–¿Cómo tomó la sentencia?
–Digamos que mal. Yo estaba en la Plaza Lavalle escuchando por altavoz. Si bien hubo mucha gente, tengo la sensación de que el acompañamiento social que se expresó el 22 de abril, cuando empezó el juicio, se había desinflado. Mi recuerdo es que cuando escuché las absoluciones, me di la vuelta y me fui con amargura. Por otro lado, trataba de valorar que había habido cinco condenas. Yo recordaba que, cuando hicimos el Encuentro Peronista de París, Emilio Mignone había dicho que hay decisiones que tiene que tomar el gobierno de inmediato, porque ningún gobierno es más fuerte que cuando recién asumió. Estábamos en diciembre de 1985, obviamente me había enojado mucho la limitación de los procesamientos pero, por otra parte también, ningún gobierno constitucional había enjuiciado a las dictaduras previas. También había que subrayarlo porque era una respuesta a la exigencia del movimiento popular. Convivían todas esas sensaciones.
–¿Y el punto 30 de la sentencia?
–También abría una puerta de esperanza a que continuaran los juicios. Aunque algunos aspectos eran medio incomprensibles, porque un proceso judicial que se había negado a juzgar determinados hechos y a condenar a determinados autores ordenaba que otros hicieran procesamientos. Toda esa maraña jurídico-política es la que envolvió a todo este larguísimo proceso de lucha contra la injusticia y la impunidad que protagonizó nuestro pueblo y que en determinados momentos los gobiernos constitucionales recogieron. Algunos con limitación y otros con muchísima más actitud. Estoy pensando desde Raúl Alfonsín con la causa 13 hasta los gobiernos kirchneristas --que aportaron a la anulación de las leyes y acompañaron la reapertura de las causas. Y el gobierno que estamos viviendo hoy, que hace lo posible para que este proceso de enjuiciamiento a los genocidas sea obturado.
--¿A nivel social qué implicó el juicio a los excomandantes en el proceso de justicia?
--Me gusta pensarlo en su complejidad. Ni aplaudirlo a mano cerrada ni descalificarlo. Creo que fue un hito significativo en lo que había sido la tradición de nuestro país de haber sufrido golpes de Estado y dictaduras sin consecuencias de tipo jurídico. Tiene un valor importante que eso se haya hecho cuando todavía los genocidas tenían poder casi ilimitado. Ese juicio fue resultado de lo que el movimiento de derechos humanos y el movimiento popular fue capaz de sostener, reclamar y exigir. No fue una concesión graciosa del poder político. Creo que hubo por parte del gobierno de Alfonsín la decisión de juzgar a algunos por una cuestión de supervivencia. Tenían claro que si no había juicio a los dos meses había un nuevo golpe. Tampoco tengo derecho a negar que hubiera algo de convicción ética de hacer algo de justicia y dar respuesta al reclamo popular. Pero fue concebido dentro de límites muy estrictos. Hubo decisiones de limitarlo a las tres primeras juntas y regalarles la impunidad al dictador (Reynaldo) Bignone y a todos los represores que habían sido identificados con nombre y apellido.
--Hubo mucha emoción con la película Argentina, 1985, pero las salas de audiencia de los juicios no se llenan. ¿Por qué piensa que les estamos prestando menos atención a los juicios?
--La verdad es que no podría atribuirlo a una sola causa. Hay una cosa que sí me asombra, que la verifico en las clases del seminario de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de Filosofía y Letras cuando les planteamos a los estudiantes que tienen que ir por lo menos a una audiencia y hacer una elaboración: todavía, hasta hoy, hay muchos estudiantes que dicen que no saben que hay juicios y que no sabían que eran públicos. Las audiencias públicas llevan casi 20 años. Ahora hay miles de formas de a la información. Por un lado, pienso que hay algo que tiene que ver con cierta lógica de que los juicios ya no son una novedad. Es peligroso considerar natural lo que no es natural. Los juicios no son algo natural. Por otro lado, celebré que tantos fueran a ver la película, se conmovieran, lloraran y aplaudieran cuando Ricardo Darín –que hace de Julio Strassera– dice “señores jueces”, pero después, cuando ya al final de la película se ve a Adriana Calvo de carne y hueso, ahí no hay aplausos.
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