LA BELLA Y LA BESTIA

El grano fílmico hace a la esencia del estilo visual de Un hombre diferente. Filmada en Super16mm, ya desde la primera escena Schimberg plantea un universo alejado de los colores y texturas digitales prístinas. Edward vuelve de la calle, saluda a varios vecinos y sube las escaleras hasta la puerta del departamento. Antes, en el subte, las típicas reacciones de la gente, a las cuales ya está más que acostumbrado. Opción uno: la mirada fija, atenta, casi obsesiva y ciertamente impúdica, observando cada uno de los detalles de su rostro “desfigurado”. Opción dos: observar subrepticiamente y, cuando las miradas se cruzan, quitar la vista por completo, como si el otro no estuviera allí. ¿Acaso existe otra posibilidad, algo que no esté a mitad de camino entre el asco o el rechazo y la piedad infinita? Sobre eso trata el institucional que Edward acaba de filmar, aunque las retomas lo mantuvieron en vilo durante demasiado tiempo. Aaron Schimberg presenta ese spot dentro de la ficción, destinado a los empleados de empresas que deben compartir espacio con alguien “diferente”, con varias capas de ironía. En diversas entrevistas el realizador itió que la desfiguración facial es un tema que siempre le ha interesado, en parte por haber nacido con labio leporino bilateral, algo que lo ha hecho muy consciente, todo el tiempo y en todos lados, de cómo lo ven los demás.

“En algún sentido escribo estas historias como una forma de terapia. Una forma poco efectiva de terapia, ya que al terminar de filmar no aprendo nada y sigo con las mismas preguntas de antes”. Las palabras de Schimberg, en conversación con la revista especializada Filmmaker, remiten no sólo a su última creación sino también a las dos películas previas: Go Down Death (2014), relato coral que incluía a un hombre desfigurado, enamorado de una cantante de cabaret; y, sobre todo, Chained for Life, en la cual una actriz de teatro ensayaba una nueva obra junto a un actor con neurofibromatosis, interpretado por Adam Pearson. El inicio de una colaboración entre ambos que ahora continúa en Un hombre diferente. “Usualmente me da vergüenza hablar de esto, pero mi labio leporino y otros temas médicos le han dado forma, para bien y para mal, a mi autopercepción y a la manera en la cual me ven los demás. Todavía lidio con todo eso, siendo un hombre de mediana edad, y esa es una de las bases de mis films. Cuando conocí a Adam Pearson, cuyo rostro está desfigurado de una manera mucho más visible, conocí a alguien que no deja que eso lo defina. Es algo que me sorprendió, pero también me hizo cuestionarme qué había hecho mal en mi vida. Pero soy consciente de que el carisma de Adam no lo es todo, que nuestras experiencias son diferentes, que cada uno responde a las circunstancias de la manera en que puede”.

En esa misma entrevista el realizador recuerda otra anécdota real que, indudablemente, formó parte del origen del guion de su último film. “¿Podemos cambiar nuestra forma de ser? ¿Queremos hacerlo? Esas preguntas me daban vueltas por la cabeza cuando vi a una chica que había conocido tiempo atrás, la persona más tímida con la cual me haya cruzado. Con el tiempo tomó clases para aprender a ser más asertiva. Cuando me la encontré años después literalmente no la reconocí. Era enjundiosa, descarada, quizás incluso un poco grosera. Una persona diferente. No supe qué pensar. Me alegraba que hubiera hecho lo que tenía que hacer y me impresionaba su esfuerzo, que imagino había valido la pena, pero también me inquietaba. ¿Cuál era su verdadera versión? ¿Existe una versión verdadera? ¿Podría yo cambiar y ser lo que quiero ser? ¿O significa eso que me gusto más de lo que creo? Estos fueron algunos de los puntos de partida de la película”.

