Quienes le picaron vivencialmente cerca, no solo destacaban las convicciones éticas de Nenette, sino también sus ardores etéreos por Bach, su exigencia estética, su sensibilidad inclaudicable, su ascetismo, su rectitud y disciplina para con el estudio musical, y una austeridad a prueba de balas. Pero fundamentalmente lo que más de halla en las fuentes en su el devoción y el amor –al punto de bancarse y sobrellevar profundos momentos de desolación y pobreza material-- que profesaba por ese hombre tan genial como alunao. Era otro de esos ojos del saber del devenir que mira el magma. A las mismísimas vísceras de la tierra. Y así lo hizo saber Atahualpa –tal como recuerda su amigo-biógrafo Sebastián Domínguez-- a través de una sentencia descomunal: “Tú fuiste siempre, la callada fuerza de mi camino”. 

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