Existen al menos dos textos polÃtico-sexuales producidos durante la última dictadura, uno de ellos, âA la comunidad gay de Argentinaâ tiene como fecha enero de 1983 y fue de circulación porteña. En los prolegómenos de la democracia allà encontramos un balance: âsi a nosotros nos han perseguido, a otros los han secuestrado, torturado y asesinado⦠hemos recibido golpes de los mismos que los golpearon⦠[Tenemos] un victimario comúnâ, denunciaba, en un intento por entrelazar todas las opresiones como violaciones a los derechos humanos. Dicho panorama, sostiene el texto, demanda la necesidad de crear un archivo capaz de funcionar como espacio de la memoria, âpara demostrar, el dÃa que sea oportuno, que en este paÃs hemos sido vÃctimas de una feroz represiónâ. Aunque la firma es anónima su estilo escriturario es inconfundible. Aunque por entonces su propuesta era un sueño, hoy está más cerca que nunca de realizarse. âMantente en o con el gay que te dio este documento. Pásalo solo a tus amigos de mayor confianzaâ, cerraba el fanzine. Y asà fue como nos llegó. 4r357
Tiempo después, en 1987, Carlos Jáuregui publica âLa homosexualidad en Argentinaâ donde otorga una cifra icónica para presentificar a los desaparecidos homosexuales vÃctimas del terrorismo de estado: âNo los conocimos, nos los conoceremos jamás. Son solamente cuatrocientos de los treinta mil gritos de justicia que laten en nuestro corazónâ, escribÃa. En los últimos treinta años esta inscripción singular y colectiva a un pasado traumático ha circulado con diferentes intensidades, allà donde la coyuntura lo permite, y ha revestido importantes reelaboraciones. La primera de ellas vino de la propia mano de Jáuregui quien en 1996 brindó, para la revista NX, mejores precisiones al reconocer que tales homosexuales âno habÃan desaparecido por su condición, pero el tratamiento recibido⦠habÃa sido especialmente sádico y violentoâ.
Diez años después, tanto la declaración de inconstitucionalidad de las âleyes del perdónâ como el debate desatado especialmente en torno al derecho al âmatrimonio igualitarioâ activaron esta memoria bajo nuevas variaciones. Una de ellas, que parece haber circulado extensivamente a cuarenta años del último golpe de estado, refigura âlos 400 desaparecidos homosexualesâ desde la comunidad imaginaria de último momento, âlxs 400 desaparecidxsâ. La indecibilidad sexogénerica, en efecto, su flotante inestabilidad otorgada por esa âxâ, me apasiona.
Empecemos con un antecedente: las razzias contra los âamoralesâ de 1954-1955, ejecutadas durante el peronismo. Esta represión aleccionante, estrechamente vinculada a las transformaciones en el gobierno de la prostitución, fue sostenida memorialmente por y a través de una sociabilidad âhomosexualâ en formación. Veinte años después, el n° 5 de Somos, aclamado periódico del Frente de Liberación Homosexual, rindió homenaje a la misma. Estamos ante la memoria de un pasado doloroso compartido y, más aún, ante los términos antirepresivos con que lxs activistas comenzaron a disputar qué cuerpos podrÃan habitar el espacio público democrático.
Otras fuentes parecen dar cuenta de este último gesto: en julio de 1973 el FLH publicó âHomosexualesâ donde incluÃa una circular dirigida a las comisarÃas porteñas, el objetivo era âliquidarâ (sic) la persecución policial antihomosexual en un clima social alimentado por la salida de la dictadura de Lanusse. Hacia mayo de 1984 la CHA publicó su famosa solicitada, âCon discriminación y represión no hay democraciaâ. Tal su tÃtulo nos adelanta, se trata de un exponencial indicio de que los propixs contemporánexs fueron conscientes de que la democracia que se les invitaba habitar no era para ellxs, al menos no para todxs ellxs. En la mirada de lxs activistas, tanto en 1973 como 1984, las transiciones democráticas alimentaron la esperanza de poner fin a las abatidas, a cambio recibieron una bota sobre sus cabezas.
La figura de lxs 400 â hermana de âlos 43â durante el porfiriato y de âlos 108â del stronissmo- parece circular casi como un virus por el campo semántico de las memorias en la historia reciente argentina. No es para menos: el duelo público organizado en torno a esta memoria responde a otra forma de parentesco -no al parentesco biológico de la sangre que signó la presentación pública de las vÃctimas- pues se articula en función del afecto y en proyección identitaria al pasado. Articula polÃtica-poética-afectivamente âfiliaciones no-normativasâ, por decirlo con Cecilia Sosa. Del mismo modo que los 30.000, esta memoria despliega una comunidad interpretativa frente al pasado doloroso y lo hace trayendo a la presencia una ausencia. Al hacerlo, interviene en la batallas por las memorias, lo que merece ser recordado, invirtiendo el poder represivo mediante el cual, a través de la desaparición forzada, se intentaba destruir los lazos de esos cuerpos con la comunidad (debo a Gabriel Giorgi esta última apreciación).
