
Tres mujeres jóvenes se internan voluntariamente en una casa de verano frente a un lago, perteneciente a la Universidad de Montreal. No se conocen previamente entre sí, pero tienen algo en común: se autoperciben “hípersexuales” y no están felices con lo que hacen con sus cuerpos, o con lo que sus cuerpos hacen con ellas. No viven placenteramente esa hipersexualidad y para ayudarlas durante ese retiro de casi un mes están una psicoterapeuta alemana en un proyecto de intercambio académico y un asistente social de origen argelino. Entre los cinco, vivirán esos 26 días bajo un régimen que no tiene nada de carcelario. Por el contrario, esa libertad le impone a las internas buscar su propia terapia, encontrando un principio de placer que no dependa de su actividad sexual, pero tampoco la excluya. Es quizás la película “bergmaniana” de Denis Côté, un director a quien es muy raro encontrarle referencias, pero que aquí emergen en la superposición entre la terapeuta alemana y su supervisora canadiense (hay un eco de Persona allí) y en la fantasía diurna que tiene la primera, cuando ve una inmensa araña que recuerda a la que decía ver Harriet Andersson en Detrás de un vidrio oscuro.
Menos conocido en Argentina que Claire Denis o el propio Côté, el francés Alain Guiraudie trajo a la sección Panorama de la Berlinale una película tan original e inclasificable como sus dos anteriores, esa obra maestra que sigue siendo El desconocido del lago (2013) y Rester vertical (2016), lamentablemente nunca estrenada en nuestro país. Su nuevo aporte se titula Viens je t’emmène (Vení que te llevo) y parece precisamente eso, un viaje impredecible que tiene lugar en cinco cuadras a la redonda en una ciudad de provincia de Francia que ostenta en su plaza central una estatua del líder galo Vercingetorix.
Hay algo de Ese oscuro objeto del deseo de Buñuel en el film de Guiraudie: un permanente coitus interruptus, un atentado terrorista y una riquísima galería de personajes que parecen salidos no necesariamente de una pesadilla, pero sí de un sueño recurrente, del que es difícil despertar. La atmosfera onírica construida a partir de datos de la más crasa realidad le dan a Viens je t’emmène cierta cualidad surrealista con la que el director va cuestionando todos los prejuicios, no tanto los de sus personajes como los del espectador, sometido a revisar todas las ideas formadas a partir de un film siempre impredecible y por eso mismo también siempre libre y feliz.
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