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El propio Rojo, hace algunos días, desmintió cualquier intención de burlarse de los millonarios con esa gorra. “Es mi gorra favorita. La uso cada vez que voy a un partido, me gusta cómo me queda. No pensé nunca en cargar a nadie. Entiendo el folclore del fútbol pero jamás fui con intenciones de cargar“, expresó en diálogo con el programa ESPNF90 luego del revuelo generado por la simple gorra beisbolera. Claro que, volviendo a Verón y a su teorización sociosemiótica, no importan demasiado las intencionalidades a la hora de analizar lo que sucede en la compleja arena de los procesos discursivos. Y algo todavía más simple, propio del folclore del fútbol del que el propio Rojo hablaba: él mismo sabe que habrá quienes creyeron en sus palabras y quienes no.

Lo cierto es que la ya famosa gorra (en Estados Unidos lo es, en las canchas del fútbol argentino no lo era tanto) volvió a aparecer más allá del exfutbolista de la Selección Argentina. Esta vez la lució Gonzalo Morales: el jugador de Boca a préstamo en Barracas, se calzó la gorra en la previa del partido ante River y otra vez el destino futbolero quiso que fuera victoria millonaria, por 3-0, lo que provocó la eliminación de su equipo de los octavos de final de la Liga Profesional la semana pasada. Y hubo, este pasado lunes, una tercera aparición de la gorra de moda: la llevó puesta Román Vega, jugador de Argentinos Juniors, en la previa del encuentro de cuartos de final ante San Lorenzo, y las suspicacias burlonas volvieron a emerger al recordar que fue el Bicho el equipo que, en 1981, mandó al descenso al conjunto azulgrana que entonces dirigía Juan Carlos Lorenzo e inauguró una pica entre ambos clubes que persiste hasta el día de hoy. Los destinos deportivos otra vez marcaron que la alegría se la llevara el equipo de quien no luce la gorra, un veredicto que confirmó su moda quizás al mismo tiempo en que la catapultó: ahora, en un deporte tan amigo de cábalas y creencias, ¿alguien se la querrá poner?

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La Maldición del Bambino

En Estados Unidos sí lucen con orgullo sobre su frente la “B” de los Boston Red Sox. Aun lo hacían durante los 86 años que tardaron en volver a salir campeones, tiempo en el cual el equipo, según versa el universo popular del béisbol estadounidense, sufrió una maldición. Los Medias Rojas habían sido uno de los mejores equipos durante el inicio del deporte en Estados Unidos; incluso se consagraron en cinco ediciones de las primeras 15 que se realizaron desde que comenzó a disputarse la Serie Mundial moderna así como la conocemos hoy, en 1903. Aquel quinto título fue el de 1918, el año de la última gran alegría para muchos de sus fanáticos, que debieron esperar a los comienzos del siglo siguiente para volver a celebrar un campeonato. Babe Ruth, el beisbolista más reconocido de la historia del deporte, había sido parte fundamental en tres de aquellos cinco primeros títulos de los inicios del siglo XX y, aunque todavía no se había convertido en el mito que ahora significa para el béisbol mundial, sus virtudes eran apreciadas ya en ese momento por fanáticos y especialistas. Consciente de su creciente popularidad el lanzador estrella quiso renegociar su contrato con Harry Frazee, flamante dueño de los Boston Red Sox desde 1916. Así sucedió, según explica un artículo de la web oficial de la MLB: “Frazee -un productor y director teatral, quien sospechosamente se había mudado de Nueva York a Boston- ya estaba endeudado tras la compra del equipo y necesitaba dinero para invertir en una obra de teatro. Al enfrentar esas presiones económicas, Frazee acordó vender los derechos de Ruth a los Yankees -que en ese momento no habían clasificado a una Serie Mundial- por US$100.000, lo que era en ese entonces una cantidad astronómica. Ahí fue que las fortunas de ambas escuadras dieron dramáticos giros“.

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Allí inició para los Boston Red Sox la llamada “maldición del Bambino” (porque así se lo conocía también a Babe Ruth), esa que duró 86 años hasta que en 2004 los Medias Rojas volvieron a conquistar una Serie Mundial de las Grandes Ligas. Los Yankees, en ese mismo lapso, se convirtieron en el equipo más popular y ganador del béisbol: conquistaron ¡26! de sus 27 títulos (los cuatro primeros, con Babe Ruth: 1923, 1927, 1928 y 1932) y forjaron una historia que los tiene como la franquicia más dominante del deporte del bate y la pelotita de costuras rojas. Los St. Louis Cardinals, el equipo que los sigue entre los más laureados, cuentan en su haber con 11 campeonatos.

Aun si Marcos Rojo tiene razón y no hubo intención jocosa de su parte (ni de Morales ni de Vega), la gorrita más famosa del último mes no deja de ser un discurso social esquivo a las intencionalidades y afecto a las más variadas recepciones y lecturas. Entre ellas, la de su interpretación como chicana futbolera. Pero la burla, quizás como la mentira, tiene patas cortas. Y tal vez, desde allá lejos, cruzó el océano Atlántico otro significante, proveniente de Boston: una leyenda urbana, la de una maldición, que ya superó su existencia en el universo del béisbol y ya no intimida a los Red Sox… ¿pero qué alcances tiene en el fútbol argentino, donde ha sido muy desconocida y hasta, sin querer, llamada al presente? ¿Será que la chicana despertó otra vez la maldición? Cada quien creerá, o no, pero lo que es seguro es que difícilmente en nuestras canchas y sus alrededores vuelva a verse una gorrita de los Boston Red Sox.

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