UNO Sí, por fin, antes de que sea demasiado tarde, revelarlo en tiempos de casi revelations... Llegó la hora de identificar ese libro que Rodríguez ha venido/yendo leyendo. Tomar nota entonces: Everything Must Go: The Stories We Tell About the End of the World de Dorian Lynskey. Sí: Everything Must Go son, además, discos de Manic Street Preachers y de Steely Dan, bandas con cierto gusto y regusto por cantarle a lo entrópico y al hasta aquí llegamos y esto es casi todo, amigos. Este es el título de ese libro findemundista que Rodríguez tiene junto a la cama que supo hacerse a sí mismo, en los bordes precipitados de oscura mesita de luz. Libro al que se alude sin nombrarlo aquí desde hace semanas y que Rodríguez consume --sintiéndose consumido-- de a pocas páginas por cada noche. Título que puede traducirse como Todo debe irse pero, mejor, entenderse como Liquidación Total o Hasta agotar existencias o ¡Lléveselo todo!. Libro al que Rodríguez --agotado, liquidado, cada vez más existencialmente inexistente-- sigue leyendo, leyendo mientras pueda.
DOS Y Lynskey --quien ya había escrito una historia del himno de denuncia en 33 revoluciones por minuto: Historia de la canción protesta y que Rodríguez no leyó-- también firmó otro gran ensayo maníaco-referencial: El Ministerio de la Verdad: Una biografía del "1984" de George Orwell que Rodríguez sí leyó y donde, de algún modo, ya anticipa el tema de Everything Must Go. Ya se sabe: 1984 (de la que se ha publicado reciente e in/evitable revisión hembra: Julia, de Sandra Newman), junto a Un mundo feliz de Aldous Huxley (con división extremista de clases extremas) y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (con metafórica quema de libros deviniendo en creciente sequía de capacidad de leerlos y comprenderlos) compone la implacable Gran Trifecta Distópica. Centrifugar las tres novelas alguna vez futuristas y poner a secar colgado de una soga a nuestro presente. Y las tres, se sabe, proponen un fin-del-mundo en cámara lenta. Puro whimper y nada bang y allá vamos porque en eso estamos. Y en El Ministerio de la Verdad Lynskey examina a fondo las radiaciones de lo de Orwell y --con su Thought Police y Doublethink y Newspeak-- su anticipación de las fake news y de las mentirosas verdades alternativas. Algo así como el aperitivo de las Grandes Catástrofes por venir y de esa cada vez mejor delineada posibilidad de Tercera Guerra Mundial; porque, se sabe, trilogía es la gran palabra marketinera y, se tiembla, las malas noticias vienen de a tres (y Rodríguez lee que esta creencia en Funestísima Trinidad salta de las trincheras de Crimea, cuando se creyó que si tres soldados encendían sus cigarrillos con una misma cerilla, uno de ellos no viviría para fumarse otro cigarrillo).
Rodríguez no fuma; lo que no le impide el sentir que se está esfumando.
TRES Y Everything Must Go ya tiene sitio en estante de la biblioteca de Rodríguez especialmente dedicado al The End y a sus continuaciones. Allí, The End of the World de Otto Friedrich (también autor de Going Crazy: An Inquiry into the Madness of Our Times; y a Rodríguez siempre le intrigó la idea de que, en inglés, se vaya o going hacia la locura y que, en español, uno se vuelva loco). Y al más científico The Ends of the World: Volcanic Apocalypses, Lethal Oceans and Our Quest to Understand Earth's Past Mass Extinctions. Y a El Fin de Todo (Astrofísicamente Hablando) de Katie Mack. Y El planeta inhóspito: La vida después del calentamiento de David Wallace-Wells donde casi se arranca con un --están advertidos, abandonan casi toda cada vez más pequeña esperanza quienes se adentren en sus páginas-- con un "Es peor, mucho peor de lo que piensan".
CUATRO Y ante la imposibilidad del mejor no pensar en ciertas cosas (porque cómo dejar de pensar mucho en que en cualquier momento ya quedará muy poco en lo que pensar) lo de Lynskey es casi amable y consolador. Y, a su manera, muy divertido; porque recorre en detalle lo paradojal de una muy potente y casi inmortal y creadora capacidad del ser humano para imaginar las variaciones de su impotencia mientras suena y resuena el aria de su extinción. Y, sí, hay tantas maneras de alcanzar un único final o una coda neo-prehistórica-medieval. Y Lynskey las silba silbando aquella enumerativa canción de R.E.M. y las convoca a todas. A toda esa imaginación al servicio de lo alguna vez inimaginable pero cada vez más fantaseable (en el sentido de lo sci-psi más que en el de lo sci-fi). La interminable y feliz historia del súbito final infeliz desde el alucinógeno y alucinado San Juan en Patmos hasta el Covid en todas partes con sucesivas escalas generacionales e inconfesables de ese deseo de que, con el fin de uno, se acabe todo. Deseo de ser el último de la fila, el que cierra y apaga la luz para así distraer la certeza del propio y mínimo apocalipsis no now pero en cualquier momento. Así es: toda generación quiere/necesita su particular Armageddon del mismo modo en que necesita/quiere a sus propios Beatles. Una suerte de definitivo y definidor FOMO de/generacional, sí. Y Rodríguez se acuerda de lo que afirma y firma Don DeLillo en Cero K: "Todos quieren ser dueños del fin del mundo".
Y Lynskey --quien divide todo el síntoma en dos cepas muy distintivas: una primera bíblica y "externa", luego del Manhattan Project, una segunda atómica e "interna"-- se concentra más que nada en los últimos dos siglos. Seria era del sería en la que el ser humano comenzó a juguetear/corretear (acelerando a fondo luego de Hiroshima-Nagasaki) con la idea de que, asumiéndose incorregible, podía tacharse sin necesidad alguna de intervención divina. Así, chez Lynskey, Gilgamesh y poemas baldíos y Joy Division y hongos radiactivos y simios pensantes y Stephen King y robots rebeldes y Mary Shelley y súper-virus y James Joyce y aliens invasores y Edgar Allan Poe y zombis contagiosos y Daniel Defoe y mayoría de vampiros y Richard Matheson y computadoras díscolas y Stanley Kubrick y realidades opcionales y Jack London y Rapture y meteoros con buena puntería y planetas melancólicos y Marvel/DC y George R. Stewart y diluvios y tundras y desiertos. Y todo y todos juntos ahora para ir a dar a una cierta novedad del aquí y ahora donde, según Lynskey, "lo más notable es que el angst apocalíptico se ha convertido en algo ya no ocasional sino contante: puro flujo y nada de reflujo". Y, claro, al final de tantos principios del final, esa sorpresa/asombro ante lo sombrío de lo obvio: se dice fin del mundo cuando en realidad debería decirse fin del hombre del mundo de no contar con una ayudita del misionero imposible Ethan Hunt.
CINCO Y Rodríguez no puede sino hacer mueca amarga cuando se acuerda de toda esa dulzura cívica-aplaudidora-balconera-virósica-confinante (de la que, se aseguraba, todos saldríamos mejores de lo que entramos). O, más cerca, de ese mini-holocausto del Gran Apagón Ibérico (cuando todos celebraban el volver a conversar en las esquinas y conocer a sus vecinos para, a la mañana siguiente, aplaudir no al fin de la ira por la muerte de la luz sino a la reactivación de sus pantallitas donde poder volver a mirar mirándose). Terminado el finalizante Everything Must Go de Dorian Lynskey, Rodríguez se pregunta qué va a leer ahora.
Tentado --no caído en la tentación, pero sí descendido-- por Bunker: What It Takes to Survive the Apocalypse de Bradley Garrett.
Mientras tanto y hasta entonces, sálvese quien quiera.
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