La segunda parte del libro es una puerta a otra cara de la noche: la deriva callejera, el copeteo barrial, patear hasta marearse y alucinar algo parecido a una revelación o “el canto profético de aquellos pájaros que anuncian la mañana”. 

Contracara del show y la performance, el relato plantea un encuentro travesti donde aparecen las palabras no como diálogos sino como reflexiones poéticas que acompañan los dibujos de una ciudad sin pintoresquismo: la Rosario sin monumentos ni banderas, donde la luna se refleja en la zanja y las estrellas brillan como los leds del cartel de un kiosco donde comprar un vino en cartón. Ese encuentro es filosofía trava que pasa de una a la otra para desarmar a la estrella, a la artista glam montada en escena, la Ayelén totémica que hace temblar a multitudes. 

La voz del relato es la de una fan que hace una “entrevista improvisada” a la cantante trava y terminan copeteando en un cordón. Esa voz tiene el peso específico de los textos de la poeta travesti Morena García, que convierte a la breve crónica nocturna en una ruptura del idealismo con que se vive la experiencia del arte y una celebración de la sensibilidad mundana que nos afianza como comunidad. 

Este relato cierra Las mil formas de la noche y descuelga el póster de la artista brillando como superhéroina para hacerla pisar el asfalto con los tacos, que también pueden sacar chispas que queman de verdad. “Esa piba ideal en mi cabeza se despedazaba como se caen las mentiras. Como se disuelven las nubes antes de que las bese el sol. Moría ante mí mi ideal, mis ganas egoístas de ponerle un cuerpo a la fantasía en mi cabeza. Y nacía ella, una pendeja palpable, una antiheroína para mis desvelos y les de muches”, es una de las conclusiones de ese encuentro con Ayelén Beker. 

Y al final, en la historieta, el cielo y el empedrado no son lisos sino igual de rugosos, texturados, porque el camino arriba y abajo hay que desandarlo de la misma áspera manera.

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