Su cifra icónica, la de lxs â400 desaparecidxs LGBTâ o la de â¡30.400 presentes!â, no persigue un sentido meramente aditivo, involucra más bien un movimiento de doble hélice: desmonta los presupuestos heterosexuales que anidaron buena parte de las memorias colectivas asà como los cortes periodizantes con los que la historiografÃa del pasado reciente interceptó la ârecuperaciónâ democrática. Su marca sexual afecta decididamente la presentificación de las vÃctimas, que en buena medida han sido traÃdos a escena despojada de su militancia polÃtica pero valorizando su lado humano y cÃvico (estoy pensando fundamentalmente en las memorias de estado, y a modo ilustrativo, en los dos prólogos del âNunca Másâ, tanto el de 1984 como 2006). No hay dudas de que esto fue clave para cimentar un sentimiento acordado en torno al pasado traumático, pero no estuvo exento de debates. La figura de lxs 400 parece inscribirse en un pasado doloroso para inmediatamente cuestionarlo, otorga otra densidad a la experiencia traumática del terrorismo estatal y lo hace interrogando los términos de un cierre: insiste en la dificultad para volverse archivo. Se resiste a volverse pasado cuando el hostigamiento y la represión son inherentes a la vida en democracia, una forma de dominación polÃtica, quizás la mejor que hemos conocido. Dada esta hendidura polÃtico-sexual podemos entender las dificultades para inscribirse de modo afortunado con las memorias dominantes, lxs 400 permanecen, en los términos de Ludmila da Silva Catela, como una âmemoria subterráneaâ.
Desde la especificidad del proceso histórico se ha discutido la existencia de un plan sistemático de persecución, tortura y desaparición dirigido a âamoralesâ, una categorÃa utilizada por la dictadura muy laxa, que comprende y excede el acrónimo reciente de LGBT. Pero, tal lo entendieron muy bien lxs activistas históricxs, el aparato represivo dirigido a los âinvertidosâ es anterior y posterior a la última dictadura cÃvico-militar.
Es preciso recordar que muchos centros clandestinos tuvieron el sello policial, de allà que conjugaron en esta experiencia histórica innumerables razzias alimentadas por los edictos policiales-anticonstitucionales (hubo coyunturas que lo marcaron muy bien, tanto la del mundial ´78 como la visita del Jefe del Estado Católico en 1982). Algunos espacios de memoria en Buenos Aires y Córdoba ya han comenzado a recuperar testimonios y quizás resulten claves para dar cuenta de si existieron modalidades de torturas especÃficas en función de las prácticas sexuales o expresión de género (no es descabellado, recordemos que a partir de 2010 tuvieron lugar fallos que consideraron la violación sexual contra mujeres vÃctimas del terrorismo de Estado como delitos de lesa humanidad. La condición de género en tales sentencias fue decisiva)
Quiero insistir en el efecto desestabilizador de este singular duelo de la postdictadura argentina, la memoria en torno a lxs 400 parece espiralarse en una temporalidad más larga, próxima al vector con que parte del movimiento indÃgena releyó la última dictadura cÃvico-militar, inscribiéndola en una cadena de violencias estatales que, para su caso, remonta a la Conquista. No se trata de un uso polÃtico de la memoria, se trata más bien de âlo polÃticoâ de la memoria, por hacer nuestras las reflexiones de Mario Rufer. El nunca más de lxs 400 nos devuelve a los excesos del aparato represivo, la complicidad civil, su despliegue territorial en nombre de la seguridad capital-capacitista-blanca-cis-heterosexual (¿podrÃamos llamarla de otra manera?). Tanto su resistencia a cerrar un pasado como su impertinencia empÃrica, que incomoda fatuamente a los recientólogos del CONICET, es la potencia que a mà me interesa. Luciano Arruga/ Silvia Suppo/ Santillán-Costequi-Sacayán/ Sandra Cabrera/ ¡No a la policÃa, gay o no gay! son algunos de sus rizomas.
No es tanto, o no es tan solo, una memoria sobre el pasado como una polÃtica del presente. Un presente desgarrado que se nos hace imposible.
Mencionaba la existencia de otro documento sexopolÃtico, también anónimo, el primero que conozco dirigido explÃcitamente por y para lesbianas, fue escrito en agosto de 1983, unos meses antes de que se difunda el informe âNunca Másâ elaborado por la CONADEP. Su portada contenÃa una exclamación que aún continúa chirreando: Por lo que más quieras. ¡Hasta cuando, ¡Hasta cuando!
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