Es verdad, soy una llorona medieval, afirmaba Alejandra porque su amigo Manuel Mujica LaÃnez se lo habÃa dicho, como siempre en ese semi-tono entre sarcástico y revelador que sólo pocos logran alcanzar. Para conjurarlo, enseguida escribió aquel poema dedicado a Janis Joplin que comienza diciendo: âA cantar dulce y a morirse luego. No. A ladrar....â. Aunque en verdad nada llorona ya que si hubieran lágrimas sólo serÃan posibles para sà misma: âun naufragio en mis propias aguasâ. 40663c
Pocos tiempo después, ella terminó presentándome al propio Manucho en Edelweiss cuando, excepcionalmente, aceptó su invitación para conversar un poco, ya que Alejandra ya no bebÃa alcohol y apenas comÃa casi obligada por su propia madre. Sólo anfetaminas, también mucho café, para seguir volando y conectarse directamente con sus venerados surrealistas: Tristán Tzara, Milosz, Renée Char y el indomable Antonin Artaud, a la cabeza.
Llegamos al restaurante y en uno de los apartados donde Manucho la esperaba acompañado por dos etéreos y supuestos sobrinos, al verla llegar, improvisó una cuarteta de trovador genial, encandilado ante su presencia, ¿o deberÃa escribir fosforescencia?: âComo un buzo en su escafandra y un maniático en su tic, me refugio en ti Alejandra, mi Casandra Chicâ.
Hasta que al fin logró partir en medio de la noche tan venerada. Quizás sea la única en que la palabra suicidio se asemeja a un pacto con el amor, más allá de todo. Alianza indestructible que al fin se hiciera real y desde donde siempre seguirÃa viviendo en cada uno de todos sus poemas, aunque: âVolveré... aun muerta volveré. Si es que alguna vez, al fin, llama el amorâ, advierte esperanzada. Elvira Orphée, la escritora que ella tanto iraba por bella y excepcional, habÃa estado visitándola justo el dÃa anterior y, después de todo, me comentó que jamás hubiera sospechado lo que esa misma noche sucederÃa porque en realidad la habÃa visto tan feliz, como siempre brillante, leyéndole trechos de un libro futuro. Celebrando. Elvira también cuenta que al dÃa siguiente su mucama la despertó demasiado temprano porque alguien la estaba llamando con urgencia. Era su pariente polÃtica, ya que Elvira en ese tiempo estaba casada con el pintor Miguel Ocampo, sobrino de Silvina Ocampo, que esperaba la atendiera para sollozar informándole, que Alejandra al fin habÃa partido. Se la oÃa desesperada por su propia culpa ya que no la habÃa atendido el dÃa anterior cuando llamara advirtiendo que serÃa la última vez.
¿Se dicen adioses los amores imposibles? Siendo las dos tan sublimes en sus poéticas, al menos una melodÃa excepcional sin mencionar la innecesaria, impronunciable e incluso obvia palabra âAdiósâ.
Sylvette lloraba y Alejandra ya habÃa perdido la sombra. Por suerte a causa del amor, no como esa metáfora del poema publicado en La Nación muy pocos dÃas antes, que terminaba diciendo: âLa que no supo morirse de amor y por eso nada aprendió: Ella está triste porque no estáâ.
Aunque Alejandra permanece siempre presente en su cuerpo de piel de papel para fascinarnos. Como tampoco debajo de la tierra porque las veces que intentamos ir con amigos, entre ellos Mariana EnrÃquez, a visitar su tumba, siempre resultó imposible, custodiada por falsos azares de tormentas terribles y otros obstáculos falsamente imprevistos.
Asà logré comprender que Alejandra sólo querÃa seguir de pie junto a cada poema como cuando aclara: âDije yo, pero me referÃa al alba luminosaâ. Morir, al fin, le causaba placer, como ella misma habÃa preanunciado. Por eso la vemos de cuerpo tan presente, renaciendo en cada uno de sus poemas: âNo te mueras mi amor, nada te sobrevendrá, ya no existen violadores de tumbaâ. Fácilmente logramos convocarla, con el mantra que es su propio nombre. Porque además, para que no haya dudas: âAlejandra, Alejandra, debajo de mà está Alejandraâ. Ese âmÃâ muy excepcionalmente como ahora, se vuelve multitudes donde todos logramos ingresar a su âtranscurrir de fiesta deliranteâ, que no es sólo la vida, sino también su reverso, la propia amada muerte; siempre acechante, como asegurando un eterno goce posterior en el sueño sin lÃmites del poema total.
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