Margarita Alarcón


“A mi abuela le gustaba hacer artesanías, entonces desde joven aprendí; mi madre también hilaba y yo, a los 15 años ya tenía el oficio. Después me casé joven e hice un curso en la escuela manualidad”, comienza el relato Margarita Alarcón.

“Mi mamá hilaba, teñía y sabía tejer, y yo de chica siempre estaba presente mirando, observando”, comenta María Elena Carral y agrega: “pero yo estudié otra carrera, que fue corte, pero a pesar de ello, siempre me tiró más el telar, es algo qie me gusta mucho y lo hago con alegría, es el trabajo que más me gusta”.

Inicios de un amor incondicional

Uno de los grandes recuerdos que atesoran las tejedoras sancarleñas, es el taller colectivo de mujeres que formaron en conjunto y que duró más de dos décadas, “Cuando quedé viuda y con hijas chicas entro en el grupo de mujeres; ahí teníamos un taller y he aprendido mucho, más me pasaba en el taller que en mi casa. Éramos ocho mujeres las que lo formamos, pero se fueron sumando más. Iba a la mañana, a la tarde, apenas cocinaba en la casa, comía y me volvía, mi lugar era ese”, remarca Margarita de aquella experiencia que la forjó y empoderó como mujer tejedora.

Aquel espacio funcionaba no solo como un espacio de tejido en comunidad. “Allí pasábamos de todo, alegría, tristeza, nos reíamos y llorábamos de las cosas que se contaban y que le pasaban a cada una, éramos una gran familia”, afirma Margarita.

Aquella sólida unión sirvió para volar la imaginación y, justamente, tejer sueños y compartir los momentos más sentidos de la vid. “Hasta ahora me sueño en el taller” rememora con añoranza María Elena de aquel espacio que luego de tantos años de trabajo tuvieron que abandonar por la pandemia y que nunca más pudieron reactivar.

María Elena Carral, hace unos 10 años 


“Hago alfombras en punto cruz y en punto caminado, alfombras chicas, grandes; tapices para colgar y después, pies de cama, chal, esas cosas”, dice con sencillez María Elena Carral mientras muestra sus bellas creaciones artesanales que realiza de punta a punta. “Me inspiro a partir de un color que me gusta y voy poniendo otras cosas, a veces en degradé, a veces no, digo, ‘este me queda bien, este no me queda bien’, así voy cuando haciendo”, cuenta. 

Aquel método, de alguna manera intuitivo, es el que conservan de tantos años de oficio, el que también complementan con toda la hechura de las materias primas. “Trabajamos con lana de oveja y también con lana de llama. Nosotros hacemos todo el trabajo: lavamos la lana, la teñimos, la ovillamos y después ya empezamos a trabajar”.

Aquellos colores que lucen en sus creaciones, son también nativos de la tierra que ellas mismas transitan a diario ya que, tiñen "con cáscara de nuez, con la chala de cebolla, con el hollín de la cocina a leña”, resalta Carral con sabiduría ancestral.


Una de las problemáticas que comparten Margarita y María Elena es la poca valoración que muchas veces le da el comprador a las piezas que ellas realizan, en lo que pareciera ser que el trabajo totalmente artesanal que lleva cada producto queda invisibilizado.

Lleva tiempo tejer, hay que estar horas, no es que un rato una teje y ya terminamos, hay que sentarse días y días para terminar una prenda. El comprador muchas veces no entiende el tiempo que nosotras ocupamos o el trabajo que lleva hacer un tapiz o cualquier otro trabajo, lleva mucho trabajo”, comenta Margarita mientras María Elena asiente con la cabeza. Sin embargo, tambíen ambas coinciden: "nos gusta lo que hacemos, lo hacemos con amor, con cariño, da mucha felicidad cuando podemos vender una pieza”.

