En tiempos en los que las películas en buena parte del mundo circulan a velocidad supersónica, llama la atención que hayan pasado cuatro años entre el rodaje y el estreno de Estragos en la plataforma Netflix, donde logró posicionarse como la película más vista en Argentina. No hubo, como suele ocurrir en los proyectos demorados, disputas creativas en torno al corte final entre los productores y el director, ni conflictos legales ni ningún escandalete mediático o jurídico que afectara a alguno de sus protagonistas. Las razones de la espera hay que buscarlas en las varias y sucesivas dificultades que tuvo el realizador británico Gareth Evans para filmar las retomas necesarias, primero por la imposibilidad de conciliar su agenda con la de los intérpretes y, más tarde, debido a la huelga simultánea de guionistas y actores que paralizó la industria audiovisual de Hollywood durante casi todo el segundo semestre de 2023.
Es válido preguntarse qué tan indispensable era volver a filmar esas escenas y si no era posible estrenarla con las del rodaje original. Dado que el principal atractivo de Estragos pasa por sus muy violentas secuencias de acción, es probable que el resultado hubiera sido muy distinto sin las retomas. Porque Evans no sólo es director, sino también un avezado coreógrafo que ya había dado sobradas muestras de un pulso y una creatividad notables para filmar peleas de todo tipo en el díptico La redada. Con su apuesta por la estilización, los ambientes nocturnos teñidos de neón y una lógica gamer por la cual cada nuevo rival representa nuevos y mayores desafíos, releyó buena parte del cine de John Woo y sembró lo que luego cosecharía John Wick.
Pero Estragos no es John Wick, aunque por momentos quiera serlo. A diferencia de la saga que revivió la carrera del hasta entonces desaparecido Keanu Reeves, en la que el propulsor narrativo inicial era el deseo de vengar a su perro asesinado, aquí hay un trasfondo policial con aspiraciones de profundidad centrado en los avatares de un oficial (el siempre serio Tom Hardy) con un pasado que busca expiar, básicamente, haciendo las cosas bien. Esto incluye recomponer la relación con su hija de seis años incluso cuando la madre lo deteste y él no tenga mejor idea que hacerle un regalo espantoso para Navidad.
Justo en vísperas de la llegada de Papa Noel ocurre la primera de las varias balaceras brutales, en lo que aparentemente es un ajuste de cuentas dentro de una disputa narco. Menuda sorpresa se lleva el personaje de Hardy al ver en la filmación un rostro familiar, que no es otro que el del hijo de alcalde de esta suerte de Ciudad Gótica mezclada con la Nueva York de la década de 1970 donde transcurre el relato.
A partir de allí, se desata una serie de venganzas cruzadas en la que cada bando, a su vez, cuenta con un respaldo policial para facilitar las tareas. La corruptela es el condimento final de una película pensada en función de sus tiroteos en los que los involucrados apelan a un arsenal digno de un pelotón de soldados a punto de marchar al frente. La tendencia de todos a vaciar un cargador a cada uno de sus enemigos y la danza mortal que baila cada uno mientras muere muestran que la seriedad es solamente una cuestión de tono.
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