Extraña conmemoración. 40 años después del Mayo Francés, la sociedad, sus protagonistas, la prensa, los intelectuales y hasta el poder han hecho de esa fecha un tema no de reconocimiento colectivo sino de polémica, de crÃtica y hasta de culpa. De manera transversal, el debate lo abrió el año pasado el actual presidente francés, Nicolas Sarkozy. Antes de ser electo, en un meeting de cierre de campaña, Nicolas Sarkozy dijo que habÃa que âliquidarâ la herencia de Mayo del â68. Más aún, según la versión que el entonces candidato dio del Mayo Francés, aquellos acontecimientos habÃan dado forma y contenido al mundo que conocemos hoy: vean cómo el culto al dinero rey, del provecho a corto plazo, de la especulación, vean cómo los desvÃos del capitalismo financiero fueron impulsados por los valores de Mayo del â68. Vean cómo la puesta en tela de juicio de todos las marcas éticas, de todos los valores morales, contribuyó a debilitar la moral del capitalismo. De allÃ, entonces, la necesidad de âliquidarâ aquella influencia. El hecho más sobresaliente no fue tal vez la misma frase de Nicolas Sarkozy sino la asombrosa aprobación que recibió de uno de los antaño lÃderes del Mayo Francés, el ensayista y ex maoÃsta André Glucksmann. Con su presencia en ese acto, su decisión anterior de llamar a votar por Nicolas Sarkozy y su defensa posterior de la frase del presidente, Glucksmann provocó un terremoto. ¿Cómo es posible que, en la edad tardÃa, los revolucionarios de antaño pasaran tan profundamente hacia el otro territorio? Este intelectual francés no es una excepción sino una suerte de lÃnea continua que ha sigo seguida por muchos de los hombres claves del Mayo Francés. Para su principal actor, Daniel Cohn-Bendit, Mayo de 1968 sigue siendo, sin embargo, un faro que cambió la ruta de la navegación social: âEl movimiento que se inició en los años sesenta y que continuó luego del â68 transformó la sociedad en profundidad: las costumbres, la relación entre los hombres y las mujeres. El â68 desencadenó la idea según la cual la acción colectiva autónoma sólo es posible con personalidades autónomas. Eso es lo que desencadena y refuerza la idea de la autonomÃa de las mujeres, de las sexualidades, de los niños y las nuevas relaciones en la pareja. Es decir, se trata de la destrucción de la relación autoritaria y la construcción, la idea o las ganas de una relación igualitaria entre personas autónomasâ. 1v5m59
A través de una avalancha de libros, debates y discusiones Francia vive una intensa relectura de los acontecimientos de hace 40 años. El ciclo lo inició Jean Pierre Le Goff con su libro Mayo del â68, la herencia imposible. Le Goff reconoció que el â68 âabrió la vÃa a una destrucción efectiva de los principios y las marcas de la acción colectivaâ. Al mismo tiempo, el autor de este ensayo trazó los lÃmites y el alcance de esa destrucción. Le Goff puso en tela de juicio menos las transformaciones a que Mayo dio lugar que los excesos de vocabulario y de definiciones que empaparon la llamada cultura del izquierdismo libertario. El ensayista francés ataca la lógica de militarización del âizquierdismoâ, su lógica violenta y la mitologÃa de la violencia revolucionaria e insurreccional. Le Goff, anticipadamente, parece también coincidir con Nicolas Sarkozy cuando habla de los âexcesosâ y los âcaminos sin salidaâ oriundos de Mayo del â68 y cuyo resorte es, según él, la âidea deliranteâ del principio del placer sin freno. El análisis del ensayista ha encontrado un eco consistente desde hace 10 años, no sólo en el seno de la derecha sino, también, entre quienes participaron en las revueltas y en sus propios hijos. De hecho, la imposible herencia es, de una manera paradójica, un hecho: las generaciones posteriores se beneficiaron con las libertades conseguidas hace 40 años pero también cortaron los lazos con sus actores centrales, en muchos casos sus propios padres. Durante los últimos años, la juventud sa puso en el banquillo de los acusados a aquellos soixente-huitards âegoÃstasâ, ânihilistasâ que jugaron en dos bandas y ganaron en ambas: la de la Historia de la Revolución y la del éxito social. La contradictoria cosecha de libros que aparecieron este año oscila entre el culto testimonial, el ataque acérrimo contra aquella generación âinmoral y despreocupadaâ, la demolición a la que se dedican sectores conservadores y algunos de izquierda y algunas perlas que merecen un lugar en el altar del ridÃculo. Entre estas últimas cabe destacar el libro del filósofo y ensayista André Glucksmann, que lleva el tÃtulo tramposo de Mayo del â68 explicado a Nicolas Sarkozy. El libro pretende establecer un diálogo intergeneracional entre los de antaño y los de ahora a través de una serie de preguntas y respuestas entre el mismo Glucksmann y su hijo Raphael. Huelgan los intentos de resumen, sobre todo cuando el hijo le pregunta al arrepentido maoÃsta: âPapá, ¿por qué apoyas a Nicolas Sarkozy?â.