YO Y MI OTRO YO

Cuando Edward conoció a Ingrid (la noruega Renate Reinsve, protagonista de La peor persona del mundo), la joven aspirante a escritora de piezas teatrales, finalmente pudo dar con alguien que no lo observa siguiendo la opción uno o la opción dos del subte, sino simplemente como a un igual. Pero (siempre hay un pero), el tratamiento experimental que le devuelve un rostro “normal” impide que esa relación continúe. Edward debe desaparecer. Aunque no del todo: el tiempo hace que Ingrid logre escribir una obra inspirada en la vida de Edward, y quién mejor que el nuevo Edward, de incógnito, para interpretarlo, máscara mediante. Cuando la ficción dentro de la ficción ocupa el centro de la escena y la duplicidad del protagonista llega a su clímax (dos Jekylls o dos Hydes, da lo mismo), cuando todo parece encaminarse a un equilibrio difícil y áspero, pero posible, aparece Oswald. Otro hombre que, como el viejo Edward (y como el actor en la vida real que lo interpreta: Pearson) sufre de neurofibromatosis. ¿Acaso Oswald puede ser un mejor Edward sobre las tablas? Con ironía y un humor asordinado pero siempre presente, Un hombre diferente despliega así su segundo acto, el comienzo de la caída del neoEdward, ahora llamado Guy. Ese joven buenmozo que comienza a pensar que, tal vez, su vida tumorosa era a fin de cuentas una mejor vida.

Las ironías y paradojas también arrecian fuera de la pantalla. En la entrevista mencionada, Schimberg asegura que “siempre he querido incluir en el reparto de mis películas a interpretes con desfiguraciones físicas. Me han alabado por eso, pero también me han criticado. Así ocurrió con Chained for Life. Te maldicen por hacerlo y te maldicen por no hacerlo. En cuanto a esta conversación sobre la representación que surge actualmente todo el tiempo, parece sospechoso que contrates a alguien y le pongas maquillaje y prótesis. Si además no podés incluir a alguien realmente desfigurado... es un tema que la gente prefiere evitar. Es como si fuera algo que no podés representar de ninguna manera. Así que, para Un hombre diferente, pensé lo siguiente: ‘Voy a hacer las dos cosas y dejar que ambas ideas convivan y se enfrenten’”. La noticia es reciente y parece ir en sintonía con los conceptos de Schimberg: el próximo proyecto de Adam Pearson es una adaptación a la pantalla de la obra El hombre elefante, de Bernard Pomerance, desde luego ocupando el rol central de Joseph Merrick, que en la famosa versión cinematográfica de David Lynch fue interpretado por John Hurt, absolutamente irreconocible bajo el maquillaje del británico Christopher Tucker. Ahora será el turno de un actor realmente desfigurado de ponerse en la piel del célebre freak victoriano.

Comedia oscura y, eventualmente, bastante melancólica, Un hombre diferente avanza hacia el tercer acto con Edward/Guy enfrentado a Oswald, quien no es otro que un posible reflejo de sí mismo. Un Edward que nunca llegó a ser. A diferencia del protagonista, y a pesar de tener un rostro tan “diferente” como solía serlo el suyo, Oswald es carismático, bromea sobre todo y con todos, y no se hace cargo de las reacciones que su presencia puede generar. De allí a los celos e incluso a la envidia nada sana hay apenas unos pocos pasos. En la vida real, Schimberg recuerda algo esencial durante el rodaje de la película. “Cuando Sebastian Stan tenía puesta la máscara prostética la gente respondía de manera diferente a él. No sólo eso: él parecía comportarse de manera distinta. No sé si era a causa de que se preparaba para el personaje, la reacción de la gente, el peso de la máscara o su percepción de lo que ocurría, pero sin duda actuaba de otra forma, incluso cuando no estábamos filmando”. Respecto de la recepción del film y sus intenciones, el realizador cree que “al abordar este tema, hay que imaginar estrategias para desarmar a la gente y sortear los prejuicios, y así poder explorarlo con mayor sensatez. Porque no se trata solamente de los prejuicios sobre la desfiguración, sino también de las películas que tratan sobre ella. Es casi como si tuviera que incorporar todas las ideas de otras películas que tratan sobre este tema a mi propia película para poder sortear esos prejuicios o abordarlos de otra manera”.

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