lesbiana musulmana exiliada en ParÃs reivindica el uso del velo impuesto, como si fuese un fetiche con un poder especial, o estimulante como un juguete erótico. Nada más contradictorio. Pero el documental de Sharma no busca una imagen positiva, correcta, sino las contradicciones y complejidades que tensan cualquier idea de identidad colectiva. 1o5l3v
El velo también es obligatorio para las transexuales en Irán. Y asà lo muestra The Birthday de Negin Kianfar y Daisy Mohr, un documental sobre tres transexuales iranÃes, una a punto de realizarse la operación de cambio de sexo. Y las contradicciones son aún más extremas: según la confesión de un lector religioso del Corán, la homosexualidad está condenada por el libro sagrado pero, al no mencionar nada sobre la transexualidad, la permite. Y si bien el Corán no reglamenta nada sobre la cultura trans, la sociedad cientÃfica sà impone sus reglas: los y las transexuales deberán operarse para cambiar su genitalidad y asà gozar del derecho a la sexualidad. Como las operaciones son legales, un cirujano plantea que Irán âes el paraÃso para las transexualesâ, que además tienen la posibilidad de acceder sin demora a nuevos documentos que aceptan su identidad de género, a diferencia de muchos paÃses burocráticos, como Francia. Tras estas afirmaciones hay mentira y terrorismo ideológico, especialmente porque no puede ser muy paradisÃaca la subsistencia en un paÃs que no permite la libre expresión sexual. Sin embargo, se ocultan, sobre todo, las dificultades de las intervenciones quirúrgicas, y en este sentido el documental de Kianfar y Mohr es revelador, exponiendo la contracara de la versión oficialista. Por ejemplo, la protagonista atraviesa varias operaciones, ninguna lo suficientemente eficaz, y termina transformada en un juguete de quirófano, con el edén prometido convertido en el peor infierno. Otro transexual, de mujer a varón, aún no accedió a la reasignación genital porque la ciencia médica iranà no está lo suficientemente desarrollada; su plena sexualidad está prohibida hasta que no se opere. ¿Se debe conceder obligatoriamente la decisión del placer y de la identidad individual a la ética y técnica médicas? Hay otros paÃses asiáticos que tienen esa misma polÃtica con la transexualidad. Y en esta concepción biologicista hay una afirmación terrible y correctiva: a un tipo de genitalidad corresponde sólo un tipo de comportamiento sexual, si no es asà naturalmente debe ser corregido, lo demás está prohibido. Ese es un modelo de sociedad donde la concepción de hombre y mujer se ancla en su sentido más determinista y cavernÃcola, difÃcilmente parecido al paraÃso. No es casualidad que las trans de The Birthday deban seguir sus vidas fuera de Irán.
El documental que pudo registrar toda la dimensión épica de la guerra santa actual contra la diversidad fue Jerusalén se enorgullece en presentar, de Nitzan Gilady. El Goliath de esta lucha es una serie de instituciones judÃas ortodoxas, en alianza con católicos y musulmanes, que se confabularon para evitar que se realice la primera Marcha Mundial del Orgullo LGBTI en Jerusalén, impulsada por la organización Puertas Abiertas, un David integrado por unos pocos activistas valientes. La situación era brava porque el año anterior, en la marcha de Tel Aviv, un manifestante de la extrema derecha religiosa irrumpió en el desfile con un cuchillo y apuñaló a un par de personas. El documental analiza la puñalada como lo hacÃa Mick Jagger y los hermanos cineastas Maysles en el célebre Gimme Shelter: en este caso, la cámara lenta descubre detalles del fanatismo religioso homicida. Pocas imágenes llegan tan cerca de la explosión de violencia del pensamiento mágico. Y la mirada del cineasta Gilady va más allá con su análisis y conecta la macropolÃtica de la Tierra Santa con la persecución a gays, lesbianas, drag queens y travestis, mostrando mesas de diálogos entre legisladores y activistas, exponiendo todos los puntos de vista, mirando la ciudad en su lógica diaria donde se despliega una campaña de exterminio de la diferencia. Y el documental llega a ser un thriller sofocante: por ejemplo, el dueño del único pub gay de Jerusalén visita un barrio ortodoxo que difunde afiches con amenaza de muerte a la comunidad gay y se enfrenta al terrorismo de un grupo de judÃos enfurecidos, poniendo en riesgo su vida en una escena de tensión mortal. Ese momento y las destructivas redadas nocturnas de los patriarcas religiosos, con quemas públicas y violencia masiva, demuestran que el cuerpo queer en Jerusalén es hoy la afrenta máxima en el espacio público. En ese contexto, gays, lesbianas, travestis, trans, bisexuales e intersex sólo son forzados a ser parte de una narrativa religiosa que no comparten: el martirio.
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