Cuando Gore Vidal escribió el diario de la transexual Myra Breckinridge en 1968, hizo que la protagonista de ficción tuviese una cinefilia enrevesada, que incluÃa un fanatismo por los ensayos de Parker Tyler, especialmente los libros donde planteaba que el surrealismo era inherente a Hollywood, posicionando cierta producción de la industria como un cine de vanguardia. Esta referencia del best seller de Vidal no le cayó bien a Tyler, y menos la adaptación al cine de Myra Breckinridge filmada dos años después y que la crÃtica aborreció casi unánimemente, calificándola como una de las peores pelÃculas industriales. Raro resulta que Tyler, quien dejarÃa como legado uno de los libros más lúcidos sobre la diversidad sexual en las pelÃculas, no comprendió el valor de cruzar su verdadera visión del cine con la ficción trans como forma de disolver las fronteras entre vida y obra al mejor estilo surrealista. Pero sobre todo, lo que tal vez Tyler no llegó a entender es que en esa novela potenció la cinefilia queer, una forma de vivir el cine en un cruce que desafÃa nociones disciplinarias de la identidad desde las pelÃculas, como lo hace su protagonista trans. Pero no importó tanto porque Tyler tuvo una suerte de discÃpulo que, a su modo, continuó y superó su obra crÃtica: J. Hoberman tal vez sea la mirada contemporánea más densa desde la crÃtica de cine que pone en crisis las estancadas identidades estéticas, sexuales, genéricas y sociales. 2z2a3b
Myra Breckinridge âfue una de las pelÃculas clave de Hollywood de los tardÃos sesenta y sin duda la más sintomática de la ruptura de la industriaâ, escribe Hoberman y su visión a contrapelo de los vicios de la crÃtica construyó esa mirada embanderada en lo más queer de la experiencia cinematográfica desde que la obra de Tyler se apagaba a inicios de los 70. Por eso resulta acertado que en Panorama del cine estadounidense, colección de ensayos de J. Hoberman editada por El Cuenco de Plata, se incluya su texto introductorio a un libro de Parker Tyler, marcando una genealogÃa de la mirada queer en la crÃtica de cine desde mitad del siglo XX.
âPelÃculas malasâ, ensayo que abre el libro de Hoberman, deberÃa leerse en tándem con âNotas sobre lo campâ de Susan Sontag, porque define en versión cinematográfica ese âgustoâ por lo artificioso y lo fallado como un rango estético celebrado por la mirada homosexual. AsÃ, Hoberman explica el valor de las pelÃculas maltratadas del cineasta crossdresser Ed Wood, de la marica trash Jack Smith y de Oscar Micheaux y âsu morbosa fascinación con el mestizaje y la homosexualidad reprimida socialmenteâ. En otro capÃtulo fundamental del libro, âBon voyeur: La pantalla plateada de Andy Warholâ, el crÃtico apunta que Blow Job, pelÃcula de un chongo que recibe una mamada, es âla obra de un genioâ, tras analizar el pansexualismo desafiante que Warhol tuvo desde los besos de Kiss, su film épico inaugural.
En los capÃtulos de Panorama del cine estadounidense lo queer se disemina sin control, parpadea como rayo láser, apunta contra los valores reaccionarios y machistas que cimentan el gusto. La última imagen del libro, que ilustra el âcine poshumanoâ, es de la pelÃcula digital WALL-E de Pixar, cuando el robot protagónico mira la escena de baile de Hello, Dolly! en un VHS, que le sirve âcomo aprendizaje sobre la naturaleza humana y, en de?nitiva, como una sinécdoque de la herencia cultural de la tierra antes de su apocalipsis.â Ese musical camp con Barbra Streisand, visto en una versión atrofiada, es para Hoberman la idea de que la cinefilia queer es el destino feliz, nuestro mejor futuro distópico.
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