En la conversación surge de forma recurrente otra preocupación: la falta de transmisión hacia las jóvenes generaciones, tema que les ronda en la cabeza y que muestra a las claras el quiebre generacional que existe y el peligro que conlleva la posibilidad de perder muchas de las técnicas que utilizan de manera heredada.

Pieza ganadora del Salon de Artes Visuales 2024, de María Elena Carral


Como que no les interesa a los más jóvenes… mi hija a veces me ayuda a ovillar, porque me ve todo el tiempo que me lleva, entonces en eso me acompaña pero nada más”, resalta Carral graficando una problemática que atraviesa no solo a esta región de la provincia sino a la gran mayoría de los oficios artesanales a lo largo y a lo ancho.

Salón de Artes Visuales

Con profunda humildad, a María Elena le cuesta decir que fue ganadora del primer premio en el XLIV Salón de Artes Visuales de Salta 2024 en la categoría Artes de la Tierra, gracias a un tejido denominado “Trama en transformación”, un premio que la coloca como referente provincial en el rubro.

La creación es una guarda que “se está desintegrando o desarmando”, o más bien que se está mezclando y transformándose con otros colores, mostrando una visión que intersecciona lo ancestral con lo contemporáneo.

Se me ocurrió hacer algo bien simple, rayas cortas, rayas largas entre colores; en los costados un color, en el medio otro color y así iba cruzando, ¡y salió! La quiero volver a hacer, pero no sé si va a salir igual”, confiesa entre risas María Elena.


La tejedora cuenta lo que significó para ella toparse con el mundo que rodea el premio de arte más importante de la provincia de Salta. “Yo no sabía cómo era, me llamaron de Salta, un señor (en referencia al secretario de Cultura, Diego Ashur), y ahí me dicen que había ganado. Yo tenía la fiesta del colegio de un nieto que salía del quinto año, pero fui igual… en ese momento, realmente no lo podía creer, era un mar de gente y yo, con mi hijo, recibiendo el premio”.

La pasión por el tejido

Margarita y Elena caminan tranquilas por San Carlos enmarcadas en su cotidianeidad, sin embargo, detrás de aquellas anónimas ágiles manos, se esconden dos ejemplos que representan la sabiduría de años, trasladada de manera silenciosa y constante tras los muros de alguna casona del lugar.

El tejido representa todo para mi. Uno no entra en depresión gracias a ello, yo estoy en mi casa, tejo, y es como que estoy yo y el telar, no existe más nada. A veces me acuerdo de mis hermanos que me decían, ‘¿a dónde estás que no me hablás?’, porque yo me meto ahí y no hablo, no existe nada más”, confiesa María Elena.

En tanto, Margarita se emociona al mirar sus mismos tejidos y resalta: “Hace más de 30 años que tejo. Mi marido trabajaba pero no alcanzaba, los chicos eran chicos, y cuando quedé sola, viuda, había que salir adelante y el tejido fue lo que me ayudó”.


Sin embargo, Margarita remarca que la ayuda no solo fue económica,.“No conozco la depresión, de hecho una vez un médico me dijo después de hacerme un chequeo, ‘Nunca dejes de tejer’. Cuando falleció mi esposo, y después perdí un hijo, la única manera de no caer fue tejiendo, entonces en el telar está eso, porque uno deja todo ahí, se pelea con el dibujo, se amiga… aparece todo”.

Sin duda en cada pieza tejida, sea grande, chica, tapiz, alfombra o pie de cama, aparecen trazos profundos de la vida de cada una de las tejedoras, en este caso, de San Carlos.

Cada creación tiene materias primas de la tierra que ellas transitan a diario, sumadas a un trabajo hecho con pasión en el que se ve representada la vida y las emociones de cada tejedora con sus momentos, emociones, secretos, silencios y sensaciones epocales. Cada pieza no es solo un motivo bonito para colgar en una pared, es un pedazo de vida nacido en el corazón de los Valles Calchaquíes.  

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