
La drag queen y madama de la noche, artista plástica, coach de supermodelos, entre otras tantas profesiones de dificil nomenclatura, vuelve al Museo de Arte Moderno con “Tu presencia en mí”, una muestra que la tiene como protagonista a partir de 19 obras, y que amplifica con la exhibición de originales ese pionero acercamiento a la vida y obra de LaVogue que fue el libro Comés Dios y cagás Diablo (2022), compilado por Nicolás Cuello y Santiago Villanueva, que reproducía dibujos acompañados de la transcripción de parte de una autobiografía que le dictó a su amigo Juan Queiroz.
El dibujo fue para Barbara Bianca LaVogue una forma que circulaba entre los distintos mundos y mundillos, tal vez incluso una manera de fusionar esos espacios disociados, entre la galería de arte y el reviente de la noche, entre la espiritualidad y la carne, entre el ámbito de la moda y las calles. La línea dibujada como costura, puntada e hilo que enlazan y reúnen esos espacios a veces complementarios, antagónicos, o simplemente vistos como distintos. En un estilo que se repite bastante en su obra gráfica, LaVogue dibuja sin levantar el lápiz, una línea continua que es como desovillar para tejer una forma, tirar de un hilo suelto de un vestido hasta desnudar una imagen.
Esa recurrencia estilística no anula las distintas dimensiones que en menos de veinte obras se abren, creando series o dibujos sueltos que desencajan en el conjunto. Hay imágenes despojadas en blanco y negro, de línea débil, y obras sobrecargadas de color, incluso de un brillo especial, con fondos centelleantes. Si bien pueden dominar los dibujos lineales, también hay otros donde el puntillismo es la base gráfica. De lo opaco a lo tornasolado, el eclecticismo confluye en una tendencia al glam que le da cierta unidad a la muestra, algo así como un homenaje y un ataque al diseño de moda. El dibujo de un zapato de taco aguja con apliques que asemejan alfileres clavados, como si fuera un muñeco vudú, es un ejemplo de esta ambigüedad que va del éxtasis celebratorio a la maldición de la moda.
Esa actitud con la moda LaVogue reconoció que fue absorbida de su irado Sergio De Loof: “Cátedra me dio... Él me enseñó la cosa sutil, que con una rama se puede hacer un Chanel.” Por eso es fundamental entender el glam como una experiencia de la apertura que incluye lo precario, improvisado y espontáneo, tanto de los materiales como de los papeles donde despliega su obra: hojas recicladas o arrancadas de cuadernos escolares, fibras y lápices baratos.
Omnipresente en la escena nocturna entre los 90 e inicios del siglo XX, esta precariedad muchas veces tiene que ver con los ámbitos donde hacía sus obras: en bares, afters, discos, lugares de pernocte, casas de paso. Los dibujos muchas veces eran formas del trueque: los cambiaba por tragos u otras formas de conseguir estímulos para pasar la noche bien arriba. Sus obras fueron creadas como tickets para trasnochar, vouchers para seguir la fiesta, por eso hay tantas estrellas en sus dibujos, porque su estética noctívaga mezcla cielos iluminados de astros, luces centelleantes de pistas de baile, alucinaciones alcohólicas y narcóticas con ese aura del amanecer en los ojos que no durmieron.
Sus retratos de iris estrelladas y pelos como lenguas de fuego son puro testimonio, fotocarné de la febril vigilia sonámbula. Y por eso es coherente que el Museo Moderno haya elegido hacer la muestra de LaVogue sobre la pared del bar, fuera de las salas de exhibición tradicionales. Cerca de la puerta, lugar de paso, zona liminal entre la contemplación abstraida de obras y la dispersión, el relajo, las obras de LaVogue se separan del aura que les da el cubo blanco, los espacios ascéticos, desinfectados del Museo, para revelar su espíritu más vital entre charlas, bebidas, intercambios, entre lo cotidiano y el ruido de la calle.
Además de un conjunto de rostros que miran de frente con ojos alucinados, hay otra posible serie entre los dibujos de LaVogue: un grupo de figuras animalescas, que están detenidas en poses extrañas, una mezcla de la contorsión, desfile frenético o baile. Entre esas criaturas mixtas, la más reconocible es un ave, mezcla de pavo real y gallina, pero también otras tienen rasgos de pájaros. Algunas incluso están más cerca de ser figuras arrancadas de un jeroglífico egipcio.
Estas desfiguraciones son parte del territorio del movimiento mostra, con el que la cultura queer comenzó a horadar ciertas políticas y visibilidades LGBT que intentaban establecer una regulación simplificadora y disciplinaria sobre la identidad de género y la orientación sexual. LaVogue fue una guerrera en varios ámbitos y sus dibujos son también un arsenal de esa lucha contra toda domesticación de la disidencia. Resistir a las representaciones reduccionistas de estar en el mundo y de crear imágenes que reflejan y a veces encandilan nuestras formas de vida. La mayoría de sus dibujos están firmados como LaVogue, en una letra cursiva sensual, pero en un par se lee Ariel LaVogue. ¿Es posible pensar esa firma como una parte misma de su transición">
Gracias a la película La Sirenita (1989) de Disney, con el personaje de Ariel, la criatura subacuática protagonista, la princesa sirena adolescente, ese nombre tiene una dimensión de ambigüedad, de mutación. Mitad humana, mitad pez, ese personaje fue para la industria animada el paso antes de la transición: La Sirenita es la última película dibujada y pintada a mano, con el tradicional y antiguo sistema de animación, inmediatamente luego reemplazado por el digital. Además, la película también tiene un culto camp por el personaje de Ursula, la pulpo explícitamente inspirada en Divine, la más monstruosa de las creaciones drag del siglo XX.
Como esa princesa adolescente mutante, como las sirenas de los mitos que desviaban a navegantes con su canto, los dibujos de LaVogue, sus líneas que son como laberintos que forman caras y cuerpos, sus colores que son tintes de una alucinación, nos hacen perdernos, nos hacen atractivas nuestras propias mostras, para perdernos en esa noche que resplandece en nuestras pupilas cuando la miramos de frente o dejamos que su ruido nos haga bailar.
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