Lejos de ese ejemplo lastimoso está el libro de Virginie Linhart, hija de Robert Linhart, una de los hombres claves del maoÃsmo francés y autor del célebre libro El Establecido. Robert Linhart cayó en el lado oscuro de la vida, es decir, la locura, inmediatamente después de Mayo del â68. Su hija Virginie, a través de las 182 páginas de El dÃa en que mi padre se calló, establece un rico diálogo generacional a través del paradójico silencio de su padre y la voz de sus camaradas y de los hijos de los antiguos militantes. Este libro se une a otros en el testimonio escrito por hijos de lÃderes del â68 que cuentan, todos, âesos años de abandono progresivo del militantismo, a la vez fructuosos y destructivosâ. Mathias Weber, Nathalie Krivine âhija de Alain Krivine, ex secretario general de la Liga Comunista revolucionariaâ o Julie Faguer narran desde adentro lo que fue ser hijo de un hijo de Mayo del â68. Samuel Castro, hijo del famoso arquitecto y militante polÃtico Roland Castro, escribe en su libro: âCreo que mi apolitismo viene de mi profundo asco por la polÃtica en excesoâ. Lauriel Barret-Kriegel afirma: âNo hay un solo dÃa en que no me diga: sobre todo, no proceder como mis padres lo hicieron conmigoâ.
Las relecturas de Mayo también son legión. Casi todas buscan reubicar el exacto valor de los hechos en el contexto técnico en que se produjeron. Otras obras, en cambio, contienen una suerte de crÃtica o burla radical formulada desde el seno mismo de la izquierda. Entre estos libros sobresale la reedición de un panfleto escrito por quien fuera el compañero del Che Guevara en la aventura final de Bolivia, Régis Debray, Mayo del â68, una contra revolución resucitada. Cabe resaltar que Debray es el enigma ejemplo de esa generación que pasó de la lucha armada a la socialdemocracia, de allà a los postulados ultra conservadores y desde ahà a una suerte de reformulación de la revolución, transformada en ânecesidad de reformasâ. Muchos recordarán una célebre frase de Debray: âLa reforma en Francia, la revolución en otras partesâ. Para Debray, el Mayo Francés âtambién funda los males contemporáneosâ. A su manera, Debray afirma que el â68 funcionó como una suerte de aliado objetivo del capital, como una cuna donde se hamacó el hombre que conocemos hoy, âel hombre burbuja, el hombre del instante, el hombre felizâ.
En una lÃnea más lucida y exhaustiva, ensayistas o filósofos como Serge Audier demuestran los orÃgenes de ese eslogan absurdo que destilan los medios y los comentaristas: âTodos contra el â68â. En su ensayo El pensamiento anti â68, Audier demuestra cómo la crÃtica contra el Mayo Francés proviene tanto de la derecha como de la izquierda. Serge Audier explica: âSe ha desarrollado un pensamiento conservador anti â68 difundido mediante ensayos que adelantan diagnósticos paradójicos. Por ejemplo: si Mayo del â68 era en apariencia un movimiento crÃtico del capitalismo, en verdad resultó la matriz directa del capitalismo actual, con todos sus excesosâ. Audier pasa en limpio lo que es en Francia una evidencia, es decir, esa suerte de histeria que rodea la celebración y donde se trata de ensuciar el mito, de destruirlo, de vaciarlo de su contenido y, por consiguiente, de su influencia positiva y, por consiguiente, de su utilidad. Todo el pensamiento contemporáneo que confluye en el análisis del â68 tiende a deslegitimar a sus actores y a poner en las jornadas de protesta contenidos que le son y le eran imposibles. En este sentido, en su más que brillante ensayo, Audier da cuenta de los intentos âexitososâ de los detractores de Mayo por poner allà donde no estaban las ideas y los hombres para defenderlas. Ejemplo de esa paradoja: Michel Foucault, Louis Althusser, Roland Barthes, Lévi-Strauss o Pierre Bourdieu, en suma, todos los grandes intelectuales ses con etiqueta de revoltosos o forjadores del Mayo Francés, no se encontraban ahà donde se cree: Foucault estaba en Túnez; Althusser, que estaba enfermo, evocó la existencia de un âmovimiento progresistaâ pero luego se encerró en muchas reservas. Claude Levi-Strauss odió siempre el â68, Roland Barthes no le encontraba sentido y la evocación del Mayo Francés lo ponÃa nervioso. Jaques Derrida, en esa época, no se metió en la ola por âdesconfianzaâ mientras que Pierre Bourdieu observaba la revuelta con un escepticismo que los manuales de historia no siempre resaltan. Como lo resalta el editor del libro de Audier, âel odio a Mayo del â68 se ha vuelto un tema de modaâ. La frase no es un gancho editorial sino una verdad tangible. La retórica reaccionaria anti â68 consta de ingredientes contradictorios, comunistas, socialistas, extrema derecha, todos los discursos convergen en un mismo blanco. Para Serge Audier, esos ataques concentrados, a menudo carentes de fundamentos y equivocados en las cabezas sobre las que eligen disparar, han conducido a una profunda restauración ideológica: de la moral, de la República, del liberalismo. Todos esos años de bombardeos contra lo que la crÃtica llamó âlos anti humanistasâ âlos pensadores del â68â parecen haber servido a preparar la gran restauración que empezó a operar en 1980.
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