En mi fábula de identidad ficticia, mi padre es un ser llamado a representar âcuando los manuales de urbanidad democrática dictan los buenos modalesâ el encono, la injuria y el sarcasmo. Para él, la diatriba fue una patria. Su aspecto ây genealogÃaâ era el de un huésped de Auschwitz: rulos colorados, pecas, complexión raquÃtica, nariz judaica, anteojos tipo Ray-Ban, cuadrados y de marco negro. Sus singularidades, hasta la de escribir con la mano izquierda, se convirtieron en destino. Con la rabia que exudaba su piel hubiera podido tomar el Palacio de Invierno. ¡Si le decÃan Rabanito en el Colegio Nacional, antes de ser expulsado! (Expulsado por anarquista, según la leyenda heroica; por su lastimoso latÃn, según la leyenda negra difundida por mi abuela Rosa Gurtman.) 223e1d
Historia de la nación latinoamericana âel primer libro que formuló una interpretación marxista de la historia de la América criolla, asà se anunciaba en 1948â fue escrito por mi padre a los veinticinco años y publicado un año después, bajo el sello de una editorial fantasma, Octubre. El financiamiento de los gastos de impresión derivó de un procedimiento utópico-delictivo de mi abuelo Nicolás, de ideales anarquistas, que firmaba sus cartas âabrazos y R. S.â (R. S. significaba Revolución Social y las cartas provenÃan de la cárcel de Devoto). Mi abuelo habÃa inventado (o usurpado) una máquina de ravioles, unas pequeñas cacerolas a presión y una técnica de recauchutaje de cubiertas, negocio parasitario de la escasez de neumáticos causada por la guerra.
La desmesura de mi abuelo âcualidad que heredó, intacta, mi padreâ lo impulsó a gastar a cuenta: con los adelantos por los recauchutajes costeó avisos de propaganda del libro de su hijo en diarios de Alemania, Francia y España, además de despachos de ejemplares a periodistas extranjeros por correo marÃtimo. Mientras, los neumáticos perforados âque jamás se irÃan a repararâ dormÃan en la casa de mi abuelita Gurtman, su ex esposa. Mi abuelo fue acusado de defraudación y estafa y cumplió dos años de condena en el presidio, como los héroes de la literatura balzaciana que iraba mi padre. Pero en mi familia el delito tenÃa un sentido no tanto jurÃdico cuanto polÃtico: en 1949 la Comisión de Actividades Antiargentinas presidida por el diputado peronista Emilio Visca ordenó la incautación de los ejemplares de América Latina, un paÃs, como se llamaba entonces el libro. El hecho de que el gobierno que él apoyaba âapoyo que le valió el vilipendio de toda la izquierdaâ hubiera secuestrado y quemado su obra no hizo sino establecer un patrón, una medida (o una desmedida) sacrificial, suicida, de sus adhesiones y repulsas.
La práctica de sufragar las operaciones polÃticas y editoriales con negocios subversivos âuna economÃa de medios que aunaba teorÃa y praxisâ comulgaba con la criminologÃa de Karl Marx: âEl criminal rompe la monotonÃa y la seguridad cotidiana de la vida burguesaâ (Historia crÃtica de la teorÃa de la plusvalÃa, 1863). El nombre de la editorial apócrifa, Octubre, en 1948 delataba su sÃntesis hegeliana: Perón y el Soviet, un matrimonio ignominioso para los parientes de ambas partes.
En mi fábula de identidad ficticia, mi padre se ubica en una categorÃa de ilegitimidad que me incluye, o mejor aún, me abraza. Esa misma fábula de linaje se extiende como articuladora de todos los campos de acción de nuestra familia: el ejercicio polÃtico y el análisis histórico como dispositivo de provocación; la defraudación de las leyes del matrimonio y la propiedad del Estado capitalista, como modo de subsistencia.
Por una cualidad ideológica o de temperamento, sus posiciones polÃticas fatalmente se planteaban en términos de execración y escándalo. Yo estaba atrapada entre dos lealtades: su lógica y la de los agraviados e incomprendidos por la historia âla lógica trágica de Malvinas, la de todas las causas perdidasâ, y la lógica académica de mi colegio y mi universidad, que lo denostaban.
Mi táctica, como la de las organizaciones foquistas argelinas, consistÃa en mantener los compartimentos estancos. Ante mi padre escondÃa el hippismo extremo de mi madre; ante mi madrastra los exaltados enamoramientos de mi padre; ante el mundo burgués (es decir, todo el mundo), sus infracciones financieras. Y ante mà misma, las vacilaciones polÃticas, que no eran otra cosa que vacilaciones morales.
En estos últimos tiempos me aguijonea cierta inquietud. Un aire de respetabilidad parece querer envolver, insistente, su figura. La editorial Continente consintió en financiar la reedición de sus libros; Horacio González le rindió un homenaje en la Biblioteca Nacional; Ernesto Laclau lo mencionó como âel pensador polÃtico más importante de la Argentina en la segunda mitad del siglo XXâ. ¿Se tratará menos de un reconocimiento que de alguna clase de rehabilitación, en un sentido más bien clÃnico del término? Pero... ¿no volverán a hacer su aparición teatral, vestidos con galera, los acreedores de la offset Rotaprint modelo R-3090 con la que imprimió el libro de Ugarte que vendió veintidós ejemplares? ¿Se presentará el defraudado garante de la ordeñadora mecánica Alfa Laval, que nunca pudo extraer ni una gota de leche a las vacas, prematuramente embargadas? Esta respetabilidad ¿acaso convocará a alguno de sus catorce camaradas trotskistas del Grupo Obrero Revolucionario, para denunciarlo por burgués?
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