Hace casi un siglo y medio, un hallazgo inesperado en el norte de España sacudió las bases de los conocimientos afirmados sobre el hombre prehistórico y el alcance de su evolución. En pleno auge de las teorÃas de Darwin âel naturalista que describió a los indÃgenas fueguinos como seres âcompletamente desnudos y pintarrajeadosâ, de âbocas espumosas por la excitación y expresión salvaje, medrosa y desconfiadaâ, que âapenas poseÃan arte algunoââ parecÃa impensable que hombres que vivieron miles de años atrás tuvieran un desarrollo intelectual y artÃstico mayor. Marcelino Sanz de Sautuola, un cientÃfico aficionado mirado con desconfianza por las voces autorizadas de su época, se encargó de desmentirlo desde el dÃa de 1879 en que entró en las Cuevas de Altamira âhoy consideradas parte del Patrimonio Mundial por la Unescoâ junto con su hija de nueve años. Los dos pasarÃan a la historia. 4u116s
âMIRA, PAPA, BUEYESâ Las cuevas habÃan sido descubierta algunos años antes, en 1868, cuando el cazador Modesto Cubillas intentó liberar a su perro, atrapado entre unas rocas, y encontró la entrada natural a estas cavidades. Que no eran, por cierto, ninguna rareza en la provincia de Santander, de modo que una más no llamó demasiado la atención de los vecinos. Afortunadamente, la noticia llegó a oÃdos de Sanz de Sautuola, por entonces de veraneo en una finca cercana. No hizo falta más para despertar su curiosidad: pocos años más tarde, visitó Altamira en su totalidad y escribió, que la cueva âera completamente desconocida hasta hace pocos años; cuando yo entré por primera vez, siendo con seguridad de los primeros que la visitaron, ya existÃan las pinturas número 12 de la quinta galerÃa, las cuales llaman la atención fácilmente por estar a dos pies del suelo y por sus rayas negras repetidasâ. No indagó más sobre estos trazados geométricos: y sin embargo, cierta inquietud subsistÃa en su mente inquieta.
Algunos años más tarde âya en 1879, aunque no se saben con exactitud ni el mes ni el dÃaâ Sanz de Sautuola volvió a Altamira acompañado por MarÃa, su hija de nueve años. Entretanto habÃa tenido la oportunidad de examinar los objetos prehistóricos expuestos en la Exposición Universal de 1878 y regresaba movido probablemente por la intención de excavar el suelo de la gruta en busca de herramientas de sÃlex y hueso. Llegados cerca del ingreso, la niña se adelantó y, con la facilidad de su pequeña estatura, entró antes que su padre. Ante sus ojos frescos se presentó uno de los espectáculos más asombrosos contemplados hasta entonces por una persona de nuestros tiempos: las impresionantes decoraciones de animales dibujadas por un artista primitivo en las paredes de la cueva. â¡Mira papá, son bueyes!â, exclamó. La frase pasarÃa a la historia.
Los bueyes eran bisontes, trazados con maestrÃa por una mano remota junto caballos, jabalÃes y ciervos policromos. La âsala de las pinturasâ, como hoy se la conoce, es un techo natural de 18 metros de largo por nueve de ancho, donde las figuras alcanzan tamaños de hasta dos metros. En tiempos modernos el suelo de la cueva fue rebajado, pero en el momento de su realización la obra sólo podÃa apreciarse en su integridad tumbados en el piso. Y sin embargo, como anotó con asombro el propio descubridor, al examinar estas pinturas con detenimiento âse conoce que su autor estaba muy práctico en hacerlas, pues se observa que debió de ser su mano firme y que no andaba titubeando, sino por el contrario, cada rasgo se hacÃa de un golpe con toda la limpieza posible, dado un plano tan desigual como el de la bóveda, y fueran los que se quiera los útiles que se valÃan para elloâ.
Esta historia, la de un hallazgo que cambiarÃa la comprensión moderna sobre la capacidad artÃstica de nuestros antepasados, es un mito entre los historiadores. Pero muchas veces desconocida del gran público. Antonio Banderas, que acaba de encarnar a Marcelino Sanz de Sautuola en el film Altamira, inspirado en el descubrimiento y las posteriores desventuras del cientÃfico aficionado ante el escepticismo con que fueron recibidas inicialmente las pinturas de la cueva, itió que âno conocÃaâ los hechos. âSólo lo que sabÃamos todos, que una niña descubrió las cuevas, pero no fue hasta que leà el guión. Ahà vi que habÃa una historia que no nos hablaba sólo de este hombre, sino de todos nosotros, de nuestra capacidad de destrucción. De lanzar opiniones sin tener todos los datos en la mano, de desarrollar ese bichito de la envidia que tenemos todos dentro. Me pareció una historia interesante para reflexionar hoy, porque si vas por las calles y preguntas quién es Marcelino Sanz de Sautuola, no lo conoce nadie, y en otro paÃs tendrÃa estatuas y serÃa un hombre reverenciadoâ.
ORIGINAL Y REPLICA Visitar las Cuevas de Altamira no es imposible, pero sà es un privilegio reservado a muy pocos. El año pasado se decidió mantener el régimen de controlado y limitado que se habÃa impuesto tiempo atrás con el fin de preservar esta obra de arte del PaleolÃtico Superior, sumamente frágil y sensible a las alteraciones que implica el paso de investigadores o turistas: por eso, sólo se permite una visita a la semana para un grupo de cinco personas, a lo largo de 37 minutos, siguiendo reglas estrictas de vestimenta e iluminación. Los cinco participantes son elegidos al azar entre quienes se encuentran en el Museo de Altamira, en la vecina Santillana del Mar, el dÃa que haya tocado en suerte. Siempre y cuando hayan llegado antes de las 10.30, sean mayores de 16 años y hayan aceptado las condiciones para ingresar. Quien quiera probar suerte, que vaya un viernes: y por las dudas, que chequee previamente en la página del museo (www.museodealtamira.mcu.es) que no hayan cambiado las condiciones.
En Francia, enfrentados a limitaciones incluso superiores en las Cuevas de Lascaux âotra obra maestra de la Prehistoria descubierta por cuatro adolescentes el 12 de septiembre de 1940â se decidió levantar una replica idéntica en las cercanÃas de aquellas pinturas rupestres, situadas en el sudoeste de Francia. En España se decidió seguir un camino parecido: sin cerrar el sitio arqueológico del todo, para facilitar su conocimiento se visita el Museo de Altamira de Santillana del Mar (ciudad que además bien vale la pena por la belleza de su trazado medieval). La institución se ocupa de investigar, documentar y conservar las colecciones de diversos yacimientos arqueológicos de Cantabria, una región rica en testimonios del pasado, pero las Cuevas de Altamira son su emblema, y su desvelo el estudio y conservación de las extraordinarias pinturas halladas por Sáenz de Sautuola en 1879. Allà mismo es posible ingresar en una réplica de la caverna original, muy discutida âcomo toda iniciativa de este tipoâ pero probablemente la única solución posible para tener una idea del sitio real, acercarse a las pinturas y fotografiarlas. Además de las visitas guiadas, que se organizan en horarios especÃficos, el museo organiza actividades para chicos y grandes que atrapan a todos por igual, si están dispuestos a aprender por ejemplo cómo se hace fuego con maderas y cómo se arrojan lanzas a la manera de los antiguos cazadores. Una forma concreta de establecer un vÃnculo con ese pasado que en Altamira sale de las páginas de los libros para materializarse en las paredes de una cueva y en el arte de un hombre que, 18.000 años atrás, supo ser el primer Miguel Angel de la Prehistoria.
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