Ocurre que Shields (Ryan Destiny) es una adolescente nacida y criada en Flint, en el estado de Michigan, misma ciudad de la que es oriundo el documentalista Michael Moore. El hombre de gorrita eterna ganó notoriedad con el documental Roger & Me (1989), en el que indagaba en las consecuencias sociales y económicas generadas por la decisión de la empresa General Motors de cerrar su fábrica para mudarla a México y abaratar costos. Dado que Flint es uno de los puntos nodales de la región industrial caída en desuso por la globalización conocida como “Cinturón de óxido”, queda claro que la relocalización de la automotriz no fue precisamente positiva.
Esa traza urbana llena de casas venidas a menos, calles un tanto sucias (y, probablemente, con olor a pis, diría el regresado Horacio Rodríguez Larreta) y locales vacíos no parecen el mejor escenario para proyectar los sueños de gloria de esta jovencita a la que, siendo chiquita, ni siquiera la dejaban entrenar. ¿La razón? “Aquí no entrenan las mujeres”, según le dice Jason Crutchfield (Brian Tyree Henry, el rapero de la serie Atlanta), dueño del gimnasio donde los chicos intentan cimentar una vida a fuerza de golpes y quiebres de cintura.
Basada en una historia real, la película de la reputada directora de fotografía Rachel Morrison encuentra a Shields en 2006, largos años antes de que las luchas de las mujeres estuvieran en el centro del debate público. Tanto insiste la chica, que el bueno de Jason, cuyo cuerpo enorme esconde un corazón ídem, afloja y comienza a entrenarla. Muy rápido descubre que Shields tiene talento y hambre de gloria, así como también que el entorno familiar, que incluye un padre preso, una relación conflictiva con la madre y una hermana adolescente embarazada, no es muy contenedor que digamos.
Ya con esas cartas en la mesa, La fuerza de una campeona se dedica a mostrar el ripioso camino al éxito de Shields, con los Juegos Olímpicos de Londres 2012 como primer norte. El segundo aparece bien avanzado el metraje, cuando Jason quiera valerse de la incipiente popularidad de su discípula para conseguir sponsors. Un problemón, dado que todo muy lindo con la medalla, pero como respuesta recibe una y otra vez que el boxeo no es un deporte para mujeres. Relato de múltiples peleas en simultáneo, la película gana por puntos gracias a la ausencia de miserabilismo que le imprime Morrison a los flejes más oscuros de la vida de Shields y a la fiereza de Destiny, pura garra, ovarios y sudor al servicio de su personaje